(…)
por los que hacen el tercer cuarto de guardia y susurran canciones de olvido y pena para espantar el sueño;
(…)
por el gaviero que fui, casi niño, mirando hacia las islas que nunca aparecían,
anunciando los cardúmenes que siempre se escapaban al cambiar bruscamente de rumbo,
llorando el primer amor que nunca más volví a ver;
(…)
por todos los que ya no están con nosotros;
por los que bajaron en tumbos resignados hasta yacer en el fondo de corales y peces cuyos ojos se han borrado;
por los que barrió la ola y nunca más supimos de su suerte;
por el que perdió la mano tratando de fijar una amarra en los obenques;
por el que sueña con una mujer que es de otro mientras pinta de minio las manchas de óxido del casco;
(…)
por el que aseguraba que las mujeres saben navegar mejor que los hombres, pero lo ocultan celosamente desde el principio de los tiempos;
por los que susurran en las hamacas nombres de montañas y valles y al llegar a tierra no los reconocen;
(…)
por todos los que ahora están navegando;
por los que van a partir mañana;
por los que llegan al puerto y no saben lo que les espera;
por todos los que han vivido, padecido, llorado, cantado, amado y muerto en el mar;
por todo esto, Amirbar, aplaca tu congoja y no te ensañes contra mí.
(…)
Amén.
Maqroll el Gaviero. Amirbar.
|
Timón del "Viking Skye" |
Recojo a continuación extractos de los diarios escritos durante los dos años pasados navegando por las aguas de Reino Unido y Noruega, desde Aberdeen y Stavanger, hasta los 62º de latitud norte.
"La lluvia en la mar es como un llanto estéril, una humedad al cuadrado, una soledad gris, una cortina que separa de todo lo que signifique refugio o protección.
Cuando llueve en la mar, el ánimo se empapa de una indescifrable melancolía, los recuerdos se vuelven más lejanos, las brumas se extienden y anulan toda noción de tiempo, provocando un limbo estático y perdido.
No queda el consuelo del olor a tierra mojada tras la lluvia en la mar, tan sólo el agua gris y calma, eterna, inagotable, arrasadora del ánimo y la voluntad.
Puede que el tiempo pase estéril, que los días se multipliquen incontables e idénticos. Puede que las horas transcurran lentas en un goteo de minutos cuyo eco se pierde en el imposible laberinto de mamparos, en las tuberías sin fin, en las soledades de la cámara en la madrugada.
Puede que cada segundo que transcurre sea para recordarnos el implacable acercarse del fin, ese que dota de sentido a todos los días, horas, minutos y segundos.
Puede que en un navío el tiempo sea más largo.
Puede que se detenga a veces. Puede que el pasado, el presente y el futuro se
barajen en caprichoso desorden. Puede que esto sea la causa de la confusión del
marino en tierra. Puede…
La monotonía; el lento discurrir de los días sin variación; las mismas caras, los mismos horarios, las mismas faenas, el
mismo mar, las mismas nubes. Todo tan distinto y tan igual cada día.
Los ruidos. Máquinas, crujidos, voces en los pasillos, alarmas, el soplar del viento afuera, las olas al golpear contra el
casco. Todos tan distintos y tan iguales cada día."
|
Stand-by. Calma previa a la tempestad. |
Aberdeen, 16 de Diciembre
Carreteras costeras del norte de Escocia; paisaje inhóspito como el de los altiplanos, frío, mucho frío, nieve cayendo salvajemente arrastrada por el viento. De verde y marrón, todo pasa a ser blanco. El mar se mueve lentamente aunque en enormes masas de agua con blancas crestas. Los pueblos son pequeños y poco habitados; algunos con antiguas y acogedoras casas decoradas para la navidad. Stonehaven con un pequeño puerto; Peterhead con un espigado faro rojo y blanco. El humo del hogar sale por las chimeneas; las ovejas y los caballos pequeños, robustos y peludos capean el temporal. El invierno en Escocia es duro para un malagueño.
Aberdeen, 22 de Diciembre
Mañana embarco en el “Viking Raasay” como segundo oficial. James y yo llevamos ya once días en Escocia y en este tiempo hemos aprendido cómo funcionan las cosas de la marina mercante en el Reino Unido, además de haber hecho algunos contactos y dos cursos de especialización. Hace justo un año tomaba café con churros en Cádiz con dos de mis profesores y algunos compañeros, recién terminado el curso. No hubiera creído entonces que iba a embarcar tan pronto como oficial, y en el Mar del Norte. Las Inquietudes de Shanti Andía, Maqroll el Gaviero, Lord Jim, me siguen empujando…
Barnie es un cocinero de barco inglés, alto, desgarbado, con barba pelirroja, ojos azules de San Bernardo, fumador infatigable, con los brazos tatuados, embarcado en supliers que trabajan en Brasil, Singapur y Nigeria. Está empeñado en ponerme en contacto con un amigo suyo que se encarga de reclutar el personal para esta empresa, aunque de momento aún no he embarcado siquiera en la que me contrata; de todas formas, está bien tener contactos.
Barnie copia mis respuestas en los exámenes que hacemos esta semana en el curso, aunque yo le dejo hacer; de todas formas es el cocinero y no está muy interesado en rescates o salvamentos.
Su frase: “All right mate?”
En algún lugar del Mar del Norte
Nos movemos zarandeados por el océano. Día de Navidad con pavo y un regalo que unas señoras del Ejército de Salvación nos hace a los marinos que estamos lejos del hogar: un paquetito con jabón, pasta y cepillo de dientes, un gorrito, un block y un librito de oraciones. La verdad, se agradece.
Las guardias las hago de doce a cuatro de la tarde y de la madrugada; no hay mucho que hacer, pues no nos movemos de los alrededores de una plataforma petrolífera. De momento corrijo las cartas de navegación y me familiarizo con todos los instrumentos del puente; la radio escupe enigmáticas frases en todos los acentos de la parla inglesa que me resultan bastante ininteligibles. Me acompaña siempre un marinero viejo y afable, Robert, hombre cordial que me hace pasar el tiempo más tranquilo y veloz.
El capitán, Marc Hooson, tiene cincuenta y cuatro años y treinta y ocho de mar. Es galés, aunque el color de su piel y los rizos de su cabello lo delatan de procedencia colonial. Educado, sonriente y encantador. Una auténtica suerte haber dado con él.
El primer oficial, más rudo, gordito, tatuado hasta los dedos de las manos, se llama Malcom y antes de llegar yo ocupaba el puesto de segundo oficial; ahora, después de dos años, ha ascendido a primero. En el cambio de guardia, cuando hacemos el relevo, lo único que intercambiamos en un "hello" por mi parte y una especie de gruñido por la suya.
Al resto de la tripulación la voy conociendo poco a poco entre guardia y guardia. Collin, Wal y John son los maquinistas. Collin parece Mr. Potato, bajito, rechoncho, con los brazos y las piernas muy delgadas, chistoso y de ojos vivos. Wal es polaco, canoso y con una perilla al estilo D´Artagnan; simpático y con un inglés básico y rudo. Me enumera todas las ciudades que ha visitado de España. John es el jefe de máquinas. Alto, delgado y con la mandíbula rota en algún accidente. Cara de buena persona.
|
Captain Hooson y Robert |
29/12/05 Mar del Norte, entre Escocia y Dinamarca
Comienzo a acostumbrarme a la rutina del barco. Ayer de madrugada, durante mi guardia, una tremenda nevada nos cubrió de blanco y me dejó con la única referencia de un puntito en la pantalla del radar. Por un momento me sentí perdido y un frío escalofrío me recorrió la espalda. De todas formas, hasta el momento todo va bien. A pesar de que creo que el tiempo aquí es infame, los compañeros me dicen que aún no he visto nada. Ceo que prefiero no verlo. Las guardias las paso medio tenso, medio contento, disfrutando del mar, de mi nuevo puesto y de todo lo que estoy aprendiendo.
Hoy, al levantarme y subir al puente para hacer mi guardia, me encuentro con que la plataforma Arctic IV está justo por la proa, a unos cincuenta metros. A esto es a lo que le llaman: “close stanby”, y consiste en mantener el barco parado cerca de la plataforma mientras haya operarios trabajando en lugares peligrosos. De modo que me pongo a los mandos y con los dos motores y el timón, trato de mantener al dichoso barquito en su sitio con la proa enfilando olas de casi cuatro metros. No contentos con esto, nos anuncian también un helicóptero que va a recoger a siete personas que están en la otra plataforma de la que nos hacemos cargo: “Erskine”, así que la radio no para. Ahora hay que botar la lancha auxiliar para poder cubrir las dos plataformas.
Ha sido una guardia intensa, que me ha dejado la espalda hecha polvo por la tensión. El capitán me dio cinco minutos para hacerme con el manejo del barco en esta situación y la radio, aunque mi inglés está mejorando a pasos agigantados, sigue siendo un instrumento de tortura.
He de agradecer a mi amigo Bob, el viejo marinero, la ayuda que me está prestando.
12/01/06
Seguimos con temporal SSW, fuerza 9, lo que traducido significa: 45 nudos de viento de media y olas de 5 y 6 metros. La mar blanca. Al cabo de unos días así el cuerpo se resiente un poco del movimiento, aunque la expectativa del desembarco en una semana lo hace más llevadero.
Aparte de unas pocas gaviotas, no he visto ningún otro ser viviente en las tres semanas que llevamos aquí. Verdaderamente, el clima no es de lo más delicioso.
Bob me presta por las tardes un reproductor de DVD y paso parte de las mismas viendo películas. El inglés sigue mejorando, aunque cuando a la hora de la comida mis compañeros parlan en su “slang”, me entero de más bien poco. Es cuestión de tiempo.
La comida es una mierda del diez, todos los días carne para el almuerzo y la cena, arroz con unas especias que siempre se repiten, curry, puré de patatas, guisantes y poco más.
Shepper´s pie, chopped pork, beef al estilo Aberdeen y más porquerías inglesas por el estilo. El cocinero, Joe, es brasileño aunque lleva veinte años viviendo en Inglaterra. No ha vuelto a Brasil ni para ver a su familia. Se pasa el día viendo pelis porno, habla un inglés malísimo y está a punto de jubilarse.
Como el sueño está cambiado por las guardias, no desayuno más que un zumo y un té, no almuerzo, ya que la hora de comer es a las once y media, y cenamos a las cuatro y media, que es la única comida decente que hago.
|
Temporal |
12/03/06
Mareado en mitad de una tempestad en el Atlántico norte. Llevamos dos días dando balances y cabezadas como locos; olas de hasta diez metros y un tiempo infame. Navegamos más allá de 60º de latitud norte, más arriba de las islas Shetland. El BUE SKYE es un barco viejo pero seguro, antiguo pesquero ártico reconvertido, construido en 1968; el camarote es bastante más cutre que el del barco anterior, ni siquiera tiene lavabo dentro. La noche anterior a zarpar salí con el capitán y algunos compañeros, me bebí no sé cuántas pintas de cerveza y acabamos en un local de strip tease. Me faltaba ver el lado sórdido de la ciudad. Al día siguiente lo pagué caro y vomité hasta los higadillos. ¡Menudo estreno! Mis temores en cuanto a la tripulación se han disipado, son bastante buena gente, en especial el capitán, un tipo joven de Shetland amable y enrollado, aunque es sólo provisional, pues en unos pocos días recogeremos al que es el capitán habitual de este barco, hombre de sesenta y cinco años y poeta, dicen que no habla mucho y por los papeles que tiene en el puente, escribe con perfecta y anacrónica caligrafía. Ya veremos qué tal es.
Por otro lado, el examen que tenía que hacer lo aprobé, y el de inglés que me pedían para tener la equivalencia del título español me lo hizo un capitán de la mercante y lo aprobé también, por lo tanto, otro de los objetivos de este año está cumplido.
Pues ocurre que hace dos noches durante mi turno de guardia, y concretamente a las tres de la mañana, se rompió el timón del barco.
Estaba tranquilamente corrigiendo cartas de navegación cuando noté que caíamos a estribor sin control; cambié de automático a manual y nada, seguíamos cayendo. Como teníamos un barco a rumbo de colisión y a menos de dos millas de distancia, llamé al capitán y al primer oficial, que subieron al puente en el acto. Tras múltiples intentos fallidos de arreglar la situación, se puso en funcionamiento el aquamaster, que es un medio de gobierno del buque alternativo que se usa para maniobras complicadas, y con éste conseguimos volver a rumbo. La cosa es que el timón no ha vuelto a funcionar hasta el día de hoy, y ahora vamos camino de un puerto de Edimburgo para entrar en dique seco y tratar de solucionar el tema; dicen que es posible que lo hayamos perdido, y por tanto habrá que fabricar uno nuevo, lo que unido a tres días de viaje, puede convertirse en una semana o más que estaremos fuera de servicio. ¡Con lo bien que hubiera estado en el Raasay otra vez! En este barco todo son cambios y sorpresas, lo cual hace mi trabajo más difícil y me tiene en vilo esperando a ver dónde meto la pata. En fin, de momento se va pasando el embarque.
17/03/06 Firth of Forth, a unos treinta kilómetros de Edimburgo.
Inmensa ría en la que el agua salada del mar del Norte se mezcla con la dulce del río Forth creando un grandioso canal de navegación de color marrón a veces, verde turbio otras, que es recorrido por grandes barcos mercantes de camino al impresionante y horroroso complejo industrial y astilleros que se encuentran en su tramo inicial. Al principio, verdes laderas salpicadas de pueblecitos adornan ambos flancos del canal; bosques de árboles pelados, salpicaduras de nieve, iglesias al borde del agua en islas casi despobladas, dan paso poco después a chimeneas barrigonas humeantes, a edificios grises albergue de pestilentes fábricas, a montones de madera apilados junto a los muelles, a barcos de aspecto frío y destartalado poblados por fantasmas de otras banderas. El cielo luce azul, manchado tan sólo por algunas deshilachadas nubes; el frío corta como una espada de acero.
|
Firth of Forth |
09/05/06
Flotando en mitad de un campo de plataformas petrolíferas llamado “Forties”, a unas cien millas náuticas al nordeste de Aberdeen. El mar está liso como un plato de sopa; la luna redonda y blanca nos observa desde la altura y pinta un surco arrugado sobre la superficie del agua. Las miles de luces de las plataformas las hacen parecer pequeñas ciudades del futuro, aisladas y autosuficientes, humeantes y misteriosas, habitadas por huraños y afanados seres en continua actividad.
Los días pasados hemos saltado sobre las olas en las lanchas neumáticas, hemos hecho ejercicios de recuperación de náufragos, se ha compensado la aguja náutica y, en definitiva, no ha faltado la acción. Mejor, así el tiempo pasa más deprisa.
Increíblemente, el mar estaba hoy como podría estar el mediterráneo en un precioso día de primavera, tranquilo, azul, con el sol reflejado sobre su superficie, espléndido. Un pequeño pajarillo parecido a un gorrión, pero con el pecho naranja y un penacho verde en torno al cuello, se ha colado en el puente.
08/07/06
Flotando en aguas holandesas, junto a una plataforma llamada: “Noble Kolskaya”.
Antes de comenzar a hacer recapitulación de lo acaecido durante todo el mes en que no he escrito una sola letra, he de comentar que el tipo del que hablaba arriba y que ví en el aeropuerto de París, seguía allí cuando volví a perder siete horas de mi vida en ese aeropuerto por culpa de Air France hace tan sólo nueve días. He de deducir, por tanto, que es una especie de vagabundo residente allí.
En fin, anotado este pequeño detalle, paso a recordar a grandes rasgos lo hecho durante el mes de vacaciones.
Este embarque me está resultando un poco estresante debido en gran medida a mi inclinación a preocuparme en exceso por mis responsabilidades y por qué pensará mi jefe de mi trabajo o de mis capacidades. Mi jefe en este caso es el primer oficial, hombre a mi juicio excesivamente metódico y puntilloso, que ha asumido el rol de capitán debido a la despreocupación de éste último de sus funciones debida a su próxima jubilación. Son ambos, como muchos de los compañeros que navegan en esta empresa, pescadores reconvertidos, de escasa cultura y preparación y anclados a manías ancestrales. De cualquier forma, he decir también que me está enseñando de buen grado todo cuanto debo saber para desempeñar mi trabajo y que sus maneras conmigo no son del todo descorteses. Se trata mayormente de mí; siento una responsabilidad que a veces me abruma.
Aparte de esto, el tiempo está siendo magnífico, exceptuando dos o tres días de niebla cerrada que no permitían ver más allá de trescientos metros. Los días son muy largos y la claridad se extiende hasta bien entrada la noche. El mar de día adquiere, con la neblina, una tonalidad verde espesa, relajante, casi artificial. Los compañeros salen a tomar el sol en cubierta. El primero los llama: “familia de ballenas rosa”. Por cierto, hace dos días ví una ballena solitaria saltando a una media milla por nuestro costado de babor; parecía disfrutar alegremente del buen tiempo y por un momento, según se acercaba despreocupada, temí que viniera a estrellarse con nosotros.
Sábado, 03 de septiembre de 2006
Tarde-noche de sábado sobre un mar gris, oscuro y salpicado por la lluvia. El cielo, por supuesto, gris, oscuro y descargando lluvia. Estos últimos días, Antonio Tabucchi ha desgranado la historia sobre lo que sostenía Pereira con una maestría teñida de la melancólica luz de Lisboa y de la siempre entrañable calidez de los héroes cotidianos, muy apropiado para acompañar el clima que envuelve al barco. En esta tarde-noche de sábado de reclusión en el camarote y lectura, Mario Benedetti suple a la estufa calentando con sus cuentos el alma del marino andaluz y dándole a su mente trabajo para madurar. Definitivamente, entre tanto angloparlante es más que gratificante admirar la belleza del idioma materno con la lectura de delicados y preciosos textos que lo hacen lucir en toda su grandeza y esplendor. En estos momentos, más que siempre, la literatura se revela una vez más como tabla de salvación ante el tedio y la sinrazón de la cotidiana existencia.
Aquí sin novedad, salvo los dos polacos que ejercen de Jefe y tercer oficial de máquinas respectivamente. El tercero, Piotr, es un chaval educado y amable con el que comparto ratos conversación, es muy delgado, algo tímido y luce un enorme tatuaje en su brazo izquierdo; le gustan las motos y está casado.
El jefe de máquinas es lo que los angloparlantes denominan como un: “pain in the ass”, o lo que es lo mismo, un grano en el culo. Es un tío de cincuenta y cinco años, gordo, grande, comilón, calvo y charlatán. No es mala persona, pero es uno de esos tipos que te resultan incómodos porque no captan cuando es mejor dejar de hablar cuando ven que el interlocutor no está interesado en absoluto en la conversación. Y es que la conversación, en pésimo inglés, varía en diez minutos desde el precio de las putas en Brasil al de unos calcetines que compró en Barcelona hace catorce años y que todavía usa, pasando por el restaurante en el que estuvo en Fuerteventura hace veinte años en el que alguien tocaba la guitarra y había jamones colgando del techo, y terminando si te ve fregando los platos sin enjuagarlos bien, por decirte que los productos químicos y detergentes que quedan en el plato, si los ingieres durante mucho tiempo, pueden hacer que los niveles de testosterona crezcan en un hombre hasta hacer que le salgan pechos de mujer…. En fin. Y uno mientras con cara de pasmado mirándolo incrédulo y deseando que el martirio termine cuanto antes, o sea, mirando la forma de marcharte sin ser demasiado descortés. Normalmente, se me sienta al lado en las comidas, y el capitán, viejo cachondo hijo de puta, me hace muecas desde su asiento para hacerme reír.
Sea como fuere, este embarque no me está resultando del todo malo. El tiempo corre más o menos deprisa y el primer oficial no está en plan demasiado cabrón. Creo que me he convertido ya en un lobo de mar del Mar del Norte. Dentro de un tiempo habrá que ir pensando en ampliar horizontes.
20/09/06
Hace ya bastantes días que el primero está siendo un encanto: simpático, amable, desprovisto de ironía y en definitiva, bastante soportable. Parece que los tiempos de examen diario han pasado a la historia y he aprobado. Dado que este era el único punto negativo que me hacía vivir intranquilo gran parte del tiempo a bordo, los días ahora pasan más rápido y más apaciblemente, si es que puede ser apacible navegar sobre un mar con olas de cuatro metros y viento de treinta y tantos nudos.
En la guardia de doce a cuatro de la mañana, cuando termina de pelar patatas y sacar brillo al barómetro, la campana y los ojos de buey de la cámara, me acompaña en el puente durante bastante rato Jim, el marinero de guardia, sobre todo para jugar a las cartas en el ordenador. Tiene sesenta y un años, fue maquinista en barcos de pesca, y es un tío tranquilón y guasón al que me cuesta gran esfuerzo entender, en parte por su acento del norte de Escocia, en parte porque habla muy quedo y vocalizando peor que nuestro Rey. Tiene los ojos azules y el pelo canoso, a veces lleva una camiseta con un dibujo infantil de uno de los siete enanitos. Es un buen tío, aunque a veces se pone un poco pesado preguntando demasiado y gastándome bromas como esconderme mi taza y engañarme cada vez que le pregunto algo. La verdad es que eso no me molesta; lo que sí me molesta de verdad es que se tire pedos delante de mí. Lo hace muy de vez en cuando, pero es algo que no soporto ni de él ni de nadie con quién no tenga la suficiente confianza. Guarrete...
|
Jim "Granny" y Ross |
Un martes cualquiera en el mar del Norte
“No queda sino batirse”, pienso después de más de dos semanas de temporales que no han bajado de fuerza ocho. El nuevo capitán que embarcó la semana pasada es, cómo no, otro ex pescador del mar del Norte; dos de cada tres palabras que dice son tacos; es gordito y grande, viste chándal, tiene el labio inferior caído y fuma continuamente; en los mensajes que manda a la oficina firma como: “cobra”.
Ayer me preguntó si Cristóbal Colón era español o portugués; le contesté que italiano, pero que en la época en que descubrió América al mundo trabajaba para España. Desde entonces me llama Christopher; él sabrá por qué. No es mal tío de todas formas.
El otro capitán se puso malo; le dio una subida de tensión de las suyas y hubo que desembarcarlo. Como le quedan dos meses para jubilarse, es de suponer que no le veremos más. Conservaré un buen recuerdo de él. Jim Campbell.
En las guardias para estas dos últimas semanas me han puesto a un tío de Hull, Inglaterra, que se llama Damian. Es joven y simpático, pero habla hasta aburrir. ¡Qué diferencia con mis guardias solitarias de antes!
Hoy estamos pasando por las islas Orkney, que no sé cómo coño se llaman en español; desde lejos parece un lugar bastante inhóspito y solitario, uno de esos sitios que quedan lejos del mundo “civilizado” donde sólo unas cuantas familias deben vivir con esfuerzo pero al menos con tranquilidad. Visto lo visto estas pasadas semanas, el invierno por estas latitudes es infame; de no haber nacido aquí, te ha de gustar mucho el frío o estar muy necesitado de soledad para vivir en este apartado rincón del mundo. De todas formas hoy el mar está calmado, igual que el viento, y nos está dando un respiro para poder descansar algo.
16/11/06
Quedan tres días para el fin del embarque. El tiempo sigue mal; olas que no bajan de los cuatro metros y vientos de treinta nudos. El barco se balancea terriblemente de un lado a otro; todo se hace cansado: la ducha, la comida, escribir… Hasta dormir. Tengo que poner chalecos salvavidas bajo el colchón para quedar pegado al mamparo y no salir despedido del catre. Los cielos casi siempre cubiertos y el aislamiento de un mes sin tocar puerto deprimen un poco. En cuanto desembarque he de ir a la oficina; parece ser que me tienen destinado un puesto en uno de los barcos nuevos que están construyendo para la empresa. Más cambios y más cursos y más responsabilidad. Temo que de un momento a otro me toque navegar con alguno de los capitanes cabrones que me han dicho andan por ahí. Siento que me gustaría pasar de todo y largarme con el velero a recorrer el mundo. Pero ¡ay!, las facturas llegan puntuales cada mes.
18/11/06
Han pasado tres días, pero siguen quedando otra vez tres o quizá cuatro días para el fin del embarque. En esta empresa parece que nunca se tiene nada por seguro hasta el último momento. El barco que había de relevarnos se ha averiado y ha de ir a dique seco. La comida escasea hace unos días ya, culpa del anterior cocinero que no hizo bien el pedido y de las pirañas que habitan el barco y que, a falta de trabajo que hacer, comen. No hay agua para beber, excepto la que viene directamente del tanque, cosa poco apetecible, ni refrescos, ni zumos, solo té o café o leche sola. Parece mentira, pero el saber que no hay nada decente para beber hace que sientas mucha más sed. Como remate, por no sé qué motivo relacionado con las navidades, me comentan que es posible que nos hagan embarcar antes de tiempo.
Es mejor no pensar en lo que dejaste o te espera en casa, esto aumenta en gran medida el agobio del aislamiento, especialmente cuando los últimos días interminables anuncian el fin.
|
Viking Raasy |
Enero de 2007
Hace ya tres o cuatro días que se averió el piloto automático. Desde entonces hemos estado gobernando el barco como en los viejos tiempos, lo que en este barco se traduce literalmente en pasarte toda la guardia pegado a la rueda del timón. Añádasele a esto un temporal de fuerza nueve y la compañía del cerebro de mosquito del marinero de guardia, George, para hacer este final de viaje realmente insoportable.
El capitán polaco Henrik Strak, está más loco que una cabra, aunque es simpático y buen tío. Muy escandaloso, pega portazos y siempre me dice alguna tontería en el cambio de guardia: “Bingo, bango, bongo, wish you a nice watch and happy new year; Il dottore, proffesore Philipo Collinsi; Eating sleeping shitting”.
Por cierto, George es malísimo al timón, incapaz de mantener el mismo rumbo durante más de cinco minutos. Esta tarde me puso el barco atravesado a la mar dos veces en mitad de un temporal. Lo tuve que relevar y mandarlo a paseo. Ahora mismo vamos a favor del viento y la mar y me lleva el barco a un rumbo treinta o cuarenta grados distinto al que le he dicho.
A pesar de haberle repetido mi nombre cientos de veces, insiste en llamarme "Damian". Lo dejo por imposible. Pasa el día agachándose a recoger cualquier pelusa que ve sobre la moqueta del barco. Le faltan los dos dedos de enmedio de la mano derecha. Cuando me habla, me señala como haciéndome los cuernos...
|
"George" |
21/02/07
La máquina se paró. Cuando Piotr intentó arrancarla de nuevo, las revoluciones subieron al máximo; la aguja llegó al tope y todo el barco tembló como si fuera a explotar. Luego se volvió a parar. Las dos bombas de refrigeración han sufrido daños irreversibles. Ahora, por tanto, la máquina está fuera de combate y nos mantenemos con la hélice azimutal de proa. La oscuridad ahí afuera es total y una densa niebla no permite ver más allá de la proa. Sólo se oyen las sirenas anti-niebla de la plataforma. Este aislamiento me produce una cierta e indescifrable angustia. Da la impresión de que algo maligno está acechando para asestar un golpe en cualquier momento y aquí, solo en el puente, siento que me encuentro lejos, extremadamente lejos de todo lo que me es familiar y querido. El tener a la máquina fuera de combate y avisos de temporal en la radio no ayuda a tranquilizarme.
02/03/07
Nada especial en el día de mi cumpleaños. Piotr me regaló una linterna y Jimmy me prestó una peli porno y dejó una naranja sobre mi cama. Regalos apreciados dado el contexto. A las dos de la madrugada, las estrellas adornan un cielo limpio sobre una mar en calma y el horizonte se muestra salteado de vivas luces que brillan desde las plataformas y parecen encontrarse al alcance de la mano.
Los días pasados en Málaga, Almería, Tarragona, Tenerife y Stavanger dan la impresión de pertenecer a un pasado remoto e inasible, como retazos de una vida vivida por otro, fruto de la implacable y narcótica monotonía de la existencia en la mar. Los asuntos de tierra adentro, después de un tiempo, pierden consistencia e importancia; se difuminan en una bruma imprecisa de recuerdos e improbables realidades.
08/03/07
Tres pitidos cortos y uno largo son lo único que se oye en esta madrugada tranquila y apacible. Provienen de la plataforma “Erskine”, que por el momento está deshabitada y es la que nos encargamos de vigilar. El tiempo pasa lento y aburrido; tan sólo las lecturas de Álvaro Mutis y Gerald Brenan aplacan el tedio de la rutinaria vida a bordo. Maqroll con sus estériles empresas y sus reflexiones sobre la absurda tarea de vivir, y los días de Brenan en Yegen refrescan la mente y el espíritu en los largos y solitarios momentos que transcurren en el camarote. Los recuerdos de lugares y gentes, de amigos, de momentos pasados y los futuros planes consuelan y reactivan las energías para continuar.
28/04/07
Varios días tranquilos en torno a un barco de apoyo a buzos a 61° de latitud. La mar en calma y el cielo despejado y cubierto de estrellas. Varios pesqueros pululan en torno al barco; uno de ellos nos dio pescado fresco ayer, con el que el cocinero hizo un intento de paella.
El capitán, Bill Tripp, es inglés pero vive en un pueblo de Vigo llamado Salvatierra de Miño; es bajito, con gafas y habla un español más que aceptable.
Con tanto tiempo para pensar, no dejo de acordarme de mi barco El Gaviero. No veo el momento de largar amarras e irnos a navegar por ahí. Hace ya casi un año que tengo el barco y apenas hemos navegado. Todo el tiempo se ha ido en reparaciones y en estar en puerto por el mal tiempo.
La vida se escurre entre las manos en este trabajo.
Al pasar por Fair Isle, el capitán con vestimenta y peinado de cantante de country y aspecto de tipo duro llora al enterarse de la muerte de un amigo...
04/05/07
Semanas ya de tiempo inmejorable, mar en calma y vientos suaves. Últimos días en compañía de Jim, Ross, Harry, Lachie; buenos compañeros de viaje. Últimos días también a bordo del viejo Skye, que a pesar de sus incomodidades y sus escoras preocupantes ha sido también un buen compañero.
De aquí, iremos directos a Bilbao el capitán y yo para embarcar en el barco nuevo, Viking Explorer. Serán más de dos meses fuera de casa, lejos de todo y con El Gaviero a medio arreglar.
Definitivamente, en la vida de marino es preciso desterrar nostalgias y apegos terrícolas si se quiere conservar cierto grado de cordura. A fin de cuentas, dos meses no son tanto tiempo.
“Sigue a los navíos. Sigue las rutas que surcan las gastadas y tristes embarcaciones. No te detengas. Evita hasta el más triste fondeadero. Remonta los ríos. Confúndete con las lluvias que inundan las sabanas. Niega toda orilla”...
Álvaro Mutis