domingo, 22 de enero de 2017

Encuentro en Cefalú




“Todos necesitan del acicate de una busca para vivir; para el viajero ese acicate reside en cualquier sueño.”  Bruce Chatwin. “En La Patagonia

Los pescadores y marineros mediterráneos se diluyen en el mar y forman parte de él desde muchos siglos atrás; se mecen en sus embarcaciones de colores indiferentes a cuanto les pasa por la proa. Nosotros, los navegantes de paso, éramos alemanes, ingleses, holandeses, unos pocos españoles, insignificantes todos para ellos. Aunque cuando pasas tiempo navegando, gradualmente te vas despegando de las naciones. Llegué a odiar las naciones.
El mar no puede reclamarse ni poseerse; es un trozo de seda azul arrastrado por los vientos, nunca sujeto a parte alguna y que desde antiguo ha recibido muchos nombres distintos. Algunos de nosotros, incluso los que teníamos hogares e hijos lejos, en otros lugares de Europa, deseábamos quitarnos la ropa de nuestros países. Es un lugar en el que reina la fe y el presente, el mar. Desaparecíamos en el paisaje compuesto de fuego y agua y abandonábamos puertos de bellos nombres: Marettimo, Cefalú, Lefkada, Itaca, Zakintos, Vonitza… ¡Qué nombres tan hermosos! Deseábamos la libertad y borrar las fronteras. Esas fueron las enseñanzas que me aportó el mar. El poder, las posesiones materiales y las preocupaciones financieras eran cosas pasajeras.
En palabras de Herodoto: “Pues las ciudades que fueron grandes en épocas pasadas han de haber perdido su importancia ahora y las que eran grandes en mi época eran pequeñas en la anterior. (…). La buena fortuna del hombre nunca permanece en el mismo lugar.”

Llegando a Cefalú
                             
 Así pues, y con estas reflexiones en mi cabeza, seguí navegando y sin piloto automático por la salvaje y a veces inhóspita costa norte de Sicilia rumbo a Cefalú. Con música y paciencia llevé el timón durante horas. Muchas horas… Durante la noche, iluminada por una imponente luna llena, me crucé con numerosas barquitas de pesca, cuyos tripulantes me saludaban al pasar; las luces de Palermo brillaban a lo lejos… Nada más perturbaba la noche, el resto de la costa estaba libre de la contaminación urbanística propia de otras zonas costeras. Tan sólo las siluetas de las altas montañas se recortaban en el negro fondo del cielo nocturno y las innumerables estrellas adornaban el escenario de esa noche perfecta.
Cefalú apareció a la vista como un lugar tentador en el que recalar. Sus casitas se esparcían junto a una redonda montaña similar a un pastel.

Fondeo
Tras luchar contra una incómoda mar de proa y liberar un plástico que se enredó en la hélice, finalmente atraqué y bajé a tierra a dar un paseo.
Las calles de Cefalú eran un hervidero de turistas, bandas de música locales recorriendo el pueblo, tiendas de souvenirs y restaurantes carísimos. Típicos balcones sicilianos cubiertos de ropa tendida entre ellos y antiguas casas de piedra daban encanto al conjunto.
Estando fondeado junto al puerto en una cala rodeada de rocas y de bonitas casas junto al mar, entre una tupida vegetación y unas pequeñas montañas con forma de castillo de cuento, de repente se acercó una pequeña embarcación tripulada por un tipo de unos cuarenta años, delgado y tostado por el sol que me grita en perfecto español: -¡Bonito barco!; -Me encantan estos barcos antiguos con forma de copa de coñac…
-Gracias, le contesto, me llamo Germán.
-Encantado, yo me llamo Alon
Le invité a subir a bordo y tomar una cerveza.

Calles de Cefalú


Alon resultó ser el patrón de un lujoso y enorme velero que se encontraba fondeado no muy lejos del Gaviero, propiedad de un rico israelí, de nombre “Bacheeva”. Tras charlar un rato, contarle que viajaba solo y sin piloto automático, me invitó a ir a cenar con  ellos y a presentarme a un joven que tenían embarcado y que quería hacer millas para obtener su título de patrón en Inglaterra.


El Gaviero atracado
                      
De modo que por la tarde una joven rubia, de ojos azules y aspecto de modelo de revista se acercó a recogerme en el chinchorro para llevarme al “Bacheeva”, un imponente velero de diseño moderno de unos treinta metros con todos los lujos y comodidades imaginables. Todos a bordo eran israelíes, excepto la rubia, que era suiza y hablaba perfecto español con acento mexicano. Una extraña reunión…
El ricachón, con cara de prestamista judío, estaba tumbado sobre unos cojines en cubierta, en bañador y camiseta. Pelo negro, nariz aguileña, ademanes pausados. No cesaba de mirar alternativamente dos teléfonos móviles y una tablet, completamente ajeno a todo lo que le rodeaba. Incluyendo la magnífica noche de verano y luna llena y a todos nosotros. Una copa de vino blanco reposaba delante de él. No abría la boca. Leonard Cohen cantaba su “Aleluya” a través de los altavoces de cubierta.
Los demás bebíamos vino blanco y fumábamos. Ron y Doron, mi futuro tripulante y un amigo del prestamista respectivamente, jugaban al ajedrez. Doron, rubio con ojos azules y una cara que con una túnica, barba y unas sandalias, habría podido pasar por uno de los doce apóstoles, era el único que bromeaba con el armador y le daba de tanto en tanto cariñosas palmaditas en el hombro. Curiosamente hablaba también perfecto español y vivía en Ibiza…
El capitán Alon y su guapa novia preparaban la cena, ponían la mesa y trataban de hacer el ambiente a bordo agradable.
Hablando con ellos (por separado), descubrí que ella estaba enamoradísima de él, pese a ser mucho más joven; supe que él estaba harto de tenerla a bordo y estaba deseando librarse de ella; que se conocieron en México y que las discusiones a bordo eran constantes, razón por la que el joven Ron quería desembarcar y venirse a navegar conmigo.
El resto de la noche transcurrió entre botellas de vino blanco italiano, extrañas conversaciones y un rico prestamista judío que miraba pantallas de móviles en lugar de mirar las estrellas a bordo de su carísimo velero de treinta metros.
Abandoné este pequeño universo flotante habitado por personas en forzada convivencia bien entrada la noche, envuelto en los vapores del vino, sin saber que volvería a encontrarlas en la isla de Vulcano y con la única certeza de haber conseguido un “piloto automático”, el amigo Ron…
Leonard Cohen seguía cantando a lo lejos su “Aleluya”…

Ron, el "piloto automático"




lunes, 16 de enero de 2017

Marettimo








Marettimo. Bonito y sugerente nombre para una isla. Una isla formada por una alta montaña, un pequeño puerto y un grupito de casas blancas y cuadradas como cubos en torno a él. Aguas limpísimas y transparentes. El puerto se llama Skala Nuova y en él, el fondo es totalmente visible a través de un mar de cristal. La posidonia y los muertos de los atraques destacan en él, y desde este puertecito salen los ferries que van a la cercana isla de Favignana y a Trapani, en Sicilia.
En esta isla de verde montaña cubierta casi siempre por un penacho de nubes atrapadas en su cresta, nos encontramos con el “Orión”, un velero español en ruta hacia las islas Eolias, en la parte este de Sicilia. Una cena en un bonito restaurante y un paseo por las callecitas del puerto junto con su tripulación, con la que hablamos de navegación, de pesca y de la vida en general, amenizan la visita a Marettimo. Una atractiva mujer elegantemente vestida, rubia y de ojos azules, cena solitaria en el restaurante “Il Velero” junto al mar…  Algunos jóvenes ríen y conversan y beben sentados en la terraza de un bar en un pequeño paseo marítimo. Las tripulaciones del “Orión” y “El Gaviero” también beben y charlan y fuman y descansan reponiendo fuerzas para continuar la travesía hacia Sicilia mañana temprano. Una escala breve en Marettimo, pero el viaje debe continuar.

Con viento del nordeste la proa del Gaviero apunta al cabo San Vito, en el extremo oeste de Sicilia, a la mañana siguiente. El cielo limpio y el mar encrespado conforman el fondo del cuadro en el que se destacan las islas Égadas y Sicila al fondo, pero ese mismo mar encrespado comienza al poco a inundar la cubierta de proa y a escorar el barco haciendo el avance de éste cada vez más complicado, de modo que acabamos entrando en el puerto de Trapani entre fuertes rachas de viento y corriendo delante de las olas tan rápido como nunca antes habíamos ido.



Trapani

La marina “Vento di Mestrale” es un pequeño puerto deportivo con cierto encanto debido sobre todo al personal que la atiende y al lugar en el que se encuentra ubicado, junto al puerto pesquero de Trapani, en el extremo occidental de la isla de Sicilia.
Stefania es un chica joven, de veintitantos años, pelo corto y moreno, piel trigueña y sonrisa y amabilidad exquisitas. Ella es la que atiende a los capitanes de los barcos que paran aquí en tránsito desde o hacia Cerdeña y ayuda en todo lo que puede a hacer la estancia aquí lo más agradable posible. Y lo consigue. Vaya si lo consigue. Con eficacia y simpatía. Como al final el Gaviero acabó amarrado aquí muchos más días de lo previsto, llegué a conocerla un poco gracias a los ratos que pasé en la oficina de la marina tratando de encontrar repuestos para el piloto automático, que decidió dejar de funcionar sobre las altas olas que nos trajeron en volandas desde Cerdeña. Me contó que apenas tenía días libres, que pasaba prácticamente el día entero en el trabajo y que ganaba muy poco dinero. Una historia más de personas que se esfuerzan y que están sobradamente preparadas para el trabajo que realizan y a las que no se les reconoce nada de esto. Sinceramente, le deseé mucha suerte a la bella Stefania, una flor en el jardín de la marina “Vento di Mestrale”.
Toni es el encargado del puerto y tiene una impresionante pinta de mafioso moderno, cara de permanente enfado, cráneo rapado, grandes gafas de sol con espejos, pantalón corto y polo con el cuello levantado. Vive con su gritona mujer y un número indeterminado de gritones niños en una casita flotante de madera amarrada en uno de los pantalanes de la marina. Sin embargo, este personaje poco simpático en un primer contacto, resultó ser un tipo comprensivo que me hizo la estancia en esta ciudad muy agradable y me ayudó a resolver los problemas que me impedían continuar con mi viaje, rebajándome incluso el precio del atraque a la mitad y cuidándome el barco, que quedó atracado junto a su casa flotante, durante los días que estuve fuera visitando a  mi hija. Como con tantas otras personas en estas viejas ciudades mediterráneas, es una cuestión de saber cómo llegarles. Algo difícil de aprender para algunos, e innato en los que hemos nacido en cualquiera de estos pueblos meridionales.
Los amigos se fueron; Carlos se marchó temprano por la mañana; los tripulantes mallorquines del “Fresa” partieron rumbo a las islas Eolias; mis amigos del “Orión” se fueron poco después, y me quedé totalmente solo, un poco melancólico, ofuscado por los inconvenientes en el barco y preocupado por lo que me quedaba por delante hasta llegar a Grecia…

Casita flotante de Toni



Pero puestos a tener que esperar amarrado, más valía aprovechar el tiempo. Cogí un autobús urbano frente al puerto, que llevaba dando un paseo por toda la ciudad hasta el lugar desde el que parte un funicular (aquí llamado funivía) a Erice, una ciudad mágica.
Las afueras de Trapani no son bonitas. Es sucio, desordenado, un poco caótico, parecido a cualquier otra ciudad mediterránea de tamaño medio. El personal del autobús, idéntico al que podría viajar en un bus de mi ciudad; Conversaciones en voz alta, señoras mayores con vestidos veraniegos negros o de flores; atascos circulatorios; el típico “colgado” protestando y gritándole al conductor… Una chica acompaña a éste (el conductor) durante todo el trayecto, de pie y hablando con él bajo un cartel que dice:  “Non parlare al conducente”. Agradable…
Luego, el funivía asciende por las laderas de la montaña en silencio, un poco balanceado por el viento y descubriendo unas vistas impresionantes de la lengua de tierra que se adentra en el mar y sobre la que se asienta la ciudad de Trapani. A lo lejos se recorta el cabo San Vito lo Capo. Un trayecto espectacular.
Al llegar, Erice me recibe con el frescor de pueblo de alta montaña. El aire es limpio y puro y el viento vivificante empuja las nubes, que corren por el cielo y se pasean entre las casas de piedra. Numerosas iglesias y casonas de personajes ilustres adornan las calles de esta ciudad de cuento, y un castillo con torreones corona la parte más alta de la cuidad. Abajo, sobre una alta roca, una especie de palacete con aspecto de pertenecer a algún cuento de hadas se yergue altivo y hermoso.
No era posible imaginarse que en una ciudad como Trapani se levantara un lugar tan bello y tranquilo como éste…


Erice


En la próxima entrada, viajaremos hasta Cefalú y conoceremos a un interesante grupo de amigos israelíes…

domingo, 8 de enero de 2017

Escala en Cerdeña


Delfines
Carloforte
Playa en Teulada

Bernard

Bernard es francés y es armador y patrón de un grande y bonito barco, el “Sunrise”, que va de camino a Croacia y que se encuentra en este puerto de Teulada aguardando como nosotros a que mejore el tiempo. La señora que va con él a bordo debe tener unos sesenta años y gusta de llevar flores en la cabeza, prendidas entre su cabello, como un pequeño jardín andante. Forman una pareja un tanto estrafalaria, aunque en realidad no son pareja. Pero esto no lo supimos Carlos y yo en un principio, sino más adelante, en una noche de cena en un apartado restaurante cuya terraza estaba cubierta de exuberante vegetación por todos lados. Árboles y plantas por doquier, como una pequeña selva de montaña de la que manaban deliciosos platos de comida y vino de la región, servidos por simpáticas camareras sardas. Comimos y reímos y Bernard nos contó cómo había llegado a navegar por el Mediterráneo a bordo de su barco, siempre acompañado de lindas mujeres y a una edad en la que la mayoría de los hombres se dedica a ver la tele y a estar con sus familias cómodamente en casa.
La historia fue ésta: Bernard tenía una empresa de construcción en Francia, era trabajador y le iba bien. Casado y con niños. Lo normal. Hasta que un día se cayó del tejado de una casa en la que estaba trabajando y se rompió la espalda. Se acabó. Se acabó el trabajo y se acabó caminar. O al menos eso parecía, porque al cabo del tiempo sí que volvió a andar, y además a navegar. Una vez jubilado forzosamente, se compró un barco y se dedicó a surcar los mares. Y tanto le gustó, que acabó separado de su mujer y viviendo a bordo de su “Sunrise”, invitando a atractivas señoras y señoritas que conoce por Internet y a las que ofrece un lugar como pasajeras en su barco a cambio de una pequeña cantidad de dinero para cubrir los gastos.
Juntos pasamos tres días en el puerto de Teulada hasta que el viento nos fue favorable y partimos una mañana cada uno hacia su destino. Bernard nos invitó a comer en su barco, me prestó herramientas para arreglar un tornillo del motor que me tuvo ocupado hasta bien entrada la madrugada, nos hizo reír, fuimos juntos al pueblo en el coche ruinoso y prestado por uno de los marineros del puerto para llenar depósitos de gasoil y nos hizo pasar momentos divertidos. Así es la vida de los marinos, amistades que vienen y van, cada uno siguiendo sus sueños y anhelos en puertos distintos. Nos enviamos unos cuantos mensajes durante un tiempo y luego la vida siguió.
¡Buena proa, amigo Bernard!


Sur de Cerdeña






De modo que ahora vamos lanzados a más de siete nudos empujados por una mar gruesa y un viento de suroeste de veinte a veinticinco nudos que hacen que el velero demuestre para qué fue construido. Embelesado, contemplo las enormes masas de agua azul intenso, que pasan bajo nuestra quilla una y otra vez; poderosas y bellas olas sobre las que no somos más que una pequeña gaviota blanca arrastrada en una inmensidad celeste. Hasta que de noche el fantástico viento cae y nos encontramos navegando bajo un cielo nublado y adornado con tormenta eléctrica que ilumina completamente el cielo a intervalos regulares y nos acompaña hasta el amanecer. Fogonazos que rasgan la oscuridad y la rompen en pedazos efímeros.
A mediodía el viento sube lo justo para hacer andar el barco a vela. Hay marejada de cuatro metros por la popa y el pequeño velero sube y baja armoniosamente sobre las montañas suaves de agua. El sol luce en un cielo limpio y los delfines vienen a visitarnos jugando en la proa. Grupos de atunes agitan el agua con blanca espuma y las aves marinas sobrevuelan con precisión las olas para tratar de obtener su parte. En la travesía, tres tortugas marinas flotaban plácidamente en la superficie del mar asomando tímidamente su cabeza y escondiéndola a nuestro paso. Si existe una imagen y un momento de la belleza de la navegación, éste es. El viento suave y el sol airean los camarotes y la atmósfera transmite paz, tranquilidad y seguridad. Los días como éste todos los sacrificios que supone tener y mantener un velero merecen la pena. No existe nada igual. Marettimo, una pequeña isla que anticipa la llegada a Sicilia es nuestro destino. Aunque el destino no es realmente los más importante.
En días así, uno estaría navegando eternamente…


sábado, 7 de enero de 2017

Parte primera. Navegando.

El barco estaba listo. Yo estaba listo. Probablemente estábamos listos desde hacía mucho tiempo y simplemente no encontrábamos el momento de largarnos. A veces en la vida las cosas pasan así. Uno sabe lo que tiene que hacer  e incomprensiblemente deja pasar el tiempo sin hacerlo. Las obligaciones. Ellas tienen la culpa. Uno no. Uno quiere hacerlo pero no puede. ¿O sí? Y el tiempo pasa. Inexorable. Sin detenerse. El maldito tiempo que no perdona; que no deja saborear las cosas buenas y las convierte instantáneamente en pasado. A veces tengo la sensación de que todo ha pasado hace demasiado tiempo ya…

Por fortuna, un barco y hacerlo navegar no dejan espacio a la nostalgia ni al pasado. Todo se centra en el momento presente, a veces casi exclusivamente en sobrevivir al momento presente. Es así. Viajar en un pequeño velero en solitario absorve toda tu atención y tu esfuerzo. Y en este caso no sólo para el presente. Navegar es prever. Tratar de saber qué cosas pueden pasar en un futuro próximo para evitar el desastre. El mantenimiento del barco y la meteorología. Y así continuamente…


El Mediterráneo es un mar complicado, cambiante, a veces imprevisible. A menudo te regala espléndidos días de ligeras brisas, cielos azules y mar en calma, y entonces se convierte en el mar ideal para navegar. Tomas el sol, escuchas música, lees y disfrutas de la vida que en días como esos es bella, agradable y fácil. Tu barco navega feliz y tú estás feliz.
Otras veces, en cambio, se convierte en un lugar hostil, peligroso, en el que lejos de disfrutar deseas estar en cualquier otro sitio, a salvo de la incertidumbre, las noches sin dormir, el frío, y la amenaza del viento furioso y las olas destructoras.


Carlos navega conmigo y todo fluye fácil y como debe ser. Apenas nos conocemos pero no hay complicaciones ni quebraderos de cabeza. La garrafa de vino dulce “Málaga Virgen” que mi amigo Fran el patrón de remolcador nos regaló, hace tiempo que se acabó junto con el salchichón de Málaga. Nos la bebimos entre David y yo en la travesía hasta Valencia. El comienzo del viaje a Grecia. Aquélla travesía en la que volvimos a ser hermanos como siempre habíamos sido, pero que por la distancia que nos separaba no habíamos podido demostrárnoslo como nos gustaba en los viejos tiempos. La misma travesía en la que el barco se llenó de bichos un día de tiempo raro y calor sofocante cuando pasamos por el Cabo San Antonio y por Denia. Moscas, libélulas, abejas… Cientos de ellas invadieron el barco en la mar y lo convirtieron en una pequeña Arca de Noé para insectos. No fue una experiencia agradable. Fue uno de esos días en la mar en que estás esperando que pase algo desagradable de un momento a otro. Cuando los caprichosos dioses del mar están deseando divertirse un poco contigo, pequeño humano osado en tu cáscara de nuez flotante. Sólo cuando has navegado mucho conoces esa sensación, la boca seca, el estómago encogido, los nervios en tensión…
Pero todo aquello fue hace tiempo ya. Todo fue hace tiempo ya. Todo pasa demasiado rápido.
Ahora Carlos bebe y fuma y lee y disfruta la vida rumbo a Cerdeña mientras El Gaviero sube y baja y corre increíblemente rápido a vela sobre las grandes olas que nos vienen por la aleta de babor. Y yo también bebo y fumo con él. Bebemos cerveza de lata y vino tinto, y charlamos. Charlamos de día y a veces de noche, hasta que uno se va a dormir y el otro se queda de guardia. Unas guardias que transcurren tranquilas bajo el cielo negro y sobre la mar negra; en las que la humedad empapa el barco y lo moja todo; en las que la soledad es magnífica y a veces asusta porque es una soledad completa, brutal. Flotas en la nada más absoluta, en medio de una oscuridad brumosa y etérea, irreal, que sumerge al barco en un limbo mágico y atemporal.
Y entre estas noches mágicas y apartadas y estos días soleados y hermosos, el barco nos va acercando a la gran isla, la más grande del Mediterráneo, la isla en la que habríamos de pasar algunos días en el pequeño y apartado puerto de Teulada esperando que el viento y la mar nos permitieran continuar con nuestro viaje hacia Levante.


viernes, 6 de enero de 2017

Comienza el viaje



“Do not move. Let the wind speak. That is paradise”
  Kazantzakis. Zorba el griego.



En Málaga, antes de emprender la travesía

 
Cuando has vuelto y te das cuenta de lo mucho que te va a costar adaptarte tras tantas noches pasadas bajo el cielo desnudo y rebosante de estrellas, de viento hinchando las velas, de puertos con nombres imposibles, de vivir la intensidad del contacto directo con la naturaleza y sus caprichos, de tantos amigos efímeros en efímeras paradas, de tanta soledad e independencia, de tanta libertad… Cuando finalmente el barco está amarrado en la seguridad del puerto conocido y tu cabeza te dice que la aventura ya terminó y que es tiempo de volver a antiguas rutinas y compromisos, entonces los recuerdos y las sensaciones vividas se abren paso en tromba en un desesperado intento de no ser olvidados, de tratar de continuar presentes pese a la imparable rueda de la vida que no se detiene…
Y está bien que así sea. No es bueno vivir de recuerdos, aunque recordar sea vivir. Aunque haya cosas que uno no olvida nunca mientras viva.
Y quizá Grecia forme parte de esas cosas que merecen ser recordadas por su condición de puerta de entrada a un mundo en el que se entremezclan con naturalidad y sencillez la realidad y los sueños; un mundo en el que los dioses siguen mezclados con los hombres en sus ocupaciones cotidianas.
Un mundo azul y blanco, como los colores de su bandera; un mundo en el que los barcos ocupan un lugar principal desde la antigüedad y se deslizan entre nombres míticos bajo cielos y mares antiguos y sabios.

Grecia…

No…


Verdaderamente cuando uno ha conocido Grecia, ha navegado entre sus islas, ha tratado a su gente y visitado sus pueblos y ha sentido latir el corazón del Mediterráneo antiguo, no es posible olvidarla. Sencillamente, no es posible…


Rumbo a Cerdeña

jueves, 5 de enero de 2017

De sueños y tornillos



Dos semanas en el varadero. El trabajo está hecho y bien hecho en lo que a nosotros respecta. Un tornillo y una tuerca. El barco ya debería estar en el agua, flotando en el mar azul y aprovechando el precioso viento de poniente que nos estaría empujando bajo el limpio cielo hacia nuestro próximo destino. Pero una tuerca y un tornillo nos mantienen varados desde hace días. La gente de tierra no entiende de bonitos vientos ni de sueños sobre el mar azul. Un barco es un capricho y su capitán una fuente de ingresos ilimitada. El tiempo pasa y el dinero se esfuma. Paciencia. Sabemos que al final partiremos, pero el precio de los sueños es alto. Ni un tornillo ni una tuerca, ni todo el tiempo perdido,  ni todos los obstáculos que se plantean nos pararán. Grecia y el Mediterráneo antiguo nos esperan.Pero de momento, aquí seguimos...





Bienvenidos al blog del Gaviero

El Gaviero en el varadero de Fuengirola, preparándose para la travesía.

Después de una semana de trabajo y de vida a bordo con todas las incomodidades propias de un barco fuera de su elemento, empezamos a ver la luz al final del túnel y si nada se tuerce, a lo largo de esta semana estaremos listos para empezar a navegar en busca de nuestra Ítaca. ¡Destino Grecia!
Las visitas y la ayuda de buenos amigos y famliares que siempre están cuando se les necesita, han hecho estos días mucho más llevaderos y felices. Málaga es un pequeño paraíso de alegría de vivir y de luz en el que El Gaviero ha pasado los últimos ocho meses.

Durante esta travesía que en los próximos meses esperamos que nos lleve a Grecia, trataré de compartir con vosotros los acontecimientos relevantes del viaje en la medida en que las conexiones a internet y mi falta de interés por las nuevas tecnologías nos lo permitan.


¡Hasta la próxima!