domingo, 22 de enero de 2023

Diarios del Mar del Norte.




(…) por el nudo de pavor y fatiga que nace en la garganta del maquinista, que sólo sabe del mar por su ciega embestida contra los costados que crujen tristemente;

(…) por los que hacen el tercer cuarto de guardia y susurran canciones de olvido y pena para espantar el sueño; 

(…) por el gaviero que fui, casi niño, mirando hacia las islas que nunca aparecían, anunciando los cardúmenes que siempre se escapaban al cambiar bruscamente de rumbo, llorando el primer amor que nunca más volví a ver; 

(…) por todos los que ya no están con nosotros; por los que bajaron en tumbos resignados hasta yacer en el fondo de corales y peces cuyos ojos se han borrado; por los que barrió la ola y nunca más supimos de su suerte; por el que perdió la mano tratando de fijar una amarra en los obenques; por el que sueña con una mujer que es de otro mientras pinta de minio las manchas de óxido del casco;
 
(…) por el que aseguraba que las mujeres saben navegar mejor que los hombres, pero lo ocultan celosamente desde el principio de los tiempos; por los que susurran en las hamacas nombres de montañas y valles y al llegar a tierra no los reconocen;
 
(…) por todos los que ahora están navegando; por los que van a partir mañana; por los que llegan al puerto y no saben lo que les espera; por todos los que han vivido, padecido, llorado, cantado, amado y muerto en el mar; por todo esto, Amirbar, aplaca tu congoja y no te ensañes contra mí.
 
(…) Amén. 

Maqroll el Gaviero. Amirbar.


Timón del "Viking Skye"



Recojo a continuación extractos de los diarios escritos durante los dos años pasados navegando por las aguas de Reino Unido y Noruega, desde Aberdeen y Stavanger, hasta los 62º de latitud norte. 

"La lluvia en la mar es como un llanto estéril, una humedad al cuadrado, una soledad gris, una cortina que separa de todo lo que signifique refugio o protección. Cuando llueve en la mar, el ánimo se empapa de una indescifrable melancolía, los recuerdos se vuelven más lejanos, las brumas se extienden y anulan toda noción de tiempo, provocando un limbo estático y perdido. No queda el consuelo del olor a tierra mojada tras la lluvia en la mar, tan sólo el agua gris y calma, eterna, inagotable, arrasadora del ánimo y la voluntad. 

Puede que el tiempo pase estéril, que los días se multipliquen incontables e idénticos. Puede que las horas transcurran lentas en un goteo de minutos cuyo eco se pierde en el imposible laberinto de mamparos, en las tuberías sin fin, en las soledades de la cámara en la madrugada. Puede que cada segundo que transcurre sea para recordarnos el implacable acercarse del fin, ese que dota de sentido a todos los días, horas, minutos y segundos. Puede que en un navío el tiempo sea más largo. Puede que se detenga a veces. Puede que el pasado, el presente y el futuro se barajen en caprichoso desorden. Puede que esto sea la causa de la confusión del marino en tierra. Puede… 

La monotonía; el lento discurrir de los días sin variación; las mismas caras, los mismos horarios, las mismas faenas, el mismo mar, las mismas nubes. Todo tan distinto y tan igual cada día. Los ruidos. Máquinas, crujidos, voces en los pasillos, alarmas, el soplar del viento afuera, las olas al golpear contra el casco. Todos tan distintos y tan iguales cada día." 


Stand-by. Calma previa a la tempestad.
 



Aberdeen, 16 de Diciembre 

Carreteras costeras del norte de Escocia; paisaje inhóspito como el de los altiplanos, frío, mucho frío, nieve cayendo salvajemente arrastrada por el viento. De verde y marrón, todo pasa a ser blanco. El mar se mueve lentamente aunque en enormes masas de agua con blancas crestas. Los pueblos son pequeños y poco habitados; algunos con antiguas y acogedoras casas decoradas para la navidad. Stonehaven con un pequeño puerto; Peterhead con un espigado faro rojo y blanco. El humo del hogar sale por las chimeneas; las ovejas y los caballos pequeños, robustos y peludos capean el temporal. El invierno en Escocia es duro para un malagueño. 


Aberdeen, 22 de Diciembre 

Mañana embarco en el “Viking Raasay” como segundo oficial. James y yo llevamos ya once días en Escocia y en este tiempo hemos aprendido cómo funcionan las cosas de la marina mercante en el Reino Unido, además de haber hecho algunos contactos y dos cursos de especialización. Hace justo un año tomaba café con churros en Cádiz con dos de mis profesores y algunos compañeros, recién terminado el curso. No hubiera creído entonces que iba a embarcar tan pronto como oficial, y en el Mar del Norte. Las Inquietudes de Shanti Andía, Maqroll el Gaviero, Lord Jim, me siguen empujando… 

Barnie es un cocinero de barco inglés, alto, desgarbado, con barba pelirroja, ojos azules de San Bernardo, fumador infatigable, con los brazos tatuados, embarcado en supliers que trabajan en Brasil, Singapur y Nigeria. Está empeñado en ponerme en contacto con un amigo suyo que se encarga de reclutar el personal para esta empresa, aunque de momento aún no he embarcado siquiera en la que me contrata; de todas formas, está bien tener contactos. 
Barnie copia mis respuestas en los exámenes que hacemos esta semana en el curso, aunque yo le dejo hacer; de todas formas es el cocinero y no está muy interesado en rescates o salvamentos. Su frase: “All right mate?” 


En algún lugar del Mar del Norte

Nos movemos zarandeados por el océano. Día de Navidad con pavo y un regalo que unas señoras del Ejército de Salvación nos  hace a los marinos que estamos lejos del hogar: un paquetito con jabón, pasta y cepillo de dientes, un gorrito, un block y un librito de oraciones. La verdad, se agradece. 
Las guardias las hago de doce a cuatro de la tarde y de la madrugada; no hay mucho que hacer, pues no nos movemos de los alrededores de una plataforma petrolífera. De momento corrijo las cartas de navegación y me familiarizo con todos los instrumentos del puente; la radio escupe enigmáticas frases en todos los acentos de la parla inglesa que me resultan bastante ininteligibles. Me acompaña siempre un marinero viejo y afable, Robert, hombre cordial que me hace pasar el tiempo más tranquilo y veloz. 

El capitán, Marc Hooson, tiene cincuenta y cuatro años y treinta y ocho de mar. Es galés, aunque el color de su piel y los rizos de su cabello lo delatan de procedencia colonial. Educado, sonriente y encantador. Una auténtica suerte haber dado con él. 
El primer oficial, más rudo, gordito, tatuado hasta los dedos de las manos, se llama Malcom y antes de llegar yo ocupaba el puesto de segundo oficial; ahora, después de dos años, ha ascendido a primero. En el cambio de guardia, cuando hacemos el relevo, lo único que intercambiamos en un "hello" por mi parte y una especie de gruñido por la suya. 
Al resto de la tripulación la voy conociendo poco a poco entre guardia y guardia. Collin, Wal y John son los maquinistas. Collin parece Mr. Potato, bajito, rechoncho, con los brazos y las piernas muy delgadas, chistoso y de ojos vivos. Wal es polaco, canoso y con una perilla al estilo D´Artagnan; simpático y con un inglés básico y rudo. Me enumera todas las ciudades que ha visitado de España. John es el jefe de máquinas. Alto, delgado y con la mandíbula rota en algún accidente. Cara de buena persona. 


Captain Hooson y Robert


29/12/05 Mar del Norte, entre Escocia y Dinamarca

Comienzo a acostumbrarme a la rutina del barco. Ayer de madrugada, durante mi guardia, una tremenda nevada nos cubrió de blanco y me dejó con la única referencia de un puntito en la pantalla del radar. Por un momento me sentí perdido y un frío escalofrío me recorrió la espalda. De todas formas, hasta el momento todo va bien. A pesar de que creo que el tiempo aquí es infame, los compañeros me dicen que aún no he visto nada. Ceo que prefiero no verlo. Las guardias las paso medio tenso, medio contento, disfrutando del mar, de mi nuevo puesto y de todo lo que estoy aprendiendo. 
Hoy, al levantarme y subir al puente para hacer mi guardia, me encuentro con que la plataforma Arctic IV está justo por la proa, a unos cincuenta metros. A esto es a lo que le llaman: “close stanby”, y consiste en mantener el barco parado cerca de la plataforma mientras haya operarios trabajando en lugares peligrosos. De modo que me pongo a los mandos y con los dos motores y el timón, trato de mantener al dichoso barquito en su sitio con la proa enfilando olas de casi cuatro metros. No contentos con esto, nos anuncian también un helicóptero que va a recoger a siete personas que están en la otra plataforma de la que nos hacemos cargo: “Erskine”, así que la radio no para. Ahora hay que botar la lancha auxiliar para poder cubrir las dos plataformas. Ha sido una guardia intensa, que me ha dejado la espalda hecha polvo por la tensión. El capitán me dio cinco minutos para hacerme con el manejo del barco en esta situación y la radio, aunque mi inglés está mejorando a pasos agigantados, sigue siendo un instrumento de tortura. He de agradecer a mi amigo Bob, el viejo marinero, la ayuda que me está prestando. 


12/01/06 

Seguimos con temporal SSW, fuerza 9, lo que traducido significa: 45 nudos de viento de media y olas de 5 y 6 metros. La mar blanca. Al cabo de unos días así el cuerpo se resiente un poco del movimiento, aunque la expectativa del desembarco en una semana lo hace más llevadero. 
Aparte de unas pocas gaviotas, no he visto ningún otro ser viviente en las tres semanas que llevamos aquí. Verdaderamente, el clima no es de lo más delicioso. 
Bob me presta por las tardes un reproductor de DVD y paso parte de las mismas viendo películas. El inglés sigue mejorando, aunque cuando a la hora de la comida mis compañeros parlan en su “slang”, me entero de más bien poco. Es cuestión de tiempo. 
La comida es una mierda del diez, todos los días carne para el almuerzo y la cena, arroz con unas especias que siempre se repiten, curry, puré de patatas, guisantes y poco más. Shepper´s pie, chopped pork, beef al estilo Aberdeen y más porquerías inglesas por el estilo. El cocinero, Joe, es brasileño aunque lleva veinte años viviendo en Inglaterra. No ha vuelto a Brasil ni para ver a su familia. Se pasa el día viendo pelis porno, habla un inglés malísimo y está a punto de jubilarse. Como el sueño está cambiado por las guardias, no desayuno más que un zumo y un té, no almuerzo, ya que la hora de comer es a las once y media, y cenamos a las cuatro y media, que es la única comida decente que hago.


Temporal


12/03/06 

Mareado en mitad de una tempestad en el Atlántico norte. Llevamos dos días dando balances y cabezadas como locos; olas de hasta diez metros y un tiempo infame. Navegamos más allá de 60º de latitud norte, más arriba de las islas Shetland. El BUE SKYE es un barco viejo pero seguro, antiguo pesquero ártico reconvertido, construido en 1968; el camarote es bastante más cutre que el del barco anterior, ni siquiera tiene lavabo dentro. La noche anterior a zarpar salí con el capitán y algunos compañeros, me bebí no sé cuántas pintas de cerveza y acabamos en un local de strip tease. Me faltaba ver el lado sórdido de la ciudad. Al día siguiente lo pagué caro y vomité hasta los higadillos. ¡Menudo estreno! Mis temores en cuanto a la tripulación se han disipado, son bastante buena gente, en especial el capitán, un tipo joven de Shetland amable y enrollado, aunque es sólo provisional, pues en unos pocos días recogeremos al que es el capitán habitual de este barco, hombre de sesenta y cinco años y poeta, dicen que no habla mucho y por los papeles que tiene en el puente, escribe con perfecta y anacrónica caligrafía. Ya veremos qué tal es. 
Por otro lado, el examen que tenía que hacer lo aprobé, y el de inglés que me pedían para tener la equivalencia del título español me lo hizo un capitán de la mercante y lo aprobé también, por lo tanto, otro de los objetivos de este año está cumplido. 

Pues ocurre que hace dos noches durante mi turno de guardia, y concretamente a las tres de la mañana, se rompió el timón del barco. 
Estaba tranquilamente corrigiendo cartas de navegación cuando noté que caíamos a estribor sin control; cambié de automático a manual y nada, seguíamos cayendo. Como teníamos un barco a rumbo de colisión y a menos de dos millas de distancia, llamé al capitán y al primer oficial, que subieron al puente en el acto. Tras múltiples intentos fallidos de arreglar la situación, se puso en funcionamiento el aquamaster, que es un medio de gobierno del buque alternativo que se usa para maniobras complicadas, y con éste conseguimos volver a rumbo. La cosa es que el timón no ha vuelto a funcionar hasta el día de hoy, y ahora vamos camino de un puerto de Edimburgo para entrar en dique seco y tratar de solucionar el tema; dicen que es posible que lo hayamos perdido, y por tanto habrá que fabricar uno nuevo, lo que unido a tres días de viaje, puede convertirse en una semana o más que estaremos fuera de servicio. ¡Con lo bien que hubiera estado en el Raasay otra vez! En este barco todo son cambios y sorpresas, lo cual hace mi trabajo más difícil y me tiene en vilo esperando a ver dónde meto la pata. En fin, de momento se va pasando el embarque. 


17/03/06  Firth of Forth, a unos treinta kilómetros de Edimburgo. 

Inmensa ría en la que el agua salada del mar del Norte se mezcla con la dulce del río Forth creando un grandioso canal de navegación de color marrón a veces, verde turbio otras, que es recorrido por grandes barcos mercantes de camino al impresionante y horroroso complejo industrial y astilleros que se encuentran en su tramo inicial. Al principio, verdes laderas salpicadas de pueblecitos adornan ambos flancos del canal; bosques de árboles pelados, salpicaduras de nieve, iglesias al borde del agua en islas casi despobladas, dan paso poco después a chimeneas barrigonas humeantes, a edificios grises albergue de pestilentes fábricas, a montones de madera apilados junto a los muelles, a barcos de aspecto frío y destartalado poblados por fantasmas de otras banderas. El cielo luce azul, manchado tan sólo por algunas deshilachadas nubes; el frío corta como una espada de acero. 


Firth of Forth




09/05/06 

Flotando en mitad de un campo de plataformas petrolíferas llamado “Forties”, a unas cien millas náuticas al nordeste de Aberdeen. El mar está liso como un plato de sopa; la luna redonda y blanca nos observa desde la altura y pinta un surco arrugado sobre la superficie del agua. Las miles de luces de las plataformas las hacen parecer pequeñas ciudades del futuro, aisladas y autosuficientes, humeantes y misteriosas, habitadas por huraños y afanados seres en continua actividad. 
Los días pasados hemos saltado sobre las olas en las lanchas neumáticas, hemos hecho ejercicios de recuperación de náufragos, se ha compensado la aguja náutica y, en definitiva, no ha faltado la acción. Mejor, así el tiempo pasa más deprisa. Increíblemente, el mar estaba hoy como podría estar el mediterráneo en un precioso día de primavera, tranquilo, azul, con el sol reflejado sobre su superficie, espléndido. Un pequeño pajarillo parecido a un gorrión, pero con el pecho naranja y un penacho verde en torno al cuello, se ha colado en el puente. 



08/07/06 

Flotando en aguas holandesas, junto a una plataforma llamada: “Noble Kolskaya”. Antes de comenzar a hacer recapitulación de lo acaecido durante todo el mes en que no he escrito una sola letra, he de comentar que el tipo del que hablaba arriba y que ví en el aeropuerto de París, seguía allí cuando volví a perder siete horas de mi vida en ese aeropuerto por culpa de Air France hace tan sólo nueve días. He de deducir, por tanto, que es una especie de vagabundo residente allí. En fin, anotado este pequeño detalle, paso a recordar a grandes rasgos lo hecho durante el mes de vacaciones. 
Este embarque me está resultando un poco estresante debido en gran medida a mi inclinación a preocuparme en exceso por mis responsabilidades y por qué pensará mi jefe de mi trabajo o de mis capacidades. Mi jefe en este caso es el primer oficial, hombre a mi juicio excesivamente metódico y puntilloso, que ha asumido el rol de capitán debido a la despreocupación de éste último de sus funciones debida a su próxima jubilación. Son ambos, como muchos de los compañeros que navegan en esta empresa, pescadores reconvertidos, de escasa cultura y preparación y anclados a manías ancestrales. De cualquier forma, he decir también que me está enseñando de buen grado todo cuanto debo saber para desempeñar mi trabajo y que sus maneras conmigo no son del todo descorteses. Se trata mayormente de mí; siento una responsabilidad que a veces me abruma. Aparte de esto, el tiempo está siendo magnífico, exceptuando dos o tres días de niebla cerrada que no permitían ver más allá de trescientos metros. Los días son muy largos y la claridad se extiende hasta bien entrada la noche. El mar de día adquiere, con la neblina, una tonalidad verde espesa, relajante, casi artificial. Los compañeros salen a tomar el sol en cubierta. El primero los llama: “familia de ballenas rosa”. Por cierto, hace dos días ví una ballena solitaria saltando a una media milla por nuestro costado de babor; parecía disfrutar alegremente del buen tiempo y por un momento, según se acercaba despreocupada, temí que viniera a estrellarse con nosotros. 


Sábado, 03 de septiembre de 2006 

Tarde-noche de sábado sobre un mar gris, oscuro y salpicado por la lluvia. El cielo, por supuesto, gris, oscuro y descargando lluvia. Estos últimos días, Antonio Tabucchi ha desgranado la historia sobre lo que sostenía Pereira con una maestría teñida de la melancólica luz de Lisboa y de la siempre entrañable calidez de los héroes cotidianos, muy apropiado para acompañar el clima que envuelve al barco. En esta tarde-noche de sábado de reclusión en el camarote y lectura, Mario Benedetti suple a la estufa calentando con sus cuentos el alma del marino andaluz y dándole a su mente trabajo para madurar. Definitivamente, entre tanto angloparlante es más que gratificante admirar la belleza del idioma materno con la lectura de delicados y preciosos textos que lo hacen lucir en toda su grandeza y esplendor. En estos momentos, más que siempre, la literatura se revela una vez más como tabla de salvación ante el tedio y la sinrazón de la cotidiana existencia. Aquí sin novedad, salvo los dos polacos que ejercen de Jefe y tercer oficial de máquinas respectivamente. El tercero, Piotr, es un chaval educado y amable con el que comparto ratos conversación, es muy delgado, algo tímido y luce un enorme tatuaje en su brazo izquierdo; le gustan las motos y está casado. 
El jefe de máquinas es lo que los angloparlantes denominan como un: “pain in the ass”, o lo que es lo mismo, un grano en el culo. Es un tío de cincuenta y cinco años, gordo, grande, comilón, calvo y charlatán. No es mala persona, pero es uno de esos tipos que te resultan incómodos porque no captan cuando es mejor dejar de hablar cuando ven que el interlocutor no está interesado en absoluto en la conversación. Y es que la conversación, en pésimo inglés, varía en diez minutos desde el precio de las putas en Brasil al de unos calcetines que compró en Barcelona hace catorce años y que todavía usa, pasando por el restaurante en el que estuvo en Fuerteventura hace veinte años en el que alguien tocaba la guitarra y había jamones colgando del techo, y terminando si te ve fregando los platos sin enjuagarlos bien, por decirte que los productos químicos y detergentes que quedan en el plato, si los ingieres durante mucho tiempo, pueden hacer que los niveles de testosterona crezcan en un hombre hasta hacer que le salgan pechos de mujer…. En fin. Y uno mientras con cara de pasmado mirándolo incrédulo y deseando que el martirio termine cuanto antes, o sea, mirando la forma de marcharte sin ser demasiado descortés. Normalmente, se me sienta al lado en las comidas, y el capitán, viejo cachondo hijo de puta, me hace muecas desde su asiento para hacerme reír. Sea como fuere, este embarque no me está resultando del todo malo. El tiempo corre más o menos deprisa y el primer oficial no está en plan demasiado cabrón. Creo que me he convertido ya en un lobo de mar del Mar del Norte. Dentro de un tiempo habrá que ir pensando en ampliar horizontes. 




20/09/06 

Hace ya bastantes días que el primero está siendo un encanto: simpático, amable, desprovisto de ironía y en definitiva, bastante soportable. Parece que los tiempos de examen diario han pasado a la historia y he aprobado. Dado que este era el único punto negativo que me hacía vivir intranquilo gran parte del tiempo a bordo, los días ahora pasan más rápido y más apaciblemente, si es que puede ser apacible navegar sobre un mar con olas de cuatro metros y viento de treinta y tantos nudos. 
En la guardia de doce a cuatro de la mañana, cuando termina de pelar patatas y sacar brillo al barómetro, la campana y los ojos de buey de la cámara, me acompaña en el puente durante bastante rato Jim, el marinero de guardia, sobre todo para jugar a las cartas en el ordenador. Tiene sesenta y un años, fue maquinista en barcos de pesca, y es un tío tranquilón y guasón al que me cuesta gran esfuerzo entender, en parte por su acento del norte de Escocia, en parte porque habla muy quedo y vocalizando peor que nuestro Rey. Tiene los ojos azules y el pelo canoso, a veces lleva una camiseta con un dibujo infantil de uno de los siete enanitos. Es un buen tío, aunque a veces se pone un poco pesado preguntando demasiado y gastándome bromas como esconderme mi taza y engañarme cada vez que le pregunto algo. La verdad es que eso no me molesta; lo que sí me molesta de verdad es que se tire pedos delante de mí. Lo hace muy de vez en cuando, pero es algo que no soporto ni de él ni de nadie con quién no tenga la suficiente confianza. Guarrete...

Jim "Granny" y Ross


Un martes cualquiera en el mar del Norte 

“No queda sino batirse”, pienso después de más de dos semanas de temporales que no han bajado de fuerza ocho. El nuevo capitán que embarcó la semana pasada es, cómo no, otro ex pescador del mar del Norte; dos de cada tres palabras que dice son tacos; es gordito y grande, viste chándal, tiene el labio inferior caído y fuma continuamente; en los mensajes que manda a la oficina firma como: “cobra”. 
Ayer me preguntó si Cristóbal Colón era español o portugués; le contesté que italiano, pero que en la época en que descubrió América al mundo trabajaba para España. Desde entonces me llama Christopher; él sabrá por qué. No es mal tío de todas formas. El otro capitán se puso malo; le dio una subida de tensión de las suyas y hubo que desembarcarlo. Como le quedan dos meses para jubilarse, es de suponer que no le veremos más. Conservaré un buen recuerdo de él. Jim Campbell. 
En las guardias para estas dos últimas semanas me han puesto a un tío de Hull, Inglaterra, que se llama Damian. Es joven y simpático, pero habla hasta aburrir. ¡Qué diferencia con mis guardias solitarias de antes! 
Hoy estamos pasando por las islas Orkney, que no sé cómo coño se llaman en español; desde lejos parece un lugar bastante inhóspito y solitario, uno de esos sitios que quedan lejos del mundo “civilizado” donde sólo unas cuantas familias deben vivir con esfuerzo pero al menos con tranquilidad. Visto lo visto estas pasadas semanas, el invierno por estas latitudes es infame; de no haber nacido aquí, te ha de gustar mucho el frío o estar muy necesitado de soledad para vivir en este apartado rincón del mundo. De todas formas hoy el mar está calmado, igual que el viento, y nos está dando un respiro para poder descansar algo. 


16/11/06 

Quedan tres días para el fin del embarque. El tiempo sigue mal; olas que no bajan de los cuatro metros y vientos de treinta nudos. El barco se balancea terriblemente de un lado a otro; todo se hace cansado: la ducha, la comida, escribir… Hasta dormir. Tengo que poner chalecos salvavidas bajo el colchón para quedar pegado al mamparo y no salir despedido del catre. Los cielos casi siempre cubiertos y el aislamiento de un mes sin tocar puerto deprimen un poco. En cuanto desembarque he de ir a la oficina; parece ser que me tienen destinado un puesto en uno de los barcos nuevos que están construyendo para la empresa. Más cambios y más cursos y más responsabilidad. Temo que de un momento a otro me toque navegar con alguno de los capitanes cabrones que me han dicho andan por ahí. Siento que me gustaría pasar de todo y largarme con el velero a recorrer el mundo. Pero ¡ay!, las facturas llegan puntuales cada mes. 


18/11/06 

Han pasado tres días, pero siguen quedando otra vez tres o quizá cuatro días para el fin del embarque. En esta empresa parece que nunca se tiene nada por seguro hasta el último momento. El barco que había de relevarnos se ha averiado y ha de ir a dique seco. La comida escasea hace unos días ya, culpa del anterior cocinero que no hizo bien el pedido y de las pirañas que habitan el barco y que, a falta de trabajo que hacer, comen. No hay agua para beber, excepto la que viene directamente del tanque, cosa poco apetecible, ni refrescos, ni zumos, solo té o café o leche sola. Parece mentira, pero el saber que no hay nada decente para beber hace que sientas mucha más sed. Como remate, por no sé qué motivo relacionado con las navidades, me comentan que es posible que nos hagan embarcar antes de tiempo. Es mejor no pensar en lo que dejaste o te espera en casa, esto aumenta en gran medida el agobio del aislamiento, especialmente cuando los últimos días interminables anuncian el fin. 


Viking Raasy


Enero de 2007 

Hace ya tres o cuatro días que se averió el piloto automático. Desde entonces hemos estado gobernando el barco como en los viejos tiempos, lo que en este barco se traduce literalmente en pasarte toda la guardia pegado a la rueda del timón. Añádasele a esto un temporal de fuerza nueve y la compañía del cerebro de mosquito del marinero de guardia, George, para hacer este final de viaje realmente insoportable. 
El capitán polaco  Henrik Strak, está más loco que una cabra, aunque es simpático y buen tío. Muy escandaloso, pega portazos y siempre me dice alguna tontería en el cambio de guardia: “Bingo, bango, bongo, wish you a nice watch and happy new year; Il dottore, proffesore Philipo Collinsi; Eating sleeping shitting”. 
Por cierto, George es malísimo al timón, incapaz de mantener el mismo rumbo durante más de cinco minutos. Esta tarde me puso el barco atravesado a la mar dos veces en mitad de un temporal. Lo tuve que relevar y mandarlo a paseo. Ahora mismo vamos a favor del viento y la mar y me lleva el barco a un rumbo treinta o cuarenta grados distinto al que le he dicho. 
A pesar de haberle repetido mi nombre cientos de veces, insiste en llamarme "Damian". Lo dejo por imposible. Pasa el día agachándose a recoger cualquier pelusa que ve sobre la moqueta del barco. Le faltan los dos dedos de enmedio de la mano derecha. Cuando me habla, me señala como haciéndome los cuernos...    


"George"

21/02/07 

La máquina se paró. Cuando Piotr intentó arrancarla de nuevo, las revoluciones subieron al máximo; la aguja llegó al tope y todo el barco tembló como si fuera a explotar. Luego se volvió a parar. Las dos bombas de refrigeración han sufrido daños irreversibles. Ahora, por tanto, la máquina está fuera de combate y nos mantenemos con la hélice azimutal de proa. La oscuridad ahí afuera es total y una densa niebla no permite ver más allá de la proa. Sólo se oyen las sirenas anti-niebla de la plataforma. Este aislamiento me produce una cierta e indescifrable angustia. Da la impresión de que algo maligno está acechando para asestar un golpe en cualquier momento y aquí, solo en el puente, siento que me encuentro lejos, extremadamente lejos de todo lo que me es familiar y querido. El tener a la máquina fuera de combate y avisos de temporal en la radio no ayuda a tranquilizarme.


02/03/07 

Nada especial en el día de mi cumpleaños. Piotr me regaló una linterna y Jimmy me prestó una peli porno y dejó una naranja sobre mi cama. Regalos apreciados dado el contexto. A las dos de la madrugada, las estrellas adornan un cielo limpio sobre una mar en calma y el horizonte se muestra salteado de vivas luces que brillan desde las plataformas y parecen encontrarse al alcance de la mano. Los días pasados en Málaga, Almería, Tarragona, Tenerife y Stavanger dan la impresión de pertenecer a un pasado remoto e inasible, como retazos de una vida vivida por otro, fruto de la implacable y narcótica monotonía de la existencia en la mar. Los asuntos de tierra adentro, después de un tiempo, pierden consistencia e importancia; se difuminan en una bruma imprecisa de recuerdos e improbables realidades. 


08/03/07 

Tres pitidos cortos y uno largo son lo único que se oye en esta madrugada tranquila y apacible. Provienen de la plataforma “Erskine”, que por el momento está deshabitada y es la que nos encargamos de vigilar. El tiempo pasa lento y aburrido; tan sólo las lecturas de Álvaro Mutis y Gerald Brenan aplacan el tedio de la rutinaria vida a bordo. Maqroll con sus estériles empresas y sus reflexiones sobre la absurda tarea de vivir, y los días de Brenan en Yegen refrescan la mente y el espíritu en los largos y solitarios momentos que transcurren en el camarote. Los recuerdos de lugares y gentes, de amigos, de momentos pasados y los futuros planes consuelan y reactivan las energías para continuar. 


28/04/07 

Varios días tranquilos en torno a un barco de apoyo a buzos a 61° de latitud. La mar en calma y el cielo despejado y cubierto de estrellas. Varios pesqueros pululan en torno al barco; uno de ellos nos dio pescado fresco ayer, con el que el cocinero hizo un intento de paella. 
El capitán, Bill Tripp, es inglés pero vive en un pueblo de Vigo llamado Salvatierra de Miño; es bajito, con gafas y habla un español más que aceptable. Con tanto tiempo para pensar, no dejo de acordarme de mi barco El Gaviero. No veo el momento de largar amarras e irnos a navegar por ahí. Hace ya casi un año que tengo el barco y apenas hemos navegado. Todo el tiempo se ha ido en reparaciones y en estar en puerto por el mal tiempo. La vida se escurre entre las manos en este trabajo. 
Al pasar por Fair Isle, el capitán con vestimenta y peinado de cantante de country y aspecto de tipo duro llora al enterarse de la muerte de un amigo... 


04/05/07 

Semanas ya de tiempo inmejorable, mar en calma y vientos suaves. Últimos días en compañía de Jim, Ross, Harry, Lachie; buenos compañeros de viaje. Últimos días también a bordo del viejo Skye, que a pesar de sus incomodidades y sus escoras preocupantes ha sido también un buen compañero. De aquí, iremos directos a Bilbao el capitán y yo para embarcar en el barco nuevo, Viking Explorer. Serán más de dos meses fuera de casa, lejos de todo y con El Gaviero a medio arreglar. Definitivamente, en la vida de marino es preciso desterrar nostalgias y apegos terrícolas si se quiere conservar cierto grado de cordura. A fin de cuentas, dos meses no son tanto tiempo.




“Sigue a los navíos. Sigue las rutas que surcan las gastadas y tristes embarcaciones. No te detengas. Evita hasta el más triste fondeadero. Remonta los ríos. Confúndete con las lluvias que inundan las sabanas. Niega toda orilla”...

Álvaro Mutis




jueves, 1 de diciembre de 2022

Viaje en el tiempo

 Un año. El tiempo pasa. Un año del adiós definitivo. Un año desde que te fuiste...

Un  reloj blanco con motivos marineros que cuelga en la pared de la cocina de mi casa marca los segundos con un cadencioso tic-tac, que se escucha desde el salón en las silenciosas y oscuras tardes de este otoño agonizante. Tic-tac... Un último regalo del último verano aquí.

Varios relojes de pulsera en el cajón de la mesita de noche, preciosos y restaurados por tí también haciendo tic-tac.. Omega, Orient, clásicos irrepetibles. Todos recordándome a tí... Cada segundo que marcan con su tic-tac me traen tu imagen sentado en tu banco de trabajo con la lupa en el ojo arreglando cientos, miles de relojes como esos. Desde siempre y casi hasta el último momento. Toda una vida dedicada al tiempo.

Y nunca una queja. Nunca una protesta. Siempre bien y conforme con la vida que te tocó, aferrado a ella y al disfrute hasta el último momento. Sin pedir nada y dándolo todo. Grande y sencillo al mismo tiempo. Difícil tarea. Bien hecha.

Tu Málaga, unos vinos, Ilona, paseos en moto, la familia, los amigos. Nada más. Y nada menos. La felicidad absoluta. Lo único que te hacía falta para vivir.

En el monte Gibralfaro, bajo el antiguo castillo árabe, la luz del sol se filtra bajo el cielo azul entre los pinos inclinados y crea una atmósfera mágica. El mar y la ciudad se difuminan abajo, donde siempre han estado y desde donde llega el murmullo apagado del ajetreo. No estás solo. Te quedas para siempre en tu Málaga querida. En casa. Y en el recuerdo de todos nosotros, tu familia y amigos, imborrable en el tiempo... Papá. 

El tiempo que sigue acumulándose en los relojes. Que sigue pasando. Nada cambia mucho. Solo el presente importa. Tú lo sabías. Manejaste los instrumentos del tiempo sabiendo que el pasado y el futuro son inciertos e inútiles de medir. Tú viviste hasta el último minuto como si fuera el último.

Papá...



Tesoros

domingo, 12 de junio de 2022

Casual encuentro con el capitán Kurt


"Paciencia y perseverancia  son las condiciones para vivir en un velero, nunca abandonar y estar siempre dispuesto a luchar"

Kurt Schmidt


Día de verano. Calor. Llevo ya un tiempo navegando en solitario por Ibiza disfrutando del sol, del mar azul, de la lectura, de la vida a bordo... Siempre al ancla en alguna cala lo más alejada posible de los lugares turísticos. Alejado también de cualquier pensamiento relacionado con el trabajo y las cotidianas y absurdas preocupaciones...

Pero lamentablemente y muy a mi pesar, no tan alejado como para no tener que volver a ellas en breve, de modo que me encuentro fondeado en la bahía de Sant Antoni de Portmany, desde donde pienso zarpar al día siguiente por la mañana al alba rumbo a Castellón

Hay un libro entre la colección que siempre llevo en el barco: "La vuelta al mundo sin prisas", del capitán Kurt Schmidt. Lo había leído anteriormente, pero durante este viaje lo saqué de la estantería y lo estuve releyendo mientras navegaba de día y también en las tranquilas noches bajo las estrellas, repasando las aventuras de este hombre que navegó a bordo de su velero "Nicole" alrededor del mundo durante veinticinco años. Capítulos rebosantes de experiencias y anécdotas contadas con frescura y pasión por el mar, por los viajes y las personas que en ellos se encuentran por el camino.


Pues en estas estaba (cómodamente tumbado en los bancos de la bañera y con el libro abierto sobre mis piernas) cuando de pronto, y para mi sorpresa, veo pasar junto a mí a un Belliure llamado “Nicole” con un señor mayor al timón. No lo puedo creer. Es el capitán Kurt en persona. El autor del libro que tengo en mis manos y el hombre que me ha hecho soñar y disfrutar con sus relatos de navegación alrededor del mundo. Corro a la proa y le grito: -¡Kuuuurt! Él me mira y con las dos manos con los pulgares hacia arriba, me saluda. Le enseño el libro y le digo que justo lo estaba leyendo. Él hace ademán de llevarse un vaso a la boca y me grita: -¡Ven a tomar algo!. No hace falta que me lo diga dos veces. Mi afición favorita es "tomar algo" con amigos en barcos y reír y charlar sobre aventuras y las cosas de la vida.

Pero antes tenía que bajar a tierra a recoger a un amigo que venía en ferry para acompañarme a la travesía de vuelta a la península, así que desamarro el chinchorro y trato de cruzar a remo al muelle, ya que el motor fueraborda no funciona. 

Imposible. Demasiado viento y demasiada distancia. Remo hacia el Nicole, me abarloo y Kurt se asoma, me da la mano y me dice: -“toma mi dinghy”, con el motor es más fácil. Le doy las gracias y navego hacia el puerto de San Antonio.

Pepe llega, nos saludamos y vamos a comprar algo. Hace un calor sofocante y las calles están llenas de extranjeros típicos de los que proliferan en los centros de turismo barato del litoral español. Acabo de desembarcar y ya tengo ganas de volver a bordo.

Así que con la compra en el chinchorro, y con Pepe a bordo, le digo: -“Te voy a presentar a alguien que te va a sorprender, un viejo lobo de mar que lleva veinticinco años dando la vuelta al mundo en su velero. Verás la de cosas interesantes que nos va a contar”.

Tras dejar las cosas en el Gaviero, nos llevamos unas cuantas cervezas y amarramos el chinchorro de Kurt junto al costado del Nicole. -¡Permiso para subir a bordo! Y Kurt aparece por el tambucho. -¡Adelante! Tras las presentaciones, abrimos las cervezas y comenzamos a charlar.

Lleva pantalones blancos, va descalzo, sin camiseta, sin gorra, sin reloj, lo básico. Es grande, sonriente, hablador y habla perfecto español con acento indefinido.

A los pocos minutos la conversación fluye animadamente y la guitarra hace su aparición. Canciones sobre el mar, sobre navegar; canciones conocidas españolas, de la tuna. -“Mis alas son mis velas, yo tengo que zarpar; mis amigos los vientos, yo debo zarpaar”…

Kurt y su guitarra

 A la tercera botella de Barbadillo cantamos todos, hablamos de política entre canción y canción. Kurt nos cuenta cómo el Nicole dio la vuelta en un terrible temporal yendo de Alaska a México; cómo gobernó sin timón miles de millas hasta San Francisco y un personaje anónimo le donó una importante cantidad de dinero para reparar su barco. Historias y canciones que se deslizan a lo largo de las horas. De esas horas que cobran otra dimensión y otra duración cuando el tiempo no importa... Y así, la noche cae sobre nosotros. Casi no nos vemos las caras. Estamos medio borrachos.

De modo que nos despedimos del capitán Kurt con la alegría de haber compartido unas horas con una persona especial. En muchos aspectos admirada por mí. Setenta y cuatro años de experiencia sobre un barco de veinticinco años con más de cien mil millas bajo su quilla. Me dedica amablemente su libro con esta frase: "Querido Germán, todo es posible. Basta quererlo"... También me da un cartel que anuncia un concierto para el próximo mes de octubre, en el Palau de Altea. Un musical organizado por Kurt y algunos amigos músicos de distintos lugares del mundo que espero nos vuelva a reunir. 

Después, el capitán quiere comprar un barco de río e ir a Rusia para encontrar una novia que quiera estar con él por amor.

Sin duda, un espíritu eternamente joven… 






"Nicole" visto desde "El Gaviero"



Hasta siempre, Capitán


Lamentablemente, nunca volví a ver al capitán Kurt. 

Poco tiempo después de este encuentro, organicé una reunión con buenos amigos navegantes en mi puerto y les comenté la suerte que había tenido y cómo la vida te sorprende con estos encuentros casuales e increíbles. Uno de ellos me miró asombrado y me dio la triste noticia: -"pero si el capitán Kurt ha muerto"...

No daba crédito. No habían pasado ni dos meses y aparentemente se le veía muy bien... Me quedé helado y tremendamente afectado. Las frases recurrentes vinieron a mi cabeza. "La vida es corta, hay que disfrutar"; "las cosas pasan cuando menos te lo esperas"; "hay que dar importancia a lo verdaderamente importante"...

 Pues sí... Así es...

Aunque la frase que más me repetía era la que escribió en la primera página de su libro y que me dedicó con su afecto: "Querido Germán, todo es posible. Basta quererlo"...





 


sábado, 6 de noviembre de 2021

Cabo de Hornos. Segunda parte


3. Cabo de Hornos


Navegando por Tierra de Fuego


Domingo 4 de marzo de 2012.

Hoy levantaremos el fondeo en Maxwell y navegaremos rumbo al cabo de Hornos. La noche ha sido tranquila, con un poco de viento y lluvia, y antes de ir a dormir estuvimos escuchando música y viendo fotos de pasadas navegaciones del Mago del Sur por Antigua, Santa Lucía, Martinica, la Antártida, Puerto Montt y muchos otros sitios más. Me dio sana envidia ver todos esos lugares y algún día me gustaría ir  a mí con mi barco... 

Así que después de desayunar levantamos el fondeo y salimos de Maxwell con lluvia, niebla y frío rumbo al sur, al sur que hay más al sur, al final de América…

No hay viento y el océano respira con la profundidad de la marejada austral, pero casi en calma. Aunque ya divisamos Hornos hace tiempo, al llegar junto a los escarpados farallones de Ras Catedral me doy cuenta de verdad de que estoy en un lugar especial, mítico y realmente simbólico para los que amamos el mar y la navegación. Navegando por aquí vienen a la mente todas las historias de marinos y barcos que durante siglos se aventuraron por la temible ruta de los “cuarenta rugientes”, muchos de los cuales nunca volvieron. El océano aquí no tiene barreras, no hay tierra que lo frene; y los vientos y las olas que éstos producen corren libres y salvajes, llegando a ser de fuerza y alturas brutales. 

Ballenas

El paso por el cabo de Hornos en los antiguos barcos a vela hacía que los hombres que lo conseguían fueran considerados como auténticos marinos y se pusieran un aro en la oreja para demostrarlo. Cuantas más veces navegado, más pendientes...

El gran cabo



El gran cabo visto desde el mar impresiona, con sus altos acantilados negros manchados de escasa vegetación de color verde claro. El tiempo está verdaderamente bueno y nos acercamos al fondeadero desde el que se accede al faro. Evidentemente, no siempre es posible bajar a tierra, solo cuando las condiciones son favorables y no con demasiada tranquilidad. De modo que en un fondo de más de veinte metros y con grandes extensiones de algas marrones flotantes llamadas cachiyuyos rodeándonos, echamos el ancla y con la embarcación auxiliar nos acercamos a la pequeña y pedregosa playa desde la que sube la pequeña escalera de madera que va a dar a la vivienda del farero.

Las vistas son espectaculares, la vegetación es escasa en la parte de arriba de la isla y la poca que hay está aplastada por el azote del viento y la nieve.

Capilla marinera

La familia del farero, que se llama Cádiz de apellido y dice que sueña con ir a visitar esa ciudad del sur de España algún día nos acoge cariñosamente; la mujer y la hija nos dan un beso.

La familia Cádiz

En la parte de arriba del faro hay toda una colección de gallardetes y banderines de los barcos que han pasado por aquí y en la de abajo está la casa del farero, acogedora y cómoda, ya que esta familia pasa aquí al menos un año, la mayor parte del tiempo en soledad y acosados por un tiempo frío e infame.

Paseamos hasta el monumento al albatros por unos pasadizos de madera que recorren parte de la isla y nos acompaña el pequeño hijo del farero Cádiz, un niño que, como es lógico, se ve necesitado de compañía y amigos con los que jugar, y que se empeña en que juguemos con él al fútbol.

Es emocionante estar aquí, y las vistas desde la isla son espectaculares, especialmente en este día soleado y de buen tiempo, algo totalmente inusual según el farero y que puede cambiar drásticamente en cualquier momento.

Tras el paseo, la hija mayor me sella el pasaporte con varios sellos preciosos de recuerdo de Hornos representando un antiguo velero y unos pingüinos magallánicos, y luego la familia nos acompaña hasta el barco y nos despedimos.

Una vez de vuelta a bordo, navegamos de nuevo hacia el norte con viento de proa tranquilamente hasta un fondeadero junto a una playa de arena, caleta Martial. El recibimiento no puede ser mejor: un grupo de seis o siete delfines nadan junto a nuestra proa y saltan sobre las tranquilas aguas mientras un perfecto arco iris  abarca desde una orilla a la otra.

Caleta Martial

El lugar y el momento son de una belleza impresionante.

Una vez fondeados, aprovechamos que llevábamos la zodiac  a remolque y bajamos a la playa. No recuerdo haber estado nunca en un lugar tan apartado y al mismo tiempo  tan bonito. Sin embargo, el invierno aquí debe ser absolutamente terrible.

Por la noche, cenamos queso roquefort, patatas y aceitunas con una cerveza para picar y luego la carne que sobró de ayer con patatas asadas y vino tinto. Luego, en el catre, estuve leyendo la biografía del gran diseñador de veleros argentino Germán Frers.

Esta mañana hemos levantado el fondeo después de desayunar y ahora vamos navegando a orejas de burro con mar de proa. Hacemos unos cuatro nudos y el Mago se balancea y cruje aquí abajo en la cabina mientras suena una maravillosa música instrumental de tango de Daniel Barembein.

Hoy echo mucho de menos a mi pequeña Ilona. Estoy disfrutando este viaje y tenía ganas de hacerlo, pero ver tan poco a mi familia en tanto tiempo se me hace un poco cuesta arriba. Además conversar con Mono se me hace un tanto difícil. En cuestiones de náutica lo sabe todo y lo que no sea como a él le gusta lo desprecia. A los veleros de fibra los llama: “esos plastiquitos”; no le funciona el radar, pero no lo piensa arreglar. En fin, un viejo lobo de mar chapado a la antigua.

Por la tarde fondeamos en Toro, en quince metros de sonda y pegados a la costa, así evitamos que los pesqueros nos molesten de madrugada, unos entrando y otros saliendo. Tomamos una cerveza mientras escuchamos a los Chalchaleros, un grupo folklórico argentino que me propongo escuchar con más calma a la vuelta. Afuera, la calma es total y resulta extremadamente relajante escuchar en la cabina a José Sarralde, un cantautor-recitador argentino que habla rimando acompañado por una guitarra. Mañana iremos a isla Picton, a visitar las ruinas de una estancia.

La noche termina con unos vinos y la relajante música de Andreas Vollenweider.

Al día siguiente me desperté muy temprano, antes de las siete. Soplaba viento y el molinillo del generador eólico no paraba de hacer ruido. También la escota de la mayor que tengo sobre mi cabeza. Ahora son las ocho y mientras me tomo un café la calma es total. Sólo se oye el chapoteo del agua y los cantos de los pájaros. Aunque, sí, también la escota de la mayor.

Pienso que uno podría perderse en estos parajes durante mucho tiempo sin echar de menos para nada la civilización. La vista se acostumbra a los vastos paisajes sin fronteras y el oído al silbido del viento y el rumor de las olas. Pero claro, estamos en verano y el invierno será otra historia.

Mono detesta los veleros de fibra y también los que están pintados de blanco. Los detesta. Aunque él lo pronuncia: “loh detecto”. ¡Qué boludo! La cena de anoche: un arroz delicioso.

Mono y sus pantalones

 

 

 

 

sábado, 30 de octubre de 2021

Cabo de Hornos. Primera parte

 

Dos razones me llevan a emprender este viaje: La primera, el sueño antiguo de navegar a vela por el mítico Cabo de Hornos, lugar mágico y escenario de las navegaciones de Joshua Slocum, Bernard Moitessier, Robin Knox-johnston y tantos otros marinos que admiro. La segunda: conocer los lugares maravillosos relatados en el libro de Bruce Chatwin “En la Patagonia” y visitar rincones de naturaleza salvaje apartados de todo.

Además de esto, me gustaría poder contarle a Ilona historias y aventuras interesantes que le hagan pensar en mí el día de mañana como un padre que vivió cosas dignas de ser  recordadas

1. En el avión

Entramos en pista para el despegue. Una cámara colocada en la cola del avión lo muestra situado en la pista a través de las televisiones para que podamos verlo despegar. Se llama “Ciudad de México”. Me gusta que los aviones tengan nombre, como los barcos.

La señora que se sienta a mi lado es mayor, va vestida toda de negro, tiene los ojos azul claro, el cabello muy rubio peinado con flequillo y una melena que le cae sobre los hombros. Es bonaerense y me cuenta en un tono de voz muy bajo, casi un susurro, que viene de Milán de ver a su hija que vive allí. Es la primera vez que viaja en avión pero ¡qué  no haría una madre para estar con su hija! Trabajó de enfermera en Buenos Aires y me dice que su niña es especial, que está en silla de ruedas y que conoció a su marido por Internet. Esta señora se llama Sarita.

Desde el avión, el gran azul del océano Atlántico se ve espectacular. Sólo unas pocas nubes deshilachadas pintan un toque blanco entre el cielo y el mar y hemos volado cerca de la costa africana hasta sobrevolar las Canarias, más tarde Cabo Verde, y luego el avión ha virado para enfilar hacia Argentina.

En todo este rato he visto tres barcos y un avión azul que volaba en dirección contraria. Stan Getz y Coleman Hawkins derraman por mis auriculares una deliciosa música de Bossa Nova tocada al saxofón. Releo “Patagonia Express”, de Luís Sepúlveda, el libro que compré hace meses en Burela y que me vuelve a cautivar. Mágico.

Sarita mira la televisión con interés. Parece que le gusta la película que están poniendo, pero me doy cuenta de que no lleva puestos los auriculares y por tanto, no se está enterando de nada. Le explico cómo se usan y que puede escuchar música también y a partir de aquí su cara muestra mucha más felicidad. Es una simpática señora.

El motor de este avión, que pende del ala justo frente a mí, se mueve como si estuviera sujeto a la misma con bandas elásticas. Es algo insólito. Parece que el avión y el motor se mueven cada uno a su ritmo. Es un pájaro realmente grande. 

A las seis y veinte de la tarde estamos a punto de sobrevolar Sao Paulo; antes hemos pasado por Salvador de Bahía, Minas Gerais y Belo Horizonte. Quedan dos horas y cuarenta y cinco minutos para llegar a Buenos Aires.

Cuando al fin se divisan las luces de la ciudad del Plata, la visión desde el aire resulta impresionante. A un lado Uruguay, al otro Buenos Aires y entre los dos, la desembocadura del río de la Plata. Kilómetros de luces en cuadrícula iluminan la noche de verano de esta inmensa ciudad.

Me despido de Sarita y comienzan los engorrosos trámites para salir del aeropuerto. Una cola interminable que me hace perder casi una hora. Luego, un autobús me lleva desde el aeropuerto internacional Ezeiza hasta el aeroparque Jorge Newbery, desde donde salen los vuelos domésticos.

El recorrido es increíble; esta ciudad es inmensa. Altísimos rascacielos y tentadores escenarios junto al puerto. Antiguos edificios de almacenes restaurados y acondicionados para locales de ocio, grúas, barcos de vela, mercantes y sobre todo, mercantes antiguos de evocadores nombres con sabor a trópico y a puertos lejanos languideciendo en los muelles próximos a la entrada del puerto. Las marrones aguas y las luces del canal de entrada me dejan ensimismado y soñando despierto con las aventuras que el Spray, el Nicole y tantos otros queridos veleros vivieron en estas aguas. Definitivamente, a la vuelta de Ushuaia he de visitar con calma estos lugares.


2. Mono

Una noche sin dormir en el aeroparque, con clavada de cien pesos (20 euros) por un sándwich y dos cervezas se ve recompensada con el vuelo a Ushuaia.

Desde la ventana del avión se divisa un paisaje irreal formado por unos colores en tonos grises y celestes que le dan una apariencia fantasmagórica. Las nubes y las montañas. El avión vibra y salta, y desde la ventanilla veo la pista de aterrizaje probablemente más pequeña y en el entorno más bonito que haya visto en mi vida. Parece que el avión casi va a tocar el agua antes de aterrizar sobre el verde de las montañas.

Ushuaia

Dado que mi patrón no había sido muy explicito en cuanto a detalles de cómo llegar al puerto, dónde se encontraba atracado el barco ni ninguna otra información aparte de la que aparecía en su página web, tengo que preguntar a los empleados del aeropuerto. Afortunadamente, en Ushuaia sólo hay dos lugares donde atracar, de modo que tras parar en el lugar equivocado, el taxi me deja en el náutico de Ushuaia, donde veo al “Mago del Sur” en su atraque, con un pequeño velero clásico de madera abarloado a él junto a un grupito de veleros de distintas nacionalidades.

Mago del Sur

Lo primero que se ve de Mono, cuyo verdadero nombre es Alejandro Da Milano, es su rabadilla. Asoma bajo un pantalón como de pijama de color naranja descolorido. Me temo que tendré que ver esa rabadilla muchas veces más durante este viaje. Nos presentamos y charlamos un rato antes de salir a terminar de hacer unas compras en el supermercado, traer bidones con gasoil y pasar por la Prefectura Naval. 

La Prefectura Naval es un show de uniformes caqui con galones y pistolas negras, donde se pierde un tiempo increíble en rellenar papeles inútiles, y en uno de esos papeles inútiles se dice que el velero “Mago de Sur”, o sea, en el que voy a navegar, no está autorizado a llevar pasajeros ni a Chile ni por aguas argentinas y que Germán Arias, o sea, yo, no ha pagado por navegar en el susodicho barco. Al mismo tiempo en otros papeles se da permiso de salida al velero para navegar con Alejandro “Mono” y Germán Arias como tripulantes. ¡Y pensar que en la cola para subir al avión escuché a dos argentinas quejarse de lo mal que funcionaban las cosas en España!

Mono es un poco chapuzas, y el barco dista de ser un ejemplo de mantenimiento; las velas están rasgadas, manchadas y remendadas; tiene óxido y desconchones, las cartas náuticas son de los años setenta, y todo refleja la edad y manías de su capitán, pero a pesar de todo estoy contento de haber elegido navegar en él. Tiene su encanto y ese toque de dejadez que tanto me atrae. Por otro lado, es mucho más barato que los otros barcos que hacen la travesía y además soy el único tripulante. Todo un lujo.

Mono

Tras poner todo en orden, Mono arranca el motor del barco y, ayudados por el marinero del náutico, desatracamos y comenzamos a navegar entre todos los barcos fondeados en la bahía de Ushuaia, rumbo al canal Beagle y a Puerto Williams, que será nuestro destino hoy para pasar la noche. 

La navegación por el canal Beagle es sencillamente increíble. Ya antes de salir a navegar vi una foca junto al Mago del Sur en el puerto y ahora, un montón de ballenas resoplan nadando muy cerca del barco. El paisaje desfila a ambos lados del velero, mostrando una naturaleza salvaje, compuesta de montañas con cumbres nevadas, bosques frondosos, canales de escarpadas orillas y ni un alma. Una maravilla.

Hemos pasado junto al faro Les Eclarieus y por los lugares originalmente poblados por los indios Yámanas: Remolinos, Cala Mejillones y arrecife Lawrence y ya por la tarde llegamos a Puerto Williams y fondeamos en un entorno mágico, con maravillosas vistas a unas escarpadas montañas llamadas Dientes de Navarino, nevadas y como su propio nombre indica, en forma de sierra.

Me voy al catre hecho polvo, y esta mañana, después de dormir como un tronco el sueño atrasado, me levanto dispuesto a disfrutar de otro día de navegación por las altas latitudes del sur. Mono prepara el desayuno y en este momento está a cuatro patas con toda la rabadilla fuera de sus pantalones de pijama naranja sucios, cogiendo un bote de leche de debajo de las tablas del suelo.





 

Puerto Williams es un apartado lugar de casitas de madera de colores rodeado de bellísima naturaleza. En su club náutico atracan numerosos veleros preciosos, con personalidad y preparadísimos para largas navegaciones por mares agitados. Charlo con un canadiense muy simpático que navega con una sobrina suya mientras su mujer y sus hijos prefirieron quedarse en casa. Dice irónicamente que a él no le gusta la jardinería… Su barco es verde, de doble quilla y se llama “Silas Crosby” en honor a su bisabuelo capitán de veleros, que así se llamaba. Tiene que ir a Ushuaia a reparar una pieza del timón, ya que aquí en Puerto Williams no es posible. Este hombre tiene el aspecto enjuto, desaliñado y activo de los marinos acostumbrados a vivir a bordo de sus barcos y a reparar cosas sobre la marcha.

También charlo con una pareja de holandeses que navegan a bordo del “Albatros”, un impresionante y precioso barco de acero de unos catorce metros, de color gris y preparado para la navegación oceánica. Según su armador: “built to do the job”, es decir, “construido para hacer el trabajo”. Todos tratan de compaginar sus trabajos con su pasión por los barcos y pasar el mayor tiempo posible navegando.

Me doy un paseo por el pueblo. Hay algunas tiendas, un bar y dos pequeños restaurantes. Las tiendas son como los “general store” del oeste; el bar está cerrado y no es más que un pequeño salón donde se reúnen tres o cuatro personas. Uno de los restaurantes se llama “Trattoria de Mario” y tiene seis mesas pequeñas. Todo es rústico y tipo “Doctor en Alaska”. Perros sueltos por la calle se pelean. Mono compra algo de comida fresca: media lechuga, una col morada, cebollas y un cartón de vino del más barato para cambiar por centollas a los pescadores que encontraremos por el camino. Visitamos a una amiga suya que regenta una hospedería y que le agasaja con un pulpo. Es una mujer bajita, robusta, de voz cascada por el tabaco. La casita es acogedora y da sensación de refugio en un lugar tan frío y apartado. Algunos extranjeros que van a hacer senderismo y rutas de montaña por la zona se alojan allí.

Luego, más trámites en la Capitanía. Educados Militares con impolutos uniformes azules nos hacen rellenar papel tras papel para entrar en Chile. Aduanas, policía, sanidad… Burocracia desmedida e inútil en un lugar al que sólo llegan veleros de paso.

Antes de ponernos de nuevo en camino, me di una ducha en el náutico Micalvi. Según el patrón, era mi última “chance” de ducharme hasta que volvamos a Ushuaia. Este club náutico está ubicado en un barco antiguo cuya cubierta da paso al embarcadero.

De Puerto Williams salimos al paso Mackinlay, entre Navarino e isla Gable; pasamos la isla Barlovento, Puerto Eugenia, isla Snipe y nos dirigimos a Puerto Toro, frente a la isla Picton. El viento no sopla muy fuerte, pero a veces vienen rachas que hacen escorar al Mago y lo ponen fácilmente a siete u ocho nudos. Navegamos con la inmensa vela mayor y una trinqueta. El barco pesa cuarenta toneladas, de modo que se desplaza robusto sobre el mar, y un viento que a mi barco El Gaviero lo haría escorar e ir pasado de vela en seguida, a éste ni lo inmuta. ¡Qué sensación!

El Mago del Sur escorado en una racha

Por la tarde llegamos a Puerto Toro, que no es más que un poblado con un puñado de casas desde donde salen los pesqueros de esta zona a pescar centollas y centollones. No hay nada que hacer en este pueblo. Ni un bar. Aunque una caminata por los alrededores me descubre una belleza natural difícil de describir. Espacios abiertos, aire puro, una flora rica, variada y espectacular. Mañana de madrugada saldremos de aquí rumbo a Hornos. De momento, el tiempo está siendo increíblemente benigno.

Puerto Toro, Chile

Por el camino desde Puerto Williams a Puerto Toro nos cruzamos con dos veleros: El “Pelagic”, y el “Santa María Australis”, ambos viejos conocidos y de regreso de la Antártida.

Esta mañana, a las cinco y media nos hemos tenido que mover para dejar salir a los pesqueros a los que estábamos abarloados. Era de noche y estaba muy oscuro. A bordo no había ni una linterna que funcionara, de modo que tuve que saltar al otro velero francés que llegó anoche para hacer la maniobra en completa oscuridad. Se lo comenté a Mono y me contestó como si le estuviese pidiendo la cosa más extravagante del mundo. Una linterna en un barco… Luego nos volvimos a abarloar a este velero y a dormir. A las seis y media, después de desayunar, hemos dejado Puerto Toro y hemos comenzado a navegar hacia el sur, rumbo al cabo de Hornos.

El viento brilla por su ausencia y la mar está en calma mientras navegamos entre las grandes islas que forman el extremo del cono sur americano. Vemos numerosas ballenas, que por la forma de su aleta y la manera de emerger creo que pueden ser ballenas Sei o Minke, de acuerdo con el libro sobre fauna patagónica que Mono me prestó. También nos cruzamos con el gran albatros, que parece un pesado avión de carga al despegar ayudándose con sus patas corriendo sobre el agua. Grupos de pequeños pingüinos magallánicos flotan sobre las tranquilas aguas y se sumergen al acercarnos a ellos.

A partir del mediodía sube un poco el viento y navegamos a motor y vela entre una espesa niebla que reduce la visibilidad a unos pocos cientos de metros.

Mono no habla mucho, se mueve con lentitud y con trabajo, tiene un montón de manías y junto con su barco, se ha quedado atascado en un limbo indeterminado en el que no tienen cabida las nuevas tecnologías. Se ve a simple vista que invierte en el barco lo mínimo imprescindible y esto es algo que el barco está pidiendo a gritos. Ahora mismo está tomando la posición sobre sus viejas y ajadas cartas de los años  setenta, ya que no quiere ni oir hablar de un plotter.

Viejas cartas

Entre los bancos de niebla vislumbramos la bahía Scourfield y con Punta Eliana identificada, avanzamos lentamente pasando los islotes Peralta por el estrecho entre Wollastron y la isla Freycinet, el paso Bravo. Finalmente, en el canal Franklin, la niebla se disipa y hacemos rumbo hacia la isla Maxwell, donde fondeamos en seis metros con dos cabos dados a tierra, amarrados a dos árboles.

Durante la niebla, la condensación de agua en las velas las hacía chorrear en forma de goterones que siempre encontraban el camino hasta el cogote o los pies calzados con las crocs.

Por el camino hacia la caleta Maxwell hemos avistado la isla de Hornos. Mañana es el gran día.