"La seguridad es un falso dios. Estás perdido si empiezas a sacrificarle cosas".
Paul Bowles. "Cabezas verdes, manos azules"
Puente flotante de Lefkada
El mes de abril y la cercanía de la primavera nos abrieron la puerta hacia el Egeo. Atrás quedaron los días lluviosos y melancólicos, la oscuridad y el frío. Comenzaron las despedidas de los amigos hechos en Preveza y la preparación del barco para las nuevas aventuras. Revisiones de motor, colocación de velas, compra de provisiones, chapuzón en las frías aguas para limpiar la hélice convertida en una bola de mejillones, aireación de armarios y cofres… Lo normal.
Amigos en Preveza
Limpiando la hélice
Hasta que una mañana de cielo azul soltamos amarras y comenzamos a dirigirnos hacia el sur, al canal de Lefkada y al maravilloso rincón del Jónico por el que navegamos el verano anterior. .
El Gaviero volvió a fondear en las verdes aguas de Ormos Vhliko, la bahía con forma de botella rodeada de frondosas montañas, donde a la vuelta pasaríamos unos días inolvidables en el varadero de Takis, un cajón desastre náutico sobre una gabarra flotante…; volvió a pasar por Skorpios, la isla de los Onassis; por Itaca, la patria de Ulises; por la pequeña Meganisi, una joya repleta de fondeaderos, árboles, tranquilidad y avispas; lugares ya grabados en la memoria que nunca serían olvidados…
Y como primera escala en el viaje hacia el Egeo atracamos en Messolonghi, el lugar en el que encontró la muerte Lord Byron durante la guerra por la independencia de Grecia, aunque no de una manera demasiado heroica... Una pulmonía. Algo poco romántico.
Messolonghi
Hay muchos bajos en la entrada a Messolonghi y es necesario prestar atención a la sonda cuando se navega por aquéllas aguas, aunque si se sigue el canal balizado (a la griega), es decir: un palo por aquí, una caña por allá; una farola que no funciona de noche, etc…no se deben tener problemas. A ambos lados de este canal emergen palafitos que me hicieron recordar navegaciones pasadas por el Amazonas. Antiguas casas de pescadores hoy mayormente reconvertidas en casitas de vacaciones. La extraña sensación de navegar con un velero por mitad del campo…
Aparte del protegidísimo puerto, situado entre dos lagunas y marismas, como su nombre indica, ya que procede del italiano y significa "entre lagos", con una interesante comunidad de extranjeros viviendo a bordo de sus barcos, no hay mucho que ver o hacer en Messolonghi. La ciudad no es fea, aunque en el tiempo que pasamos allí no descubrimos nada verdaderamente digno de mención. Eso sí, el entorno de marismas y lagunas es de una riqueza natural notable. Y la vida es animada gracias a los jóvenes estudiantes universitarios y a la afición de los griegos a las tabernas y reuniones en la calle.
Pepe, mi querido amigo Pepe, navega conmigo desde que salimos de Preveza. Su inimitable sopa de ajo mitigó los fríos de las noches de la incipiente primavera y su compañía alegró la navegación entre chubascos al paso bajo el enorme puente de Adirríon, entre las montañas del inmenso golfo de Patrás, y la escala en la maravillosa, pequeña e idílica isla de Trizonia.
Pepe y su inigualable y reconfortante sopa de ajo
El paso por el golfo de Patrás requiere prestar una buena atención a los partes meteorológicos, ya que las altas montañas acanalan los vientos que pueden llegar a soplar con fuerza arrolladora, tal como nos sucedió en alguna ocasión, dándonos tiempo apenas a arriar las velas antes de recibir el tremendo bofetón que nos puso a navegar a palo seco a más de siete nudos en una mar blanca bajo el enorme puente que une el Peloponeso y la Grecia continental y que nos llevó en volandas hasta la tranquila e idílica isla de Trizonia.
Puente de Andírrion y chubascos
Tras navegar a palo seco a más de siete nudos en un fuerte chubasco
Trizonia
Unas berenjenas rellenas con tomate. Un plato de “gavros” (boquerones) fritos. Una jarra de vino blanco de la casa. Unos vasitos de ouzo con jarrita de agua al lado. Una camarera simpática. En una terraza al borde del muelle junto al que se mecen pequeñas e impecablemente pintadas barquitas de pesca. Bajo un toldo sobre el que cae la persistente lluvia. Después de un duro día de navegación no hay sensación más reconfortante que ésta. La tensión cede y un agradable calor invade el cuerpo…
Muy poca gente en la isla. La mayoría cruza al continente en pequeñas barcas-taxi en un trayecto que dura apenas unos minutos y la dejan sumida en la calma al atardecer.
El precio del traslado: un euro depositado directamente en la mano del patrón… Sin tique, por supuesto...
Barco hundido en Trizonia
En el pequeño y resguardado puerto de Trizonia amarra una pequeña comunidad de barcos con personalidad. Uno de ellos yace bajo el agua y sólo los inclinados mástiles sobresalen de la superficie. En la esquina de uno de los muelles languidece un antiquísimo y evocador “Tramp Steamer”, un precioso barco de cabotaje dedicado con toda probabilidad al transporte de mercancías entre las islas. Solitario, con sus chapas remachadas pintadas de blanco y sus mástiles amarillos. La pintura un tanto levantada como una piel enferma…
No es difícil imaginarse a uno mismo al mando de este barco en otros tiempos. La gorra de capitán calada hasta las cejas, la pipa en la boca, el jersey azul marino, ejerciendo el contrabando de tabaco y alcohol entre las innumerables islas de esta parte del mundo…
Es el poder evocador de algunos barcos, de los cuales Grecia está plagada.
"Tramp Steamer"
Debido a una serie de contratiempos familiares, mi amigo Pepe se tuvo que marchar. Juntos fuimos hasta Atenas en un coche de alquiler y en el camino de vuelta no pude dejar pasar la oportunidad de visitar Navpaktos, o sea, Lepanto para nosotros. Lugar de la "más alta ocasión que vieron los siglos", en palabras de Cervantes; la batalla naval librada en 1571 y que puso freno a la expansión del Imperio otomano por parte de la Santa Alianza y de la que el autor del Quijote salió herido, manco y con una escultura erigida en el coqueto y pequeño puerto de esta ciudad.
Así pues, de nuevo solo y navegando por el gran golfo de Patrás me voy acercando a Corinto y al Egeo. Las millas pasan bajo la quilla del Gaviero junto con una enorme cantidad de organismos acuáticos de extraña forma; una especie de medusas encadenadas en largas espirales parecidas a la cadena de ADN.. Muy raras y muy numerosas, flotan entre dos aguas en el azul intenso rasgado por los rayos de sol.
Nadie. Altas y escarpadas montañas en las que no se divisa ninguna edificación; bahías y promontorios; algún solitario mercante fondeado al abrigo de un cabo, delfines, pájaros, y silencio… Soledad en medio de la naturaleza. Así transcurre la navegación por el golfo, hasta que al atardecer entro en el puerto de Andíkiron y amarro en el único muelle entre viejos remolcadores y la pequeña farola verde de entrada. Al llegar, converso con un señor italiano de elegante porte y distinguido sombrero, me como unos spaghetti con marisco con una botella de vino y vuelvo al barco para dormir, soñando en traspasar al día siguiente la puerta de entrada al anhelado Egeo, el canal de Corinto.
Navegando en el golfo de Patrás