Un año. El tiempo pasa. Un año del adiós definitivo. Un año desde que te fuiste...
Un reloj blanco con motivos marineros que cuelga en la pared de la cocina de mi casa marca los segundos con un cadencioso tic-tac, que se escucha desde el salón en las silenciosas y oscuras tardes de este otoño agonizante. Tic-tac... Un último regalo del último verano aquí.
Varios relojes de pulsera en el cajón de la mesita de noche, preciosos y restaurados por tí también haciendo tic-tac.. Omega, Orient, clásicos irrepetibles. Todos recordándome a tí... Cada segundo que marcan con su tic-tac me traen tu imagen sentado en tu banco de trabajo con la lupa en el ojo arreglando cientos, miles de relojes como esos. Desde siempre y casi hasta el último momento. Toda una vida dedicada al tiempo.
Y nunca una queja. Nunca una protesta. Siempre bien y conforme con la vida que te tocó, aferrado a ella y al disfrute hasta el último momento. Sin pedir nada y dándolo todo. Grande y sencillo al mismo tiempo. Difícil tarea. Bien hecha.
Tu Málaga, unos vinos, Ilona, paseos en moto, la familia, los amigos. Nada más. Y nada menos. La felicidad absoluta. Lo único que te hacía falta para vivir.
En el monte Gibralfaro, bajo el antiguo castillo árabe, la luz del sol se filtra bajo el cielo azul entre los pinos inclinados y crea una atmósfera mágica. El mar y la ciudad se difuminan abajo, donde siempre han estado y desde donde llega el murmullo apagado del ajetreo. No estás solo. Te quedas para siempre en tu Málaga querida. En casa. Y en el recuerdo de todos nosotros, tu familia y amigos, imborrable en el tiempo... Papá.
El tiempo que sigue acumulándose en los relojes. Que sigue pasando. Nada cambia mucho. Solo el presente importa. Tú lo sabías. Manejaste los instrumentos del tiempo sabiendo que el pasado y el futuro son inciertos e inútiles de medir. Tú viviste hasta el último minuto como si fuera el último.
Papá...
Tesoros |