sábado, 5 de julio de 2025
Extraños sucesos en alta mar
miércoles, 18 de junio de 2025
Museo Las caracolas
"No había sido fácil regresar ni romper las cadenas de responsabilidades formadas que, según parece, son tan livianas como una tela de araña pero sujetan como cables de acero"
"Al romper el alba"
Aquel día llovía a cántaros, torrencialmente; un auténtico diluvio casi universal. El cielo mostraba un color negro de fin del mundo, aterrador, y el viento soplaba huracanado, desatado; un vendaval de mil demonios, todos silbando a la vez. Los elementos en su apogeo invernal en la bahía de Cádiz. La mar acerada, oscura y peligrosa, con blancos penachos de olas rompientes acabando en estrepitoso impacto contra las rocas de los espigones o muriendo mansamente al final de su largo recorrido sobre la fina arena de las anchas y vacías playas.
El plan era ir a los puertos deportivos cercanos a ofrecerse como tripulantes ocasionales de veleros para salir los fines de semana, aunque con aquél tiempo infame lo más probable es que estuvieran desiertos, poblados tan solo por los marineros de guardia refugiados en sus garitas y preocupados por la seguridad de los barcos. De modo que en lugar de eso, pusieron proa (figurada y terrestre) a Sanlúcar de Barrameda con la intención de alejarse del temporal.
Riadas de agua corrían por las calles de adoquines entre casas blancas cerradas a cal y canto; los balcones con techumbre de madera y hierro chorreantes como fuentes; las bodegas de manzanilla con sus grandes portones y ventanas enrejadas trincadas. La ciudad desierta, sin refugio posible. La única salvación era buscar un bar. Y éste apareció bajo el colgante, empapado, y deseado cartel: Bar "El conejo".
El suelo hecho una pasta mezcla de serrín y pisadas de suelas empapadas, de agua de paraguas y servilletas de papel mojadas, la gente agolpada frente a la barra con sus copas de manzanilla en ristre; unas chicas de la tuna cantando sus canciones, con sus capas negras, sus pantalones bombachos, sus cintas de colores y escudos de ciudades. En las vitrinas del mostrador, tapas de pijotas, tortillitas de camarones, gambas blancas, navajas... En el pequeño espacio, conversaciones en alta voz, risas, gritos... El mundo exterior, el cielo sombrío, la soledad de las calles y el mal tiempo quedaban muy lejos ahora, amortiguados y sustituidos por el calor humano, la felicidad, la alegría, el vino compartido, la música de la tuna... Se había traspasado el umbral que separa la barbarie natural de la civilización.
Cuando finalmente amainó la tormenta, pudieron salir de nuevo a descubierto y desde la parte alta de la ciudad vieron una extravagante construcción, con banderas piratas y gallardetes ondeando en la terraza; olas encrespadas y aros salvavidas; peces de alta mar y barriles de ron; escalas de gato y un batiburrillo de carteles: "80.000 caracolas". "La vida de Sanlúcar al alcance de todos..."" Y en la entrada, un gran letrero:" Museo del mar Las caracolas."
La entrada estaba cerrada, el día seguía gris, una nota en la puerta instaba a llamar si se quería visitar el museo y al tocar el timbre, un señor mayor con gabán marinero y gorra azul bajo la que asomaba una blanca coleta sacó la cabeza por una de las ventanas que daban al callejón del Truco y pidió amablemente ser esperado hasta que bajara.
Cuando finalmente abrió y los visitantes accedieron al edificio-barco, un olor extraño surgió de las habitaciones, o quizá deberíamos decir camarotes, o de la bodega de la casa-barco: algo así como un tufo a pescado en descomposición, rancio, un punto desagradable, aunque eso no les disuadió de seguir a Antonio Garrido para que les enseñara el museo. Precio: La voluntad.
Todas las paredes se encontraban cubiertas de caracolas de mar. Cientos, miles de ellas pegadas a la pared por todas partes sin dejar ni un hueco, salvo los ocupados por las también cientos de fotos y cuadros que las adornaban. Las fotos correspondían a antiguos barcos, visitas de reyes, recortes de periódico relativos a acontecimientos acaecidos en la ciudad, y muchos otros y dispares motivos; un batiburrillo hipnotizante y en cierto modo mágico.
Mientras los viajeros admiraban toda esta amalgama de objetos, Antonio les iba explicando todo con su acento andaluz y entonación y maneras de guía turístico que ha repetido hasta la saciedad las mismas cosas, algunas curiosas, por ejemplo:
¿Saben ustedes de dónde viene el nombre de Sanlúcar de Barrameda? Pues cuando los barcos tenían que pasar la barra de arena para llegar a puerto, el patrón preguntaba al marinero encargado de la sonda: ¿Barra me daaa?, y éste respondía por ejemplo: "Arena cuatro brazaaaas". Así pues, el nombre de la ciudad viene de "Santo lugar de barra me da..."
¿Saben ustedes por qué a las prostitutas se les llamaba rameras? Pues porque en las casas en las que trabajaban solían poner una ramita de romero en la puerta para que los clientes supieran que allí podían atenderlos...
Y así, entre explicación y sorpresa ante la cantidad de objetos heterogéneos que este hombre anciano había acumulado en aquella casa, llegamos al lugar desde el que emanaba el efluvio extraño que impregnaba todo el lugar. En el salón principal, o bodega (no olvidemos que estamos en un barco) cerca de la litera de marino con cortinilla en la que Antonio nos dijo que dormía, había un gran cesto de mimbre lleno de algo que se vendía como "souvenir": Cientos de mandíbulas de marrajos y tiburones. ¡Ajá! ¡Misterio resuelto!
Luego nos hizo pasar a una sala, cerró unas cortinas, apagó la luz dejando solo una tenue bombilla de color rojo y, metiendo las manos en una mesa preparada al efecto llena de arena, piedras y conchas, imitó el sonido de las olas moviendo todo el conjunto hasta conseguir crear la sensación de que se estaba al borde mismo del mar... Algo verdaderamente increíble y con un efecto real y ciertamente relajante.
Al finalizar la visita, al despedirnos, Antonio Garrido habló de que querían derribar su casa, hundir su barco querido. Estaba viejo y los tiburones inmobiliarios querían construir casas nuevas en su lugar. Él estaba tratando de defenderse con sus pequeños cañones hechos de recuerdos y amor al mar y la espada de ilusiones preparada, pero la batalla se presentaba difícil. El gran barco pirata armado hasta las bordas venía listo para el ataque, aunque él estaba dispuesto a hundirse con su barco destartalado, querido, varado en el tiempo y cargado de historias.
Nunca supimos como acabó su viaje, pero en ese día gris y desapacible, al volver la vista en la distancia para ver su museo por última vez antes de marcharnos, le deseé de corazón que su barco consiguiera seguir a flote y navegar aunque fuera una última singladura más...
miércoles, 15 de enero de 2025
Tormenta
viernes, 24 de mayo de 2024
Louro do catamarán
Sao Luis do Maranhao, Brasil. El cantante callejero sentado en un taburete en la calle empedrada, derrama melodías de bossa nova con su guitarra y su voz en directo por la noche tropical. Canciones de Vinicius de Moraes, Tom Jobim, Caetano Veloso, Gal Costa...
Las notas musicales vuelan como transportadas en nubes de vapor, amortiguadas, nítidas aunque algo descoloridas; son el fondo de apagadas conversaciones y carcajadas ocasionales y se pierden entre el verdor húmedo de la vegetación que cuelga y cubre las paredes pintadas de vivos colores, salpicadas aquí y allá de manchas de moho y desconchones. Muros de casas antiguas, de residencias coloniales, teñidos de historia y de pasado.
Al tiempo, Jossi y Luana con veraniegos vestidos de tirantes y pieles morenas y húmedas de sudor, y los dos viajeros, beben y ríen envueltos en la atmósfera tropical de esta población costera. Después de un largo periplo por la selva amazónica los cuerpos y las mentes se relajan por el efecto de los vasos de ron y la compañía de otras personas, lejos de las picaduras de insectos, las lluvias torrenciales, la soledad y las incomodidades. La conversación fluye relajada, la noche es joven y no hay prisa, aunque mañana espera Alcántara y el barco zarpa temprano coincidiendo con la marea, hacia las siete. Si éste se pierde, hay que esperar hasta la siguiente pleamar. No es un trayecto largo, apenas una hora, pero el horario lo marca la mar. Nada nuevo.
Alcántara vive rodeada de abundante vegetación y aguas de colores cambiantes, con el predominio del marrón que producen las fuertes corrientes y las mareas al remover el fondo. El contraste de dos colores, el verde y el marrón, es una constante en los paisajes brasileños, aunque en este caso hacen su aparición también el azul del mar profundo y el rojo o el amarillo de las velas triangulares de las jangadas, formando una espléndida sinfonía cromática. Bellísima. Aguas marrones en la costa, azules mar adentro y salpicadas de triángulos de vivos colores.
![]() |
Calles solitarias |
![]() |
Tiempo detenido |
En Alcántara se detuvo el reloj y en sus calles flota una atmósfera de presente sobreviviendo al pasado a duras penas. De antiguo esplendor venido a menos; se alternan antiguas casas señoriales abandonadas con otras aún habitadas, por las que pululan silenciosos fantasmas de ricos hacendados portugueses y negros esclavos africanos amparados por un misterioso silencio. Es algo alejado de todas partes, perdido en el espacio y el tiempo. En el museo situado en la antigua casa de los señores del lugar, Condes, el viajero es el único visitante y una señora negra con gafas plateadas y cabello nevado le habla a veces casi a gritos cuando pone énfasis en algo; otras veces entre bostezos.... Un señor flaco, con gafas plateadas y cabello nevado igualmente, le hace firmar el libro de visitas y pagar un real. Él no habla. Es una casa señorial cuya fachada da a una plaza donde hay una iglesia semi-derruida de la cual sólo queda la parte delantera y un pilar rodeado de cadenas donde se ataba a los esclavos negros para ser azotados a latigazos; el Pelourinho.
![]() |
Pelourinho |
El suelo es de madera y crujiente, ruidoso en el silencio; La casa tiene dos pisos y conserva sobre todo muebles y recuerdos de esta familia de hacendados y políticos portugueses. Hay ganchos en las paredes para colgar hamacas; fotografías y retratos en tonos sepia; máquinas antiguas de coser; telares; escopetas; porcelana, etc... Un pozo sobre el que descansa un gran lagarto verde... Es como entrar en la máquina del tiempo y volver a un pasado en el que éste se ha detenido. Casi misterioso, como en esas películas que muestran ciudades en otros tiempos esplendorosas y en el presente semi-olvidadas e invadidas por la exuberante vegetación en un lugar apartado y exótico.
A la hora de la siesta hace calor y todo está en silencio. Silencio solo roto por la charla de algunas personas en la distancia, que despiertan al viajero y en el sopor de la siesta que echa en un banco, le parece ver a unos esclavos transportando a un señorito tumbado en una hamaca colgada de un travesaño, aunque experiencias anteriores en extraños lugares en los que se mezclan la realidad y los sueños le hace no pensarlo demasiado. Son cosas que pasan...
En el duermevela, el viajero recrea un tanto intranquilo el episodio que vivió nada más bajar del barco a la llegada: Un tipo joven, de treinta y tantos años, venía a bordo. Charlatán, escandaloso, haciéndose notar, pretendiendo ser divertido... Al llegar a tierra, los pasajeros se dispersaron y al rato de deambular, el viajero pasó junto a un bar en el que se encontraba dicho personaje junto con un grupo de chavales, el mayor de los cuales no pasaba de los dieciséis años, bebiendo cerveza y jugando a las cartas. Al ser invitado, sin pensarlo mucho ya que en estos viajes tiene tendencia a compartir momentos y experiencias con los lugareños, acepta y se une a la partida de cartas e invita a unas cervezas. Pasado el rato, decide continuar con su visita en solitario y se despide del grupo. Pero el personaje histriónico tenía otros planes. Se levanta de la mesa y comienza a caminar junto al viajero insistiéndole en que se encuentra muy solo y quiere acompañarle. Lo hace de una manera llorosa e implorante, agobiante, lo cual comienza a poner nervioso al viajero que una y otra vez le hace saber que quiere continuar solo. La insistencia los lleva caminando hacia unas calles apartadas y terrizas en las que comienzan a aparecer los chavales que jugaban y bebían con el personaje al comienzo de la llegada a Alcántara. Toda una comitiva acompaña ya al viajero, que más que incomodado se siente acosado y en franco peligro de ser desvalijado de las pocas pertenencias que lleva consigo, de modo que piensa que más vale actuar rápido antes de que sea demasiado tarde... Sin mediar más palabra, asesta un certero puñetazo directo a la cara del personaje que lo tumba instantáneamente en el suelo, ante la incredulidad del grupo de jovenzuelos. Esperando lo peor, el viajero se da la vuelta y continúa caminando, atento a la previsible reacción del grupo. Pero nada sucede. No mira atrás, continua su camino y aparentemente los demás también. Pudo haberse convertido en una situación complicada...
Al rato, es despertado de sus sueños en el banco para ser informado de que alguien pregunta por el extranjero de las barbas. Lo llevan en furgoneta a una playa apartada y allí ve a su amigo tomándose unas cervezas. Ya relajado, el viajero se echa en una hamaca que había allí colgada y duerme una agradable siesta.
De vuelta en el embarcadero, observa con sorpresa que al contrario que a la llegada, cuando se podía desembarcar sin problemas, ahora el barco está varios metros más abajo y hay que descender hacia él por unas escaleras y acceder a través de otro barco abarloado. Le sorprende igualmente que el barco inicie la marcha y sea capaz de navegar en aguas tan poco profundas. La solución consiste, evidentemente, en el poco calado de la embarcación y esto provoca que el balanceo al salir a aguas más profundas sea realmente espectacular.
“Catamará Marupiara, Fretes, Turismo e Transporte Passageiro de Sao Luís a Alcántara e Alcántara a Sao Luís.
Conheça as belas ilhas, como Ilha do Livramento, Ilha do Medo e Ilha do Cajual”
El nombre de nuestro amigo es Lindolfo, ou
“Louro do catamará”.
Mucho más auténtico y relajante que el barco de pasaje, la llegada concluye varando en una playa próxima a la ciudad en una especie de lengua de tierra parecida a una duna que horas más tarde será tapada por las aguas. Da tiempo a un baño, aunque debido a los piojos de peces, una especie de gusanos acuáticos, éste no sea más que un entrar y salir del agua. El louro do catamará y su joven marinero se despiden con cierta promesa de unas cervezas por la noche que nunca se cumplirá.
Como durante todo el largo viaje por Brasil, este país mágico, las personas encontradas y las experiencias vividas distan mucho de ser como uno espera. Las reacciones, los encuentros, los apegos, los paisajes, la espontaneidad, la música... Todo está envuelto en la magia del presente y el futuro incierto. La vida es hoy e intensa, alegre. El mañana es algo lejano e inasible, carente de mucho sentido.
Igual que la promesa de las cervezas en la noche; como las notas de Bossa nova en la húmeda atmósfera; igual que el encuentro con Luana y Jossi; como los ruidos de los insectos en la selva; igual que el transcurrir del Amazonas.
Como las travesías de Lindolfo y su marinero...
![]() |
Pequeñas dunas que serán cubiertas por la marea |
![]() |
Jangada |
domingo, 22 de enero de 2023
Diarios del Mar del Norte.
(…) por el nudo de pavor y fatiga que nace en la garganta del maquinista, que sólo sabe del mar por su ciega embestida contra los costados que crujen tristemente;
![]() |
Timón del "Viking Skye" |
![]() |
Stand-by. Calma previa a la tempestad. |
![]() |
Captain Hooson y Robert |
![]() |
Temporal |
![]() |
Jim "Granny" y Ross |
![]() |
Viking Raasy |
![]() |
"George" |
jueves, 1 de diciembre de 2022
Viaje en el tiempo
Un año. El tiempo pasa. Un año del adiós definitivo. Un año desde que te fuiste...
Un reloj blanco con motivos marineros que cuelga en la pared de la cocina de mi casa marca los segundos con un cadencioso tic-tac, que se escucha desde el salón en las silenciosas y oscuras tardes de este otoño agonizante. Tic-tac... Un último regalo del último verano aquí.
Varios relojes de pulsera en el cajón de la mesita de noche, preciosos y restaurados por tí también haciendo tic-tac.. Omega, Orient, clásicos irrepetibles. Todos recordándome a tí... Cada segundo que marcan con su tic-tac me traen tu imagen sentado en tu banco de trabajo con la lupa en el ojo arreglando cientos, miles de relojes como esos. Desde siempre y casi hasta el último momento. Toda una vida dedicada al tiempo.
Y nunca una queja. Nunca una protesta. Siempre bien y conforme con la vida que te tocó, aferrado a ella y al disfrute hasta el último momento. Sin pedir nada y dándolo todo. Grande y sencillo al mismo tiempo. Difícil tarea. Bien hecha.
Tu Málaga, unos vinos, Ilona, paseos en moto, la familia, los amigos. Nada más. Y nada menos. La felicidad absoluta. Lo único que te hacía falta para vivir.
En el monte Gibralfaro, bajo el antiguo castillo árabe, la luz del sol se filtra bajo el cielo azul entre los pinos inclinados y crea una atmósfera mágica. El mar y la ciudad se difuminan abajo, donde siempre han estado y desde donde llega el murmullo apagado del ajetreo. No estás solo. Te quedas para siempre en tu Málaga querida. En casa. Y en el recuerdo de todos nosotros, tu familia y amigos, imborrable en el tiempo... Papá.
El tiempo que sigue acumulándose en los relojes. Que sigue pasando. Nada cambia mucho. Solo el presente importa. Tú lo sabías. Manejaste los instrumentos del tiempo sabiendo que el pasado y el futuro son inciertos e inútiles de medir. Tú viviste hasta el último minuto como si fuera el último.
Papá...
![]() |
Tesoros |
domingo, 12 de junio de 2022
Casual encuentro con el capitán Kurt
"Paciencia y perseverancia son las condiciones para vivir en un velero, nunca abandonar y estar siempre dispuesto a luchar"
Kurt Schmidt
Día de verano. Calor. Llevo ya un tiempo navegando en solitario por Ibiza disfrutando del sol, del mar azul, de la lectura, de la vida a bordo... Siempre al ancla en alguna cala lo más alejada posible de los lugares turísticos. Alejado también de cualquier pensamiento relacionado con el trabajo y las cotidianas y absurdas preocupaciones...
Pero lamentablemente y muy a mi pesar, no tan alejado como para no tener que volver a ellas en breve, de modo que me encuentro fondeado en la bahía de Sant Antoni de Portmany, desde donde pienso zarpar al día siguiente por la mañana al alba rumbo a Castellón
Hay un libro entre la colección que siempre llevo en el barco: "La vuelta al mundo sin prisas", del capitán Kurt Schmidt. Lo había leído anteriormente, pero durante este viaje lo saqué de la estantería y lo estuve releyendo mientras navegaba de día y también en las tranquilas noches bajo las estrellas, repasando las aventuras de este hombre que navegó a bordo de su velero "Nicole" alrededor del mundo durante veinticinco años. Capítulos rebosantes de experiencias y anécdotas contadas con frescura y pasión por el mar, por los viajes y las personas que en ellos se encuentran por el camino.
Pues en estas estaba (cómodamente tumbado en los bancos de la bañera y con el libro abierto sobre mis piernas) cuando de pronto, y para mi sorpresa, veo pasar junto a mí a un Belliure llamado “Nicole” con un señor mayor al timón. No lo puedo creer. Es el capitán Kurt en persona. El autor del libro que tengo en mis manos y el hombre que me ha hecho soñar y disfrutar con sus relatos de navegación alrededor del mundo. Corro a la proa y le grito: -¡Kuuuurt! Él me mira y con las dos manos con los pulgares hacia arriba, me saluda. Le enseño el libro y le digo que justo lo estaba leyendo. Él hace ademán de llevarse un vaso a la boca y me grita: -¡Ven a tomar algo!. No hace falta que me lo diga dos veces. Mi afición favorita es "tomar algo" con amigos en barcos y reír y charlar sobre aventuras y las cosas de la vida.
Pero antes tenía que bajar a tierra a recoger a un amigo que venía en ferry para acompañarme a la travesía de vuelta a la península, así que desamarro el chinchorro y trato de cruzar a remo al muelle, ya que el motor fueraborda no funciona.
Imposible. Demasiado viento y demasiada distancia. Remo hacia el Nicole, me abarloo y Kurt se asoma, me da la mano y me dice: -“toma mi dinghy”, con el motor es más fácil. Le doy las gracias y navego hacia el puerto de San Antonio.
Pepe
llega, nos saludamos y vamos a comprar algo. Hace un calor sofocante y las
calles están llenas de extranjeros típicos de los que proliferan en los centros
de turismo barato del litoral español. Acabo de desembarcar y ya tengo ganas de
volver a bordo.
Así que con
la compra en el chinchorro, y con Pepe a bordo, le digo: -“Te voy a presentar a alguien que
te va a sorprender, un viejo lobo de mar que lleva veinticinco años dando la
vuelta al mundo en su velero. Verás la de cosas interesantes que nos va a contar”.
Tras dejar las cosas en el Gaviero, nos llevamos unas cuantas cervezas y amarramos el chinchorro de Kurt junto al costado del Nicole. -¡Permiso para subir a bordo! Y Kurt aparece por el tambucho. -¡Adelante! Tras las presentaciones, abrimos las cervezas y comenzamos a charlar.
Lleva pantalones blancos, va descalzo, sin camiseta, sin gorra, sin reloj, lo básico. Es grande, sonriente, hablador y habla perfecto español con acento indefinido.
A
los pocos minutos la conversación fluye animadamente y la guitarra hace su
aparición. Canciones sobre el mar, sobre navegar; canciones conocidas
españolas, de la tuna. -“Mis alas son mis velas, yo tengo que zarpar; mis amigos
los vientos, yo debo zarpaar”…
![]() |
Kurt y su guitarra |
A la tercera botella de Barbadillo cantamos todos, hablamos de política entre canción y canción. Kurt nos cuenta cómo el Nicole dio la vuelta en un terrible temporal yendo de Alaska a México; cómo gobernó sin timón miles de millas hasta San Francisco y un personaje anónimo le donó una importante cantidad de dinero para reparar su barco. Historias y canciones que se deslizan a lo largo de las horas. De esas horas que cobran otra dimensión y otra duración cuando el tiempo no importa... Y así, la noche cae sobre nosotros. Casi no nos vemos las caras. Estamos medio borrachos.
De modo que nos despedimos del capitán Kurt con la alegría de haber compartido unas horas con una persona especial. En muchos aspectos admirada por mí. Setenta y cuatro años de experiencia sobre un barco de veinticinco años con más de cien mil millas bajo su quilla. Me dedica amablemente su libro con esta frase: "Querido Germán, todo es posible. Basta quererlo"... También me da un cartel que anuncia un concierto para el próximo mes de octubre, en el Palau de Altea. Un musical organizado por Kurt y algunos amigos músicos de distintos lugares del mundo que espero nos vuelva a reunir.
Después, el capitán quiere comprar un barco de río e ir a Rusia para encontrar una novia que quiera estar con él por amor.
Sin duda, un espíritu eternamente joven…
Lamentablemente, nunca volví a ver al capitán Kurt.
Poco tiempo después de este encuentro, organicé una reunión con buenos amigos navegantes en mi puerto y les comenté la suerte que había tenido y cómo la vida te sorprende con estos encuentros casuales e increíbles. Uno de ellos me miró asombrado y me dio la triste noticia: -"pero si el capitán Kurt ha muerto"...
No daba crédito. No habían pasado ni dos meses y aparentemente se le veía muy bien... Me quedé helado y tremendamente afectado. Las frases recurrentes vinieron a mi cabeza. "La vida es corta, hay que disfrutar"; "las cosas pasan cuando menos te lo esperas"; "hay que dar importancia a lo verdaderamente importante"...
Pues sí... Así es...
Aunque la frase que más me repetía era la que escribió en la primera página de su libro y que me dedicó con su afecto: "Querido Germán, todo es posible. Basta quererlo"...