sábado, 5 de julio de 2025

Extraños sucesos en alta mar

"En una verdadera noche oscura del alma siempre son las tres de la mañana"

Scott Fitzgerald



-¿Cómo lo llevas? Es una noche movidita, ¿No te parece?

-Sí, un poco, contestó el chico.

Habían zarpado al atardecer, y de eso ya hacía unas cuantas horas; el viento les empujaba por popa desde poniente y la mar había ido creciendo conforme se alejaban de la costa, al tiempo que la oscuridad había ido ganando terreno al cielo encapotado de nubes bajas, envolviendo al velero en el limbo atemporal que es la noche en la mar.

-¿A ti no te gusta mucho hablar, no?

-Bueno, a veces hablo. Otras veces no...

-Y hoy no es uno de tus días buenos, dijo el patrón.

-Estoy bien.

-¿Quieres un cigarrillo?, le dijo cuando sacó la cajetilla de Camel y se encendió uno en el hueco de la mano, tapándolo con su cuerpo encorvado.

- No me gusta el tabaco.

-OK. No te daré más la lata. Si no quieres hablar, por mí está bien. Los otros están todos abajo en la cabina, mareados como piojos. ¿Pero tú has navegado antes, no?

-Mi padre tiene un barco. Lo trajimos de Grecia.

-¡Vaya! Entonces tenemos aquí a todo un navegante...

No hubo repuesta al último intento de continuar la conversación. El chico permaneció callado, sentado en una esquina de los bancos de la bañera, escrutando desde sus gafas de buen estudiante la negrísima oscuridad de la noche que se iba tornando tormentosa. Una de esas noches de vacío absoluto, que te hacen sentir como envuelto en una tela opaca rasgada solo de tanto en tanto por los latigazos restallantes de los relámpagos. 
Apenas se veían las caras, iluminadas tenuemente por la luz de la bitácora. Las brasas del cigarrillo que se consumía rápidamente salían volando tras cada calada; pequeñas chispas rojas que se apagaban casi al instante. El viento continuaba subiendo preocupantemente y el patrón trataba inútilmente de vislumbrar la luz del faro del islote en el que había planeado fondear a sotavento, aguzando la vista y tratando de penetrar la lluvia y la oscuridad.

-"Esto de mirar y no ver las cosas no es algo razonable", pensó. Siempre le parecía el comienzo de algo malo, aunque sabía que había veces en las que no sólo se podía "mirar" con los ojos. Como marino experimentado podía interpretar las señales, las sutiles señas y guiños que la naturaleza mostraba, y aquélla noche las señales empezaban a no ser buenas... La sensación de cabalgar desbocado hacia la oscuridad en mitad de una tormenta y sin ver todavía los destellos del faro donde deberían aparecer empezó a resultarle preocupante.
Mientras tanto, el joven aspirante a patrón con aspecto de ratoncito de biblioteca, al que le asomaban los mechones del flequillo pegados a la frente como pequeñas algas de aprendiz de Poseidón bajo la capucha del chubasquero, continuaba inmóvil y silencioso como un fantasma. 

-Ni se te ocurra moverte de ahí si no quieres bajar a la cabina, ni mucho menos te sueltes el arnés del chaleco salvavidas, y avísame si quieres algo, ¿entendido?

-Si... 

-¡Jodido tipo raro para tenerlo como compañero de guardia!, masculló entre dientes mientras se asomaba sobre la capota en otro intento inútil de ver algo por proa.

- ¡Voy a bajar un segundo a calentarme un poco de "grooog"!, le dijo, girando la cabeza y gritando contra el viento, con las manos frías ahuecadas en tormo a la boca. ¡Ya lo tengo hecho, lo caliento y subooo! Solo será un segundo. ¿Quieres que te suba algooo?

-No...

-Está bieen. Aunque no te vendría mal tomar algo calienteee. Quédate quieto y no toques nadaaa. Y sobre todo, no te muevas de donde estás, ahora es peligroso de verdad, ¿entiendeees?

-Si...

-¡Pinche pendejo con sangre de horchata!, pensó mientras retiraba la lona que cubría la escotilla y bajaba la escala hacia la cámara.

Al entrar abajo, el panorama era poco alentador. Calor impregnado de humedad, el indescifrable olor mezcla de miedo y mareo de un grupo de personas hechas ovillos en el suelo, en los catres, en el sofá de la cámara; los ruidos de todo tipo de objetos entrechocando entre sí, los crujidos de las maderas con cada bandazo, las luces atenuadas de aparatos de navegación con dígitos en rojo. Nada fuera de lo normal dadas las circunstancias...
El anticipo de la sensación de bienestar que le proporcionaba la bebida caliente, encendió los ánimos del patrón, que ya se preparaba para las horas duras que sabía le quedaban por delante. 
Le había enseñado a hacerla su amigo Jaime el cocinero, un tipo capaz de preparar cualquier manjar sin importar lo más mínimo las condiciones de navegación; imperturbable ante los más violentos bandazos y cabezadas, como nacido para hacer eso y ninguna otra cosa, siempre sonriente y de excelente humor...
Con el recuerdo de su amigo en la cabeza y una sonrisa en los labios, calentó la mezcla de ron moreno, agua, clavo y azúcar, la añadió a su muy manchada por el uso taza de café y se dispuso a salir de nuevo a cubierta. 
El escenario no había cambiado para mejor: las olas eran más altas, el viento aullaba más fuerte, la oscuridad era más brutal... El pinche pendejo con sangre de horchata continuaba en su sitio, imperturbable. Como un elemento más del barco. Sin abrir la boca. Un punto inquietante...

- Voy a asomarme un poco a proa, a ver si distingo alguna luz, dijo el patrón sin ninguna esperanza ya de obtener respuesta, casi hablándose a sí mismo para darse compañía...

Nada. Solo la espuma del mar saltando estrepitosamente por las amuras. El único tono luminoso junto con los amenazadores relámpagos. Unos por arriba y otro por abajo, recordando que aún el velero estaba en este mundo y no había sido abducido a otro fantasmal y vacío. Hasta que de pronto...

-¿Qué demonios es eso?...

Una enorme esfera color verde fluorescente apareció frente al barco, a unos cien metros por la proa y unos cincuenta sobre la superficie del mar. Como una luna llena espectral y misteriosa, quieta durante unos segundos y luego descendiendo lentamente ante los ojos de perplejo patrón, que no entendía nada de lo que estaba viendo... Hasta que, tal como apareció, desapareció bajo el mar. 

-¿Lo has visto? Gritó volviendo la cabeza hacia el lugar de donde no se había movido en toda la travesía el pequeño ratón de biblioteca silencioso.

Y como si uno de los rayos que rompían el cielo nocturno a intervalos le hubiera caído encima directamente, sintió el terror fulminante de comprobar que el pinche ratón ya no estaba en su sitio. 
Corrió rápidamente a maniobrar para poner el barco a la capa, en un intento de pararlo y tratar de localizar al chico, bajó de un salto a la cabina gritando a la tripulación que buscaran por todos los rincones y que algunos salieran a cubierta inmediatamente con los chalecos puestos y todos los focos y linternas que pudieran encontrar, arrancó el motor y puso el barco a navegar contra las olas, al rumbo opuesto al que traían hasta hacía tan solo un momento. 

Nada.

Ni rastro del pequeño y desobediente aprendiz de ratón navegante...

Una angustia sorda comenzó a surgirle del pecho y acabó agolpada en sus ojos en unas incipientes lágrimas de dolor. No iba a ser posible sobrevivir en una mar como aquella en una noche como aquella si había caído por la borda. No cabía esperar sino un milagro. Y sabía que de esos pasaban pocos.
Dieron vueltas y más vueltas, gritaron, alumbraron con todas las luces que tenían a su alcance...

Nada... 

Mientras ordenó a los tripulantes seguir buscando, decidió bajar de nuevo a la cabina. Revisó todos los rincones de proa a popa, levantó mantas, equipajes, encendió todas las luces, abrió puertas y tambuchos, hasta que en uno de los camarotes de popa, al fondo, semioculto tras un montón de mochilas y sacos de dormir, asomaron unos pelos tiesos de ratón, y unos ojos negros y redondos tras unas gafas de montura plateada lo miraron con una mezcla de cansancio y terror.

Se sucedieron gritos, insultos, abrazos flojera de piernas, cansancio infinito, odio visceral a los barcos, al mar, a las esferas de color verde fluorescente que aparecían de la nada y desaparecían como habían llegado, al viento, a los rayos, al movimiento desbocado, al olor a humanidad en la cabina, a los aprendices de navegantes que caen por la borda (o no), a los faros que no mostraban sus destellos...

Dio orden de poner rumbo a tierra a motor y vela, y el velero comenzó a abrirse camino contra las olas que saltaban por proa y llegaban hasta popa, empapándolo todo, incluido el patrón. No se habló más del asunto, de ninguno de los dos, en toda la travesía y al romper el alba, las luces de la bocana y las aguas tranquilas del puerto recibieron al barco y a su tripulación. 

Tras las despedidas, los abrazos, los agradecimientos, los tripulantes se marcharon. El patrón se quedó solo a bordo ordenando y baldeando el barco para limpiar el salitre que había llegado hasta la perilla del mástil, mientras algunas canas más habían comenzado a adornar su cabeza, las ojeras oscurecían sus enrojecidos ojos, la piel de su cara brillaba por el frío y el insomnio y el salitre y el calor, y todo su cuerpo dolía de cansancio. 

Luego bajó a la camareta, se preparó un negroni, encendió un camel y flotando en la quietud de las aguas del puerto, oyendo las voces de los tripulantes de los barcos vecinos que llegaban para una jornada de regatas, pensó: 

-¡Qué diablos! No hay nada como una navegación dura, ver una esfera misteriosa en mitad del mar, casi perder un ratoncito travieso y llegar a puerto sano y salvo para poder contarlo y sentirte más vivo de lo que te has sentido nunca...

Y así, con el efecto del negroni y el cansancio narcótico, cayó en un profundo sueño que lo llevó a zarpar de nuevo rumbo a otras singladuras.

 


miércoles, 18 de junio de 2025

Museo Las caracolas

"No había sido fácil regresar ni romper las cadenas de responsabilidades formadas que, según parece, son tan livianas como una tela de araña pero sujetan como cables de acero"

"Al romper el alba"


Aquel día llovía a cántaros, torrencialmente; un auténtico diluvio casi universal. El cielo mostraba un color negro de fin del mundo, aterrador, y el viento soplaba huracanado, desatado; un vendaval de mil demonios, todos silbando a la vez. Los elementos en su apogeo invernal en la bahía de Cádiz. La mar acerada, oscura y peligrosa, con blancos penachos de olas rompientes acabando en estrepitoso impacto contra las rocas de los espigones o muriendo mansamente al final de su largo recorrido sobre la fina arena de las anchas y vacías playas.

El plan era ir a los puertos deportivos cercanos a ofrecerse como tripulantes ocasionales de veleros para salir los fines de semana, aunque con aquél tiempo infame lo más probable es que estuvieran desiertos, poblados tan solo por los marineros de guardia refugiados en sus garitas y preocupados por la seguridad de los barcos. De modo que en lugar de eso, pusieron proa (figurada y terrestre) a Sanlúcar de Barrameda con la intención de alejarse del temporal.

Riadas de agua corrían por las calles de adoquines entre casas blancas cerradas a cal y canto; los balcones con techumbre de madera y hierro chorreantes como fuentes; las bodegas de manzanilla con sus grandes portones y ventanas enrejadas trincadas. La ciudad desierta, sin refugio posible. La única salvación era buscar un bar. Y éste apareció bajo el colgante, empapado, y deseado cartel: Bar "El conejo". 

El suelo hecho una pasta mezcla de serrín y pisadas de suelas empapadas, de agua de paraguas y servilletas de papel mojadas, la gente agolpada frente a la barra con sus copas de manzanilla en ristre; unas chicas de la tuna cantando sus canciones, con sus capas negras, sus pantalones bombachos, sus cintas de colores y escudos de ciudades. En las vitrinas del mostrador, tapas de pijotas, tortillitas de camarones, gambas blancas, navajas... En el pequeño espacio, conversaciones en alta voz, risas, gritos... El mundo exterior, el cielo sombrío, la soledad de las calles y el mal tiempo quedaban muy lejos ahora, amortiguados y sustituidos por el calor  humano, la felicidad, la alegría, el vino compartido, la música de la tuna... Se había traspasado el umbral que separa la barbarie natural de la civilización.

Cuando finalmente amainó la tormenta, pudieron salir de nuevo a descubierto y desde la parte alta de la ciudad vieron una extravagante construcción, con banderas piratas y gallardetes ondeando en la terraza; olas encrespadas y aros salvavidas; peces de alta mar y  barriles de ron; escalas de gato y un batiburrillo de carteles: "80.000 caracolas". "La vida de Sanlúcar al alcance de todos..."" Y en la entrada, un gran letrero:" Museo del mar Las caracolas."








La entrada estaba cerrada, el día seguía gris, una nota en la puerta instaba a llamar si se quería visitar el museo y al tocar el timbre, un señor mayor con gabán marinero y gorra azul bajo la que asomaba una blanca coleta sacó la cabeza por una de las ventanas que daban al callejón del Truco y pidió amablemente ser esperado hasta que bajara.

Cuando finalmente abrió y los visitantes accedieron al edificio-barco, un olor extraño surgió de las habitaciones, o quizá deberíamos decir camarotes, o de la bodega de la casa-barco: algo así como un tufo a pescado en descomposición, rancio, un punto desagradable, aunque eso no les disuadió de seguir a Antonio Garrido para que les enseñara el museo. Precio: La voluntad.

Todas las paredes se encontraban cubiertas de caracolas de mar. Cientos, miles de ellas pegadas a la pared por todas partes sin dejar ni un hueco, salvo los ocupados por las también cientos de fotos y cuadros que las adornaban. Las fotos correspondían a antiguos barcos, visitas de reyes, recortes de periódico relativos a acontecimientos acaecidos en la ciudad, y muchos otros y dispares motivos; un batiburrillo hipnotizante y en cierto modo mágico.

Mientras los viajeros admiraban toda esta amalgama de objetos, Antonio les iba explicando todo con su acento andaluz y entonación y maneras de guía turístico que ha repetido hasta la saciedad las mismas cosas, algunas  curiosas, por ejemplo:

¿Saben ustedes de dónde viene el nombre de Sanlúcar de Barrameda? Pues cuando los barcos tenían que pasar la barra de arena para llegar a puerto, el patrón preguntaba al marinero encargado de la sonda: ¿Barra me daaa?, y éste respondía por ejemplo: "Arena cuatro brazaaaas". Así pues, el nombre de la ciudad viene de "Santo lugar de barra me da..."

¿Saben ustedes por qué a las prostitutas se les llamaba rameras? Pues porque en las casas en las que trabajaban solían poner una ramita de romero en la puerta para que los clientes supieran que allí podían atenderlos...

Y así, entre explicación y sorpresa ante la cantidad de objetos heterogéneos que este hombre anciano había acumulado en aquella casa, llegamos al lugar desde el que emanaba el efluvio extraño que impregnaba todo el lugar. En el salón principal, o bodega (no olvidemos que estamos en un barco) cerca de la litera de marino con cortinilla en la que Antonio nos dijo que dormía, había un gran cesto de mimbre lleno de algo que se vendía como "souvenir": Cientos de mandíbulas de marrajos y tiburones. ¡Ajá! ¡Misterio resuelto!

Luego nos hizo pasar a una sala, cerró unas cortinas, apagó la luz dejando solo una tenue bombilla de color rojo y, metiendo las manos en una mesa preparada al efecto llena de arena, piedras y conchas, imitó el sonido de las olas moviendo todo el conjunto hasta conseguir crear la sensación de que se estaba al borde mismo del mar... Algo verdaderamente increíble y con un efecto real y ciertamente relajante.

Al finalizar la visita, al despedirnos, Antonio Garrido habló de que querían derribar su casa, hundir su barco querido. Estaba viejo y los tiburones inmobiliarios querían construir casas nuevas en su lugar. Él estaba tratando de defenderse con sus pequeños cañones hechos de recuerdos y amor al mar y la espada de ilusiones preparada, pero la batalla se presentaba difícil. El gran barco pirata armado hasta las bordas venía listo para el ataque, aunque él estaba dispuesto a hundirse con su barco destartalado, querido, varado en el tiempo y cargado de historias.

Nunca supimos como acabó su viaje, pero en ese día gris y desapacible, al volver la vista en la distancia para ver su museo por última vez antes de marcharnos, le deseé de corazón que su barco consiguiera seguir a flote y navegar aunque fuera una última singladura más...





miércoles, 15 de enero de 2025

Tormenta

“El calor del trópico entraba por la ventana y me envolvía con su presencia mansa y protectora, como una antigua amistad que me acogía de nuevo con rutinaria familiaridad. Pensé en lo que venía de padecer y, como siempre también, al recordarlo sentí como si fuera otro el que vivió tan descabelladas experiencias y conoció seres cuya huella seguramente registraría la memoria para siempre pero que, al mismo tiempo, se me presentaban como desasidos y ajenos al signo de mis desplazamientos.” 

Maqroll el Gaviero. Amirbar.




-¡Morsa!, ¡El timón, compañero! 

El grito vuela con el fuerte viento junto con las gotas de lluvia, que se clavan como agujas en la ancha cara de "Morsa" Ushuaia, el timonel de la goleta "Melkart". 

Quince años al mando del capitán Danforth Bravanti. 

-¡Quince años!, piensa Morsa. -Toda una vida... 

Los crujidos de la madera; el olor a humedad, a tabaco de pipa; los sobresaltos para arriar vela a medianoche. 

Quince años de frío, soledad y angustia. 

-¡Morsa, todo a estribor! ¡Costa a sotavento, amigo! ¡Rápido!, grita el capitán Danforth 

Quince años de penalidades, gritos, órdenes... Demasiado tiempo... 

Moon mira a través de la ventana cómo la tormenta azota la costa, pensando en su padre. Casi un desconocido. A sus quince años, poco recuerda de él. 

¡Quince años, toda una vida! 

Al fin, en la noche, todo acaba. De golpe, quince años se desvanecen en la niebla del tiempo.






viernes, 24 de mayo de 2024

Louro do catamarán

 

Sao Luis do Maranhao, Brasil. El cantante callejero sentado en un taburete en la calle empedrada, derrama melodías de bossa nova con su guitarra y su voz en directo por la noche tropical. Canciones de Vinicius de Moraes, Tom Jobim, Caetano Veloso, Gal Costa...   

Las notas musicales vuelan como transportadas en nubes de vapor, amortiguadas, nítidas aunque algo descoloridas; son el fondo de apagadas conversaciones y carcajadas ocasionales y se pierden entre el verdor húmedo de la vegetación que cuelga y cubre las paredes pintadas de vivos colores, salpicadas aquí y allá de manchas de moho y desconchones. Muros de casas antiguas, de residencias coloniales, teñidos de historia y de pasado.        

Al tiempo, Jossi y Luana con veraniegos vestidos de tirantes y pieles morenas y húmedas de sudor, y los dos viajeros, beben y ríen envueltos en la atmósfera tropical de esta población costera. Después de un largo periplo por la selva amazónica los cuerpos y las mentes se relajan por el efecto de los vasos de ron y la compañía de otras personas, lejos de las picaduras de insectos, las lluvias torrenciales, la soledad y las incomodidades. La conversación fluye relajada, la noche es joven y no hay prisa, aunque mañana espera Alcántara y el barco zarpa  temprano coincidiendo con la marea, hacia las siete. Si éste se pierde, hay que esperar hasta la siguiente pleamar. No es un trayecto largo, apenas una hora, pero el horario lo marca la mar. Nada nuevo.

Alcántara vive rodeada de abundante vegetación y aguas de colores cambiantes, con el predominio del marrón que producen las fuertes corrientes y las mareas al remover el fondo. El contraste de dos colores, el verde y el marrón, es una constante en los paisajes brasileños, aunque en este caso hacen su aparición también el azul del mar profundo y el rojo o el amarillo de las velas triangulares de las jangadas, formando una espléndida sinfonía cromática. Bellísima. Aguas marrones en la costa, azules mar adentro y salpicadas de triángulos de vivos colores.

Calles solitarias

Tiempo detenido

En Alcántara se detuvo el reloj y en sus calles flota una atmósfera de presente sobreviviendo al pasado a duras penas. De antiguo esplendor venido a menos; se alternan antiguas casas señoriales abandonadas con otras aún habitadas, por las que pululan silenciosos fantasmas de ricos hacendados portugueses y negros esclavos africanos amparados por un misterioso silencio. Es algo alejado de todas partes, perdido en el espacio y el tiempo. En el museo situado en la antigua casa de los señores del lugar, Condes, el viajero es el único visitante y una señora negra con gafas plateadas y cabello nevado le habla a veces casi a gritos cuando pone énfasis en algo; otras veces entre bostezos.... Un señor flaco, con gafas plateadas y cabello nevado igualmente, le hace firmar el libro de visitas y pagar un real. Él no habla. Es una casa señorial cuya fachada da a una plaza donde hay una iglesia semi-derruida de la cual sólo queda la parte delantera y un pilar rodeado de cadenas donde se ataba a los esclavos negros para ser azotados a latigazos; el Pelourinho. 

Pelourinho

El suelo es de madera y crujiente, ruidoso en el silencio; La casa tiene dos pisos y conserva sobre todo muebles y recuerdos de esta familia de hacendados y políticos portugueses. Hay ganchos en las paredes para colgar hamacas; fotografías y retratos en tonos sepia; máquinas antiguas de coser; telares; escopetas; porcelana, etc... Un pozo sobre el que descansa un gran lagarto verde... Es como entrar en la máquina del tiempo y volver a un  pasado en el que éste se ha detenido. Casi misterioso, como en esas películas que muestran ciudades en otros tiempos esplendorosas y en el presente semi-olvidadas e invadidas por la exuberante vegetación en un lugar apartado y exótico.

A la hora de la siesta hace calor y todo está en silencio. Silencio solo roto por la charla de algunas personas en la distancia, que despiertan al viajero y en el sopor de la siesta que echa en un banco, le parece ver a unos esclavos transportando a un señorito tumbado en una hamaca colgada de un travesaño, aunque experiencias anteriores en extraños lugares en los que se mezclan la realidad y los sueños le hace no pensarlo demasiado. Son cosas que pasan...

En el duermevela, el viajero recrea un tanto intranquilo el episodio que vivió nada más bajar del barco a la llegada: Un tipo joven, de treinta y tantos años, venía a bordo. Charlatán, escandaloso, haciéndose notar, pretendiendo ser divertido... Al llegar a tierra, los pasajeros se dispersaron y al rato de deambular, el viajero pasó junto a un bar en el que se encontraba dicho personaje junto con un grupo de chavales, el mayor de los cuales no pasaba de los dieciséis años, bebiendo cerveza y jugando a las cartas. Al ser invitado, sin pensarlo mucho ya que en estos viajes tiene tendencia a compartir momentos y experiencias con los lugareños, acepta y se une a la partida de cartas e invita a unas cervezas. Pasado el rato, decide continuar con su visita en solitario y se despide del grupo. Pero el personaje histriónico tenía otros planes. Se levanta de la mesa y comienza a caminar junto al viajero insistiéndole en que se encuentra muy solo y quiere acompañarle. Lo hace de una manera llorosa e implorante, agobiante, lo cual comienza a poner nervioso al viajero que una y otra vez le hace saber que quiere continuar solo. La insistencia los lleva caminando hacia unas calles apartadas y terrizas en las que comienzan a aparecer los chavales que jugaban y bebían con el personaje al comienzo de la llegada a Alcántara. Toda una comitiva acompaña ya al viajero, que más que incomodado se siente acosado y en franco peligro de ser desvalijado de las pocas pertenencias que lleva consigo, de modo que piensa que más vale actuar rápido antes de que sea demasiado tarde... Sin mediar más palabra, asesta un certero puñetazo directo a la cara del personaje que lo tumba instantáneamente en el suelo, ante la incredulidad del grupo de jovenzuelos. Esperando lo peor, el viajero se da la vuelta y continúa caminando, atento a la previsible reacción del grupo. Pero nada sucede. No mira atrás, continua su camino y aparentemente los demás también. Pudo haberse convertido en una situación complicada...

Al rato, es despertado de sus sueños en el banco para ser informado de que alguien pregunta por el extranjero de las barbas. Lo llevan en furgoneta a una playa apartada y allí ve a su amigo tomándose unas cervezas. Ya relajado, el viajero se echa en una hamaca que había allí colgada y duerme una agradable siesta.

De vuelta en el embarcadero, observa con sorpresa que al contrario que a la llegada, cuando se podía desembarcar sin problemas, ahora el barco está varios metros más abajo y hay que descender hacia él por unas escaleras y acceder a través de otro barco abarloado. Le sorprende igualmente que el barco inicie la marcha y sea capaz de navegar en aguas tan poco profundas. La solución consiste, evidentemente, en el poco calado de la embarcación y esto provoca que el balanceo al salir a aguas más profundas sea realmente espectacular.

Sin embargo, en la playa se encuentra un catamarán semi-varado en espera de la subida de la marea y su patrón se ofrece amablemente a hacer el trayecto de vuelta. Es un blanco alto y simpático; ofrece unas cervezas y como el viajero es patrón también, le deja a cargo del timón. Este tipo es de Río de Janeiro y lleva un año por aquí. Tiene como marinero a un joven ayudante negro. Su catamarán es rústico pero efectivo; es de color blanco con las velas verdes. En la tarjeta de visita que tiende al viajero, se puede leer:

“Catamará Marupiara, Fretes, Turismo e Transporte Passageiro de Sao Luís a Alcántara e Alcántara a Sao Luís.

Conheça as belas ilhas, como Ilha do Livramento, Ilha do Medo e Ilha do Cajual”

El nombre de nuestro amigo es Lindolfo, ou “Louro do catamará”.

Mucho más auténtico y relajante que el barco de pasaje, la llegada concluye varando en una playa próxima a la ciudad en una especie de lengua de tierra parecida a una duna que horas más tarde será tapada por las aguas. Da tiempo a un baño, aunque debido a los piojos de peces, una especie de gusanos acuáticos, éste no sea más que un entrar y salir del agua. El louro do catamará y su joven marinero se despiden con cierta promesa de unas cervezas por la noche que nunca se cumplirá. 

Como durante todo el largo viaje por Brasil, este país mágico, las personas encontradas y las experiencias vividas distan mucho de ser como uno espera. Las reacciones, los encuentros, los apegos, los paisajes, la espontaneidad, la música... Todo está envuelto en la magia del presente y el futuro incierto. La vida es hoy e intensa, alegre. El mañana es algo lejano e inasible, carente de mucho sentido.

Igual que la promesa de las cervezas en la noche; como las notas de Bossa nova en la húmeda atmósfera; igual que el encuentro con Luana y Jossi; como los ruidos de los insectos en la selva; igual que el transcurrir del Amazonas. 

Como las travesías de Lindolfo y su marinero...


Pequeñas dunas que serán cubiertas por la marea

Jangada

domingo, 22 de enero de 2023

Diarios del Mar del Norte.




(…) por el nudo de pavor y fatiga que nace en la garganta del maquinista, que sólo sabe del mar por su ciega embestida contra los costados que crujen tristemente;

(…) por los que hacen el tercer cuarto de guardia y susurran canciones de olvido y pena para espantar el sueño; 

(…) por el gaviero que fui, casi niño, mirando hacia las islas que nunca aparecían, anunciando los cardúmenes que siempre se escapaban al cambiar bruscamente de rumbo, llorando el primer amor que nunca más volví a ver; 

(…) por todos los que ya no están con nosotros; por los que bajaron en tumbos resignados hasta yacer en el fondo de corales y peces cuyos ojos se han borrado; por los que barrió la ola y nunca más supimos de su suerte; por el que perdió la mano tratando de fijar una amarra en los obenques; por el que sueña con una mujer que es de otro mientras pinta de minio las manchas de óxido del casco;
 
(…) por el que aseguraba que las mujeres saben navegar mejor que los hombres, pero lo ocultan celosamente desde el principio de los tiempos; por los que susurran en las hamacas nombres de montañas y valles y al llegar a tierra no los reconocen;
 
(…) por todos los que ahora están navegando; por los que van a partir mañana; por los que llegan al puerto y no saben lo que les espera; por todos los que han vivido, padecido, llorado, cantado, amado y muerto en el mar; por todo esto, Amirbar, aplaca tu congoja y no te ensañes contra mí.
 
(…) Amén. 

Maqroll el Gaviero. Amirbar.


Timón del "Viking Skye"



Recojo a continuación extractos de los diarios escritos durante los dos años pasados navegando por las aguas de Reino Unido y Noruega, desde Aberdeen y Stavanger, hasta los 62º de latitud norte. 

"La lluvia en la mar es como un llanto estéril, una humedad al cuadrado, una soledad gris, una cortina que separa de todo lo que signifique refugio o protección. Cuando llueve en la mar, el ánimo se empapa de una indescifrable melancolía, los recuerdos se vuelven más lejanos, las brumas se extienden y anulan toda noción de tiempo, provocando un limbo estático y perdido. No queda el consuelo del olor a tierra mojada tras la lluvia en la mar, tan sólo el agua gris y calma, eterna, inagotable, arrasadora del ánimo y la voluntad. 

Puede que el tiempo pase estéril, que los días se multipliquen incontables e idénticos. Puede que las horas transcurran lentas en un goteo de minutos cuyo eco se pierde en el imposible laberinto de mamparos, en las tuberías sin fin, en las soledades de la cámara en la madrugada. Puede que cada segundo que transcurre sea para recordarnos el implacable acercarse del fin, ese que dota de sentido a todos los días, horas, minutos y segundos. Puede que en un navío el tiempo sea más largo. Puede que se detenga a veces. Puede que el pasado, el presente y el futuro se barajen en caprichoso desorden. Puede que esto sea la causa de la confusión del marino en tierra. Puede… 

La monotonía; el lento discurrir de los días sin variación; las mismas caras, los mismos horarios, las mismas faenas, el mismo mar, las mismas nubes. Todo tan distinto y tan igual cada día. Los ruidos. Máquinas, crujidos, voces en los pasillos, alarmas, el soplar del viento afuera, las olas al golpear contra el casco. Todos tan distintos y tan iguales cada día." 


Stand-by. Calma previa a la tempestad.
 



Aberdeen, 16 de Diciembre 

Carreteras costeras del norte de Escocia; paisaje inhóspito como el de los altiplanos, frío, mucho frío, nieve cayendo salvajemente arrastrada por el viento. De verde y marrón, todo pasa a ser blanco. El mar se mueve lentamente aunque en enormes masas de agua con blancas crestas. Los pueblos son pequeños y poco habitados; algunos con antiguas y acogedoras casas decoradas para la navidad. Stonehaven con un pequeño puerto; Peterhead con un espigado faro rojo y blanco. El humo del hogar sale por las chimeneas; las ovejas y los caballos pequeños, robustos y peludos capean el temporal. El invierno en Escocia es duro para un malagueño. 


Aberdeen, 22 de Diciembre 

Mañana embarco en el “Viking Raasay” como segundo oficial. James y yo llevamos ya once días en Escocia y en este tiempo hemos aprendido cómo funcionan las cosas de la marina mercante en el Reino Unido, además de haber hecho algunos contactos y dos cursos de especialización. Hace justo un año tomaba café con churros en Cádiz con dos de mis profesores y algunos compañeros, recién terminado el curso. No hubiera creído entonces que iba a embarcar tan pronto como oficial, y en el Mar del Norte. Las Inquietudes de Shanti Andía, Maqroll el Gaviero, Lord Jim, me siguen empujando… 

Barnie es un cocinero de barco inglés, alto, desgarbado, con barba pelirroja, ojos azules de San Bernardo, fumador infatigable, con los brazos tatuados, embarcado en supliers que trabajan en Brasil, Singapur y Nigeria. Está empeñado en ponerme en contacto con un amigo suyo que se encarga de reclutar el personal para esta empresa, aunque de momento aún no he embarcado siquiera en la que me contrata; de todas formas, está bien tener contactos. 
Barnie copia mis respuestas en los exámenes que hacemos esta semana en el curso, aunque yo le dejo hacer; de todas formas es el cocinero y no está muy interesado en rescates o salvamentos. Su frase: “All right mate?” 


En algún lugar del Mar del Norte

Nos movemos zarandeados por el océano. Día de Navidad con pavo y un regalo que unas señoras del Ejército de Salvación nos  hace a los marinos que estamos lejos del hogar: un paquetito con jabón, pasta y cepillo de dientes, un gorrito, un block y un librito de oraciones. La verdad, se agradece. 
Las guardias las hago de doce a cuatro de la tarde y de la madrugada; no hay mucho que hacer, pues no nos movemos de los alrededores de una plataforma petrolífera. De momento corrijo las cartas de navegación y me familiarizo con todos los instrumentos del puente; la radio escupe enigmáticas frases en todos los acentos de la parla inglesa que me resultan bastante ininteligibles. Me acompaña siempre un marinero viejo y afable, Robert, hombre cordial que me hace pasar el tiempo más tranquilo y veloz. 

El capitán, Marc Hooson, tiene cincuenta y cuatro años y treinta y ocho de mar. Es galés, aunque el color de su piel y los rizos de su cabello lo delatan de procedencia colonial. Educado, sonriente y encantador. Una auténtica suerte haber dado con él. 
El primer oficial, más rudo, gordito, tatuado hasta los dedos de las manos, se llama Malcom y antes de llegar yo ocupaba el puesto de segundo oficial; ahora, después de dos años, ha ascendido a primero. En el cambio de guardia, cuando hacemos el relevo, lo único que intercambiamos en un "hello" por mi parte y una especie de gruñido por la suya. 
Al resto de la tripulación la voy conociendo poco a poco entre guardia y guardia. Collin, Wal y John son los maquinistas. Collin parece Mr. Potato, bajito, rechoncho, con los brazos y las piernas muy delgadas, chistoso y de ojos vivos. Wal es polaco, canoso y con una perilla al estilo D´Artagnan; simpático y con un inglés básico y rudo. Me enumera todas las ciudades que ha visitado de España. John es el jefe de máquinas. Alto, delgado y con la mandíbula rota en algún accidente. Cara de buena persona. 


Captain Hooson y Robert


29/12/05 Mar del Norte, entre Escocia y Dinamarca

Comienzo a acostumbrarme a la rutina del barco. Ayer de madrugada, durante mi guardia, una tremenda nevada nos cubrió de blanco y me dejó con la única referencia de un puntito en la pantalla del radar. Por un momento me sentí perdido y un frío escalofrío me recorrió la espalda. De todas formas, hasta el momento todo va bien. A pesar de que creo que el tiempo aquí es infame, los compañeros me dicen que aún no he visto nada. Ceo que prefiero no verlo. Las guardias las paso medio tenso, medio contento, disfrutando del mar, de mi nuevo puesto y de todo lo que estoy aprendiendo. 
Hoy, al levantarme y subir al puente para hacer mi guardia, me encuentro con que la plataforma Arctic IV está justo por la proa, a unos cincuenta metros. A esto es a lo que le llaman: “close stanby”, y consiste en mantener el barco parado cerca de la plataforma mientras haya operarios trabajando en lugares peligrosos. De modo que me pongo a los mandos y con los dos motores y el timón, trato de mantener al dichoso barquito en su sitio con la proa enfilando olas de casi cuatro metros. No contentos con esto, nos anuncian también un helicóptero que va a recoger a siete personas que están en la otra plataforma de la que nos hacemos cargo: “Erskine”, así que la radio no para. Ahora hay que botar la lancha auxiliar para poder cubrir las dos plataformas. Ha sido una guardia intensa, que me ha dejado la espalda hecha polvo por la tensión. El capitán me dio cinco minutos para hacerme con el manejo del barco en esta situación y la radio, aunque mi inglés está mejorando a pasos agigantados, sigue siendo un instrumento de tortura. He de agradecer a mi amigo Bob, el viejo marinero, la ayuda que me está prestando. 


12/01/06 

Seguimos con temporal SSW, fuerza 9, lo que traducido significa: 45 nudos de viento de media y olas de 5 y 6 metros. La mar blanca. Al cabo de unos días así el cuerpo se resiente un poco del movimiento, aunque la expectativa del desembarco en una semana lo hace más llevadero. 
Aparte de unas pocas gaviotas, no he visto ningún otro ser viviente en las tres semanas que llevamos aquí. Verdaderamente, el clima no es de lo más delicioso. 
Bob me presta por las tardes un reproductor de DVD y paso parte de las mismas viendo películas. El inglés sigue mejorando, aunque cuando a la hora de la comida mis compañeros parlan en su “slang”, me entero de más bien poco. Es cuestión de tiempo. 
La comida es una mierda del diez, todos los días carne para el almuerzo y la cena, arroz con unas especias que siempre se repiten, curry, puré de patatas, guisantes y poco más. Shepper´s pie, chopped pork, beef al estilo Aberdeen y más porquerías inglesas por el estilo. El cocinero, Joe, es brasileño aunque lleva veinte años viviendo en Inglaterra. No ha vuelto a Brasil ni para ver a su familia. Se pasa el día viendo pelis porno, habla un inglés malísimo y está a punto de jubilarse. Como el sueño está cambiado por las guardias, no desayuno más que un zumo y un té, no almuerzo, ya que la hora de comer es a las once y media, y cenamos a las cuatro y media, que es la única comida decente que hago.


Temporal


12/03/06 

Mareado en mitad de una tempestad en el Atlántico norte. Llevamos dos días dando balances y cabezadas como locos; olas de hasta diez metros y un tiempo infame. Navegamos más allá de 60º de latitud norte, más arriba de las islas Shetland. El BUE SKYE es un barco viejo pero seguro, antiguo pesquero ártico reconvertido, construido en 1968; el camarote es bastante más cutre que el del barco anterior, ni siquiera tiene lavabo dentro. La noche anterior a zarpar salí con el capitán y algunos compañeros, me bebí no sé cuántas pintas de cerveza y acabamos en un local de strip tease. Me faltaba ver el lado sórdido de la ciudad. Al día siguiente lo pagué caro y vomité hasta los higadillos. ¡Menudo estreno! Mis temores en cuanto a la tripulación se han disipado, son bastante buena gente, en especial el capitán, un tipo joven de Shetland amable y enrollado, aunque es sólo provisional, pues en unos pocos días recogeremos al que es el capitán habitual de este barco, hombre de sesenta y cinco años y poeta, dicen que no habla mucho y por los papeles que tiene en el puente, escribe con perfecta y anacrónica caligrafía. Ya veremos qué tal es. 
Por otro lado, el examen que tenía que hacer lo aprobé, y el de inglés que me pedían para tener la equivalencia del título español me lo hizo un capitán de la mercante y lo aprobé también, por lo tanto, otro de los objetivos de este año está cumplido. 

Pues ocurre que hace dos noches durante mi turno de guardia, y concretamente a las tres de la mañana, se rompió el timón del barco. 
Estaba tranquilamente corrigiendo cartas de navegación cuando noté que caíamos a estribor sin control; cambié de automático a manual y nada, seguíamos cayendo. Como teníamos un barco a rumbo de colisión y a menos de dos millas de distancia, llamé al capitán y al primer oficial, que subieron al puente en el acto. Tras múltiples intentos fallidos de arreglar la situación, se puso en funcionamiento el aquamaster, que es un medio de gobierno del buque alternativo que se usa para maniobras complicadas, y con éste conseguimos volver a rumbo. La cosa es que el timón no ha vuelto a funcionar hasta el día de hoy, y ahora vamos camino de un puerto de Edimburgo para entrar en dique seco y tratar de solucionar el tema; dicen que es posible que lo hayamos perdido, y por tanto habrá que fabricar uno nuevo, lo que unido a tres días de viaje, puede convertirse en una semana o más que estaremos fuera de servicio. ¡Con lo bien que hubiera estado en el Raasay otra vez! En este barco todo son cambios y sorpresas, lo cual hace mi trabajo más difícil y me tiene en vilo esperando a ver dónde meto la pata. En fin, de momento se va pasando el embarque. 


17/03/06  Firth of Forth, a unos treinta kilómetros de Edimburgo. 

Inmensa ría en la que el agua salada del mar del Norte se mezcla con la dulce del río Forth creando un grandioso canal de navegación de color marrón a veces, verde turbio otras, que es recorrido por grandes barcos mercantes de camino al impresionante y horroroso complejo industrial y astilleros que se encuentran en su tramo inicial. Al principio, verdes laderas salpicadas de pueblecitos adornan ambos flancos del canal; bosques de árboles pelados, salpicaduras de nieve, iglesias al borde del agua en islas casi despobladas, dan paso poco después a chimeneas barrigonas humeantes, a edificios grises albergue de pestilentes fábricas, a montones de madera apilados junto a los muelles, a barcos de aspecto frío y destartalado poblados por fantasmas de otras banderas. El cielo luce azul, manchado tan sólo por algunas deshilachadas nubes; el frío corta como una espada de acero. 


Firth of Forth




09/05/06 

Flotando en mitad de un campo de plataformas petrolíferas llamado “Forties”, a unas cien millas náuticas al nordeste de Aberdeen. El mar está liso como un plato de sopa; la luna redonda y blanca nos observa desde la altura y pinta un surco arrugado sobre la superficie del agua. Las miles de luces de las plataformas las hacen parecer pequeñas ciudades del futuro, aisladas y autosuficientes, humeantes y misteriosas, habitadas por huraños y afanados seres en continua actividad. 
Los días pasados hemos saltado sobre las olas en las lanchas neumáticas, hemos hecho ejercicios de recuperación de náufragos, se ha compensado la aguja náutica y, en definitiva, no ha faltado la acción. Mejor, así el tiempo pasa más deprisa. Increíblemente, el mar estaba hoy como podría estar el mediterráneo en un precioso día de primavera, tranquilo, azul, con el sol reflejado sobre su superficie, espléndido. Un pequeño pajarillo parecido a un gorrión, pero con el pecho naranja y un penacho verde en torno al cuello, se ha colado en el puente. 



08/07/06 

Flotando en aguas holandesas, junto a una plataforma llamada: “Noble Kolskaya”. Antes de comenzar a hacer recapitulación de lo acaecido durante todo el mes en que no he escrito una sola letra, he de comentar que el tipo del que hablaba arriba y que ví en el aeropuerto de París, seguía allí cuando volví a perder siete horas de mi vida en ese aeropuerto por culpa de Air France hace tan sólo nueve días. He de deducir, por tanto, que es una especie de vagabundo residente allí. En fin, anotado este pequeño detalle, paso a recordar a grandes rasgos lo hecho durante el mes de vacaciones. 
Este embarque me está resultando un poco estresante debido en gran medida a mi inclinación a preocuparme en exceso por mis responsabilidades y por qué pensará mi jefe de mi trabajo o de mis capacidades. Mi jefe en este caso es el primer oficial, hombre a mi juicio excesivamente metódico y puntilloso, que ha asumido el rol de capitán debido a la despreocupación de éste último de sus funciones debida a su próxima jubilación. Son ambos, como muchos de los compañeros que navegan en esta empresa, pescadores reconvertidos, de escasa cultura y preparación y anclados a manías ancestrales. De cualquier forma, he decir también que me está enseñando de buen grado todo cuanto debo saber para desempeñar mi trabajo y que sus maneras conmigo no son del todo descorteses. Se trata mayormente de mí; siento una responsabilidad que a veces me abruma. Aparte de esto, el tiempo está siendo magnífico, exceptuando dos o tres días de niebla cerrada que no permitían ver más allá de trescientos metros. Los días son muy largos y la claridad se extiende hasta bien entrada la noche. El mar de día adquiere, con la neblina, una tonalidad verde espesa, relajante, casi artificial. Los compañeros salen a tomar el sol en cubierta. El primero los llama: “familia de ballenas rosa”. Por cierto, hace dos días ví una ballena solitaria saltando a una media milla por nuestro costado de babor; parecía disfrutar alegremente del buen tiempo y por un momento, según se acercaba despreocupada, temí que viniera a estrellarse con nosotros. 


Sábado, 03 de septiembre de 2006 

Tarde-noche de sábado sobre un mar gris, oscuro y salpicado por la lluvia. El cielo, por supuesto, gris, oscuro y descargando lluvia. Estos últimos días, Antonio Tabucchi ha desgranado la historia sobre lo que sostenía Pereira con una maestría teñida de la melancólica luz de Lisboa y de la siempre entrañable calidez de los héroes cotidianos, muy apropiado para acompañar el clima que envuelve al barco. En esta tarde-noche de sábado de reclusión en el camarote y lectura, Mario Benedetti suple a la estufa calentando con sus cuentos el alma del marino andaluz y dándole a su mente trabajo para madurar. Definitivamente, entre tanto angloparlante es más que gratificante admirar la belleza del idioma materno con la lectura de delicados y preciosos textos que lo hacen lucir en toda su grandeza y esplendor. En estos momentos, más que siempre, la literatura se revela una vez más como tabla de salvación ante el tedio y la sinrazón de la cotidiana existencia. Aquí sin novedad, salvo los dos polacos que ejercen de Jefe y tercer oficial de máquinas respectivamente. El tercero, Piotr, es un chaval educado y amable con el que comparto ratos conversación, es muy delgado, algo tímido y luce un enorme tatuaje en su brazo izquierdo; le gustan las motos y está casado. 
El jefe de máquinas es lo que los angloparlantes denominan como un: “pain in the ass”, o lo que es lo mismo, un grano en el culo. Es un tío de cincuenta y cinco años, gordo, grande, comilón, calvo y charlatán. No es mala persona, pero es uno de esos tipos que te resultan incómodos porque no captan cuando es mejor dejar de hablar cuando ven que el interlocutor no está interesado en absoluto en la conversación. Y es que la conversación, en pésimo inglés, varía en diez minutos desde el precio de las putas en Brasil al de unos calcetines que compró en Barcelona hace catorce años y que todavía usa, pasando por el restaurante en el que estuvo en Fuerteventura hace veinte años en el que alguien tocaba la guitarra y había jamones colgando del techo, y terminando si te ve fregando los platos sin enjuagarlos bien, por decirte que los productos químicos y detergentes que quedan en el plato, si los ingieres durante mucho tiempo, pueden hacer que los niveles de testosterona crezcan en un hombre hasta hacer que le salgan pechos de mujer…. En fin. Y uno mientras con cara de pasmado mirándolo incrédulo y deseando que el martirio termine cuanto antes, o sea, mirando la forma de marcharte sin ser demasiado descortés. Normalmente, se me sienta al lado en las comidas, y el capitán, viejo cachondo hijo de puta, me hace muecas desde su asiento para hacerme reír. Sea como fuere, este embarque no me está resultando del todo malo. El tiempo corre más o menos deprisa y el primer oficial no está en plan demasiado cabrón. Creo que me he convertido ya en un lobo de mar del Mar del Norte. Dentro de un tiempo habrá que ir pensando en ampliar horizontes. 




20/09/06 

Hace ya bastantes días que el primero está siendo un encanto: simpático, amable, desprovisto de ironía y en definitiva, bastante soportable. Parece que los tiempos de examen diario han pasado a la historia y he aprobado. Dado que este era el único punto negativo que me hacía vivir intranquilo gran parte del tiempo a bordo, los días ahora pasan más rápido y más apaciblemente, si es que puede ser apacible navegar sobre un mar con olas de cuatro metros y viento de treinta y tantos nudos. 
En la guardia de doce a cuatro de la mañana, cuando termina de pelar patatas y sacar brillo al barómetro, la campana y los ojos de buey de la cámara, me acompaña en el puente durante bastante rato Jim, el marinero de guardia, sobre todo para jugar a las cartas en el ordenador. Tiene sesenta y un años, fue maquinista en barcos de pesca, y es un tío tranquilón y guasón al que me cuesta gran esfuerzo entender, en parte por su acento del norte de Escocia, en parte porque habla muy quedo y vocalizando peor que nuestro Rey. Tiene los ojos azules y el pelo canoso, a veces lleva una camiseta con un dibujo infantil de uno de los siete enanitos. Es un buen tío, aunque a veces se pone un poco pesado preguntando demasiado y gastándome bromas como esconderme mi taza y engañarme cada vez que le pregunto algo. La verdad es que eso no me molesta; lo que sí me molesta de verdad es que se tire pedos delante de mí. Lo hace muy de vez en cuando, pero es algo que no soporto ni de él ni de nadie con quién no tenga la suficiente confianza. Guarrete...

Jim "Granny" y Ross


Un martes cualquiera en el mar del Norte 

“No queda sino batirse”, pienso después de más de dos semanas de temporales que no han bajado de fuerza ocho. El nuevo capitán que embarcó la semana pasada es, cómo no, otro ex pescador del mar del Norte; dos de cada tres palabras que dice son tacos; es gordito y grande, viste chándal, tiene el labio inferior caído y fuma continuamente; en los mensajes que manda a la oficina firma como: “cobra”. 
Ayer me preguntó si Cristóbal Colón era español o portugués; le contesté que italiano, pero que en la época en que descubrió América al mundo trabajaba para España. Desde entonces me llama Christopher; él sabrá por qué. No es mal tío de todas formas. El otro capitán se puso malo; le dio una subida de tensión de las suyas y hubo que desembarcarlo. Como le quedan dos meses para jubilarse, es de suponer que no le veremos más. Conservaré un buen recuerdo de él. Jim Campbell. 
En las guardias para estas dos últimas semanas me han puesto a un tío de Hull, Inglaterra, que se llama Damian. Es joven y simpático, pero habla hasta aburrir. ¡Qué diferencia con mis guardias solitarias de antes! 
Hoy estamos pasando por las islas Orkney, que no sé cómo coño se llaman en español; desde lejos parece un lugar bastante inhóspito y solitario, uno de esos sitios que quedan lejos del mundo “civilizado” donde sólo unas cuantas familias deben vivir con esfuerzo pero al menos con tranquilidad. Visto lo visto estas pasadas semanas, el invierno por estas latitudes es infame; de no haber nacido aquí, te ha de gustar mucho el frío o estar muy necesitado de soledad para vivir en este apartado rincón del mundo. De todas formas hoy el mar está calmado, igual que el viento, y nos está dando un respiro para poder descansar algo. 


16/11/06 

Quedan tres días para el fin del embarque. El tiempo sigue mal; olas que no bajan de los cuatro metros y vientos de treinta nudos. El barco se balancea terriblemente de un lado a otro; todo se hace cansado: la ducha, la comida, escribir… Hasta dormir. Tengo que poner chalecos salvavidas bajo el colchón para quedar pegado al mamparo y no salir despedido del catre. Los cielos casi siempre cubiertos y el aislamiento de un mes sin tocar puerto deprimen un poco. En cuanto desembarque he de ir a la oficina; parece ser que me tienen destinado un puesto en uno de los barcos nuevos que están construyendo para la empresa. Más cambios y más cursos y más responsabilidad. Temo que de un momento a otro me toque navegar con alguno de los capitanes cabrones que me han dicho andan por ahí. Siento que me gustaría pasar de todo y largarme con el velero a recorrer el mundo. Pero ¡ay!, las facturas llegan puntuales cada mes. 


18/11/06 

Han pasado tres días, pero siguen quedando otra vez tres o quizá cuatro días para el fin del embarque. En esta empresa parece que nunca se tiene nada por seguro hasta el último momento. El barco que había de relevarnos se ha averiado y ha de ir a dique seco. La comida escasea hace unos días ya, culpa del anterior cocinero que no hizo bien el pedido y de las pirañas que habitan el barco y que, a falta de trabajo que hacer, comen. No hay agua para beber, excepto la que viene directamente del tanque, cosa poco apetecible, ni refrescos, ni zumos, solo té o café o leche sola. Parece mentira, pero el saber que no hay nada decente para beber hace que sientas mucha más sed. Como remate, por no sé qué motivo relacionado con las navidades, me comentan que es posible que nos hagan embarcar antes de tiempo. Es mejor no pensar en lo que dejaste o te espera en casa, esto aumenta en gran medida el agobio del aislamiento, especialmente cuando los últimos días interminables anuncian el fin. 


Viking Raasy


Enero de 2007 

Hace ya tres o cuatro días que se averió el piloto automático. Desde entonces hemos estado gobernando el barco como en los viejos tiempos, lo que en este barco se traduce literalmente en pasarte toda la guardia pegado a la rueda del timón. Añádasele a esto un temporal de fuerza nueve y la compañía del cerebro de mosquito del marinero de guardia, George, para hacer este final de viaje realmente insoportable. 
El capitán polaco  Henrik Strak, está más loco que una cabra, aunque es simpático y buen tío. Muy escandaloso, pega portazos y siempre me dice alguna tontería en el cambio de guardia: “Bingo, bango, bongo, wish you a nice watch and happy new year; Il dottore, proffesore Philipo Collinsi; Eating sleeping shitting”. 
Por cierto, George es malísimo al timón, incapaz de mantener el mismo rumbo durante más de cinco minutos. Esta tarde me puso el barco atravesado a la mar dos veces en mitad de un temporal. Lo tuve que relevar y mandarlo a paseo. Ahora mismo vamos a favor del viento y la mar y me lleva el barco a un rumbo treinta o cuarenta grados distinto al que le he dicho. 
A pesar de haberle repetido mi nombre cientos de veces, insiste en llamarme "Damian". Lo dejo por imposible. Pasa el día agachándose a recoger cualquier pelusa que ve sobre la moqueta del barco. Le faltan los dos dedos de enmedio de la mano derecha. Cuando me habla, me señala como haciéndome los cuernos...    


"George"

21/02/07 

La máquina se paró. Cuando Piotr intentó arrancarla de nuevo, las revoluciones subieron al máximo; la aguja llegó al tope y todo el barco tembló como si fuera a explotar. Luego se volvió a parar. Las dos bombas de refrigeración han sufrido daños irreversibles. Ahora, por tanto, la máquina está fuera de combate y nos mantenemos con la hélice azimutal de proa. La oscuridad ahí afuera es total y una densa niebla no permite ver más allá de la proa. Sólo se oyen las sirenas anti-niebla de la plataforma. Este aislamiento me produce una cierta e indescifrable angustia. Da la impresión de que algo maligno está acechando para asestar un golpe en cualquier momento y aquí, solo en el puente, siento que me encuentro lejos, extremadamente lejos de todo lo que me es familiar y querido. El tener a la máquina fuera de combate y avisos de temporal en la radio no ayuda a tranquilizarme.


02/03/07 

Nada especial en el día de mi cumpleaños. Piotr me regaló una linterna y Jimmy me prestó una peli porno y dejó una naranja sobre mi cama. Regalos apreciados dado el contexto. A las dos de la madrugada, las estrellas adornan un cielo limpio sobre una mar en calma y el horizonte se muestra salteado de vivas luces que brillan desde las plataformas y parecen encontrarse al alcance de la mano. Los días pasados en Málaga, Almería, Tarragona, Tenerife y Stavanger dan la impresión de pertenecer a un pasado remoto e inasible, como retazos de una vida vivida por otro, fruto de la implacable y narcótica monotonía de la existencia en la mar. Los asuntos de tierra adentro, después de un tiempo, pierden consistencia e importancia; se difuminan en una bruma imprecisa de recuerdos e improbables realidades. 


08/03/07 

Tres pitidos cortos y uno largo son lo único que se oye en esta madrugada tranquila y apacible. Provienen de la plataforma “Erskine”, que por el momento está deshabitada y es la que nos encargamos de vigilar. El tiempo pasa lento y aburrido; tan sólo las lecturas de Álvaro Mutis y Gerald Brenan aplacan el tedio de la rutinaria vida a bordo. Maqroll con sus estériles empresas y sus reflexiones sobre la absurda tarea de vivir, y los días de Brenan en Yegen refrescan la mente y el espíritu en los largos y solitarios momentos que transcurren en el camarote. Los recuerdos de lugares y gentes, de amigos, de momentos pasados y los futuros planes consuelan y reactivan las energías para continuar. 


28/04/07 

Varios días tranquilos en torno a un barco de apoyo a buzos a 61° de latitud. La mar en calma y el cielo despejado y cubierto de estrellas. Varios pesqueros pululan en torno al barco; uno de ellos nos dio pescado fresco ayer, con el que el cocinero hizo un intento de paella. 
El capitán, Bill Tripp, es inglés pero vive en un pueblo de Vigo llamado Salvatierra de Miño; es bajito, con gafas y habla un español más que aceptable. Con tanto tiempo para pensar, no dejo de acordarme de mi barco El Gaviero. No veo el momento de largar amarras e irnos a navegar por ahí. Hace ya casi un año que tengo el barco y apenas hemos navegado. Todo el tiempo se ha ido en reparaciones y en estar en puerto por el mal tiempo. La vida se escurre entre las manos en este trabajo. 
Al pasar por Fair Isle, el capitán con vestimenta y peinado de cantante de country y aspecto de tipo duro llora al enterarse de la muerte de un amigo... 


04/05/07 

Semanas ya de tiempo inmejorable, mar en calma y vientos suaves. Últimos días en compañía de Jim, Ross, Harry, Lachie; buenos compañeros de viaje. Últimos días también a bordo del viejo Skye, que a pesar de sus incomodidades y sus escoras preocupantes ha sido también un buen compañero. De aquí, iremos directos a Bilbao el capitán y yo para embarcar en el barco nuevo, Viking Explorer. Serán más de dos meses fuera de casa, lejos de todo y con El Gaviero a medio arreglar. Definitivamente, en la vida de marino es preciso desterrar nostalgias y apegos terrícolas si se quiere conservar cierto grado de cordura. A fin de cuentas, dos meses no son tanto tiempo.




“Sigue a los navíos. Sigue las rutas que surcan las gastadas y tristes embarcaciones. No te detengas. Evita hasta el más triste fondeadero. Remonta los ríos. Confúndete con las lluvias que inundan las sabanas. Niega toda orilla”...

Álvaro Mutis




jueves, 1 de diciembre de 2022

Viaje en el tiempo

 Un año. El tiempo pasa. Un año del adiós definitivo. Un año desde que te fuiste...

Un  reloj blanco con motivos marineros que cuelga en la pared de la cocina de mi casa marca los segundos con un cadencioso tic-tac, que se escucha desde el salón en las silenciosas y oscuras tardes de este otoño agonizante. Tic-tac... Un último regalo del último verano aquí.

Varios relojes de pulsera en el cajón de la mesita de noche, preciosos y restaurados por tí también haciendo tic-tac.. Omega, Orient, clásicos irrepetibles. Todos recordándome a tí... Cada segundo que marcan con su tic-tac me traen tu imagen sentado en tu banco de trabajo con la lupa en el ojo arreglando cientos, miles de relojes como esos. Desde siempre y casi hasta el último momento. Toda una vida dedicada al tiempo.

Y nunca una queja. Nunca una protesta. Siempre bien y conforme con la vida que te tocó, aferrado a ella y al disfrute hasta el último momento. Sin pedir nada y dándolo todo. Grande y sencillo al mismo tiempo. Difícil tarea. Bien hecha.

Tu Málaga, unos vinos, Ilona, paseos en moto, la familia, los amigos. Nada más. Y nada menos. La felicidad absoluta. Lo único que te hacía falta para vivir.

En el monte Gibralfaro, bajo el antiguo castillo árabe, la luz del sol se filtra bajo el cielo azul entre los pinos inclinados y crea una atmósfera mágica. El mar y la ciudad se difuminan abajo, donde siempre han estado y desde donde llega el murmullo apagado del ajetreo. No estás solo. Te quedas para siempre en tu Málaga querida. En casa. Y en el recuerdo de todos nosotros, tu familia y amigos, imborrable en el tiempo... Papá. 

El tiempo que sigue acumulándose en los relojes. Que sigue pasando. Nada cambia mucho. Solo el presente importa. Tú lo sabías. Manejaste los instrumentos del tiempo sabiendo que el pasado y el futuro son inciertos e inútiles de medir. Tú viviste hasta el último minuto como si fuera el último.

Papá...



Tesoros

domingo, 12 de junio de 2022

Casual encuentro con el capitán Kurt


"Paciencia y perseverancia  son las condiciones para vivir en un velero, nunca abandonar y estar siempre dispuesto a luchar"

Kurt Schmidt


Día de verano. Calor. Llevo ya un tiempo navegando en solitario por Ibiza disfrutando del sol, del mar azul, de la lectura, de la vida a bordo... Siempre al ancla en alguna cala lo más alejada posible de los lugares turísticos. Alejado también de cualquier pensamiento relacionado con el trabajo y las cotidianas y absurdas preocupaciones...

Pero lamentablemente y muy a mi pesar, no tan alejado como para no tener que volver a ellas en breve, de modo que me encuentro fondeado en la bahía de Sant Antoni de Portmany, desde donde pienso zarpar al día siguiente por la mañana al alba rumbo a Castellón

Hay un libro entre la colección que siempre llevo en el barco: "La vuelta al mundo sin prisas", del capitán Kurt Schmidt. Lo había leído anteriormente, pero durante este viaje lo saqué de la estantería y lo estuve releyendo mientras navegaba de día y también en las tranquilas noches bajo las estrellas, repasando las aventuras de este hombre que navegó a bordo de su velero "Nicole" alrededor del mundo durante veinticinco años. Capítulos rebosantes de experiencias y anécdotas contadas con frescura y pasión por el mar, por los viajes y las personas que en ellos se encuentran por el camino.


Pues en estas estaba (cómodamente tumbado en los bancos de la bañera y con el libro abierto sobre mis piernas) cuando de pronto, y para mi sorpresa, veo pasar junto a mí a un Belliure llamado “Nicole” con un señor mayor al timón. No lo puedo creer. Es el capitán Kurt en persona. El autor del libro que tengo en mis manos y el hombre que me ha hecho soñar y disfrutar con sus relatos de navegación alrededor del mundo. Corro a la proa y le grito: -¡Kuuuurt! Él me mira y con las dos manos con los pulgares hacia arriba, me saluda. Le enseño el libro y le digo que justo lo estaba leyendo. Él hace ademán de llevarse un vaso a la boca y me grita: -¡Ven a tomar algo!. No hace falta que me lo diga dos veces. Mi afición favorita es "tomar algo" con amigos en barcos y reír y charlar sobre aventuras y las cosas de la vida.

Pero antes tenía que bajar a tierra a recoger a un amigo que venía en ferry para acompañarme a la travesía de vuelta a la península, así que desamarro el chinchorro y trato de cruzar a remo al muelle, ya que el motor fueraborda no funciona. 

Imposible. Demasiado viento y demasiada distancia. Remo hacia el Nicole, me abarloo y Kurt se asoma, me da la mano y me dice: -“toma mi dinghy”, con el motor es más fácil. Le doy las gracias y navego hacia el puerto de San Antonio.

Pepe llega, nos saludamos y vamos a comprar algo. Hace un calor sofocante y las calles están llenas de extranjeros típicos de los que proliferan en los centros de turismo barato del litoral español. Acabo de desembarcar y ya tengo ganas de volver a bordo.

Así que con la compra en el chinchorro, y con Pepe a bordo, le digo: -“Te voy a presentar a alguien que te va a sorprender, un viejo lobo de mar que lleva veinticinco años dando la vuelta al mundo en su velero. Verás la de cosas interesantes que nos va a contar”.

Tras dejar las cosas en el Gaviero, nos llevamos unas cuantas cervezas y amarramos el chinchorro de Kurt junto al costado del Nicole. -¡Permiso para subir a bordo! Y Kurt aparece por el tambucho. -¡Adelante! Tras las presentaciones, abrimos las cervezas y comenzamos a charlar.

Lleva pantalones blancos, va descalzo, sin camiseta, sin gorra, sin reloj, lo básico. Es grande, sonriente, hablador y habla perfecto español con acento indefinido.

A los pocos minutos la conversación fluye animadamente y la guitarra hace su aparición. Canciones sobre el mar, sobre navegar; canciones conocidas españolas, de la tuna. -“Mis alas son mis velas, yo tengo que zarpar; mis amigos los vientos, yo debo zarpaar”…

Kurt y su guitarra

 A la tercera botella de Barbadillo cantamos todos, hablamos de política entre canción y canción. Kurt nos cuenta cómo el Nicole dio la vuelta en un terrible temporal yendo de Alaska a México; cómo gobernó sin timón miles de millas hasta San Francisco y un personaje anónimo le donó una importante cantidad de dinero para reparar su barco. Historias y canciones que se deslizan a lo largo de las horas. De esas horas que cobran otra dimensión y otra duración cuando el tiempo no importa... Y así, la noche cae sobre nosotros. Casi no nos vemos las caras. Estamos medio borrachos.

De modo que nos despedimos del capitán Kurt con la alegría de haber compartido unas horas con una persona especial. En muchos aspectos admirada por mí. Setenta y cuatro años de experiencia sobre un barco de veinticinco años con más de cien mil millas bajo su quilla. Me dedica amablemente su libro con esta frase: "Querido Germán, todo es posible. Basta quererlo"... También me da un cartel que anuncia un concierto para el próximo mes de octubre, en el Palau de Altea. Un musical organizado por Kurt y algunos amigos músicos de distintos lugares del mundo que espero nos vuelva a reunir. 

Después, el capitán quiere comprar un barco de río e ir a Rusia para encontrar una novia que quiera estar con él por amor.

Sin duda, un espíritu eternamente joven… 






"Nicole" visto desde "El Gaviero"



Hasta siempre, Capitán


Lamentablemente, nunca volví a ver al capitán Kurt. 

Poco tiempo después de este encuentro, organicé una reunión con buenos amigos navegantes en mi puerto y les comenté la suerte que había tenido y cómo la vida te sorprende con estos encuentros casuales e increíbles. Uno de ellos me miró asombrado y me dio la triste noticia: -"pero si el capitán Kurt ha muerto"...

No daba crédito. No habían pasado ni dos meses y aparentemente se le veía muy bien... Me quedé helado y tremendamente afectado. Las frases recurrentes vinieron a mi cabeza. "La vida es corta, hay que disfrutar"; "las cosas pasan cuando menos te lo esperas"; "hay que dar importancia a lo verdaderamente importante"...

 Pues sí... Así es...

Aunque la frase que más me repetía era la que escribió en la primera página de su libro y que me dedicó con su afecto: "Querido Germán, todo es posible. Basta quererlo"...