viernes, 24 de mayo de 2024

Louro do catamarán

 

Sao Luis do Maranhao, Brasil. El cantante callejero sentado en un taburete en la calle empedrada, derrama melodías de bossa nova con su guitarra y su voz en directo por la noche tropical. Canciones de Vinicius de Moraes, Tom Jobim, Caetano Veloso, Gal Costa...   

Las notas musicales vuelan como transportadas en nubes de vapor, amortiguadas, nítidas aunque algo descoloridas; son el fondo de apagadas conversaciones y carcajadas ocasionales y se pierden entre el verdor húmedo de la vegetación que cuelga y cubre las paredes pintadas de vivos colores, salpicadas aquí y allá de manchas de moho y desconchones. Muros de casas antiguas, de residencias coloniales, teñidos de historia y de pasado.        

Al tiempo, Jossi y Luana con veraniegos vestidos de tirantes y pieles morenas y húmedas de sudor, y los dos viajeros, beben y ríen envueltos en la atmósfera tropical de esta población costera. Después de un largo periplo por la selva amazónica los cuerpos y las mentes se relajan por el efecto de los vasos de ron y la compañía de otras personas, lejos de las picaduras de insectos, las lluvias torrenciales, la soledad y las incomodidades. La conversación fluye relajada, la noche es joven y no hay prisa, aunque mañana espera Alcántara y el barco zarpa  temprano coincidiendo con la marea, hacia las siete. Si éste se pierde, hay que esperar hasta la siguiente pleamar. No es un trayecto largo, apenas una hora, pero el horario lo marca la mar. Nada nuevo.

Alcántara vive rodeada de abundante vegetación y aguas de colores cambiantes, con el predominio del marrón que producen las fuertes corrientes y las mareas al remover el fondo. El contraste de dos colores, el verde y el marrón, es una constante en los paisajes brasileños, aunque en este caso hacen su aparición también el azul del mar profundo y el rojo o el amarillo de las velas triangulares de las jangadas, formando una espléndida sinfonía cromática. Bellísima. Aguas marrones en la costa, azules mar adentro y salpicadas de triángulos de vivos colores.

Calles solitarias

Tiempo detenido

En Alcántara se detuvo el reloj y en sus calles flota una atmósfera de presente sobreviviendo al pasado a duras penas. De antiguo esplendor venido a menos; se alternan antiguas casas señoriales abandonadas con otras aún habitadas, por las que pululan silenciosos fantasmas de ricos hacendados portugueses y negros esclavos africanos amparados por un misterioso silencio. Es algo alejado de todas partes, perdido en el espacio y el tiempo. En el museo situado en la antigua casa de los señores del lugar, Condes, el viajero es el único visitante y una señora negra con gafas plateadas y cabello nevado le habla a veces casi a gritos cuando pone énfasis en algo; otras veces entre bostezos.... Un señor flaco, con gafas plateadas y cabello nevado igualmente, le hace firmar el libro de visitas y pagar un real. Él no habla. Es una casa señorial cuya fachada da a una plaza donde hay una iglesia semi-derruida de la cual sólo queda la parte delantera y un pilar rodeado de cadenas donde se ataba a los esclavos negros para ser azotados a latigazos; el Pelourinho. 

Pelourinho

El suelo es de madera y crujiente, ruidoso en el silencio; La casa tiene dos pisos y conserva sobre todo muebles y recuerdos de esta familia de hacendados y políticos portugueses. Hay ganchos en las paredes para colgar hamacas; fotografías y retratos en tonos sepia; máquinas antiguas de coser; telares; escopetas; porcelana, etc... Un pozo sobre el que descansa un gran lagarto verde... Es como entrar en la máquina del tiempo y volver a un  pasado en el que éste se ha detenido. Casi misterioso, como en esas películas que muestran ciudades en otros tiempos esplendorosas y en el presente semi-olvidadas e invadidas por la exuberante vegetación en un lugar apartado y exótico.

A la hora de la siesta hace calor y todo está en silencio. Silencio solo roto por la charla de algunas personas en la distancia, que despiertan al viajero y en el sopor de la siesta que echa en un banco, le parece ver a unos esclavos transportando a un señorito tumbado en una hamaca colgada de un travesaño, aunque experiencias anteriores en extraños lugares en los que se mezclan la realidad y los sueños le hace no pensarlo demasiado. Son cosas que pasan...

En el duermevela, el viajero recrea un tanto intranquilo el episodio que vivió nada más bajar del barco a la llegada: Un tipo joven, de treinta y tantos años, venía a bordo. Charlatán, escandaloso, haciéndose notar, pretendiendo ser divertido... Al llegar a tierra, los pasajeros se dispersaron y al rato de deambular, el viajero pasó junto a un bar en el que se encontraba dicho personaje junto con un grupo de chavales, el mayor de los cuales no pasaba de los dieciséis años, bebiendo cerveza y jugando a las cartas. Al ser invitado, sin pensarlo mucho ya que en estos viajes tiene tendencia a compartir momentos y experiencias con los lugareños, acepta y se une a la partida de cartas e invita a unas cervezas. Pasado el rato, decide continuar con su visita en solitario y se despide del grupo. Pero el personaje histriónico tenía otros planes. Se levanta de la mesa y comienza a caminar junto al viajero insistiéndole en que se encuentra muy solo y quiere acompañarle. Lo hace de una manera llorosa e implorante, agobiante, lo cual comienza a poner nervioso al viajero que una y otra vez le hace saber que quiere continuar solo. La insistencia los lleva caminando hacia unas calles apartadas y terrizas en las que comienzan a aparecer los chavales que jugaban y bebían con el personaje al comienzo de la llegada a Alcántara. Toda una comitiva acompaña ya al viajero, que más que incomodado se siente acosado y en franco peligro de ser desvalijado de las pocas pertenencias que lleva consigo, de modo que piensa que más vale actuar rápido antes de que sea demasiado tarde... Sin mediar más palabra, asesta un certero puñetazo directo a la cara del personaje que lo tumba instantáneamente en el suelo, ante la incredulidad del grupo de jovenzuelos. Esperando lo peor, el viajero se da la vuelta y continúa caminando, atento a la previsible reacción del grupo. Pero nada sucede. No mira atrás, continua su camino y aparentemente los demás también. Pudo haberse convertido en una situación complicada...

Al rato, es despertado de sus sueños en el banco para ser informado de que alguien pregunta por el extranjero de las barbas. Lo llevan en furgoneta a una playa apartada y allí ve a su amigo tomándose unas cervezas. Ya relajado, el viajero se echa en una hamaca que había allí colgada y duerme una agradable siesta.

De vuelta en el embarcadero, observa con sorpresa que al contrario que a la llegada, cuando se podía desembarcar sin problemas, ahora el barco está varios metros más abajo y hay que descender hacia él por unas escaleras y acceder a través de otro barco abarloado. Le sorprende igualmente que el barco inicie la marcha y sea capaz de navegar en aguas tan poco profundas. La solución consiste, evidentemente, en el poco calado de la embarcación y esto provoca que el balanceo al salir a aguas más profundas sea realmente espectacular.

Sin embargo, en la playa se encuentra un catamarán semi-varado en espera de la subida de la marea y su patrón se ofrece amablemente a hacer el trayecto de vuelta. Es un blanco alto y simpático; ofrece unas cervezas y como el viajero es patrón también, le deja a cargo del timón. Este tipo es de Río de Janeiro y lleva un año por aquí. Tiene como marinero a un joven ayudante negro. Su catamarán es rústico pero efectivo; es de color blanco con las velas verdes. En la tarjeta de visita que tiende al viajero, se puede leer:

“Catamará Marupiara, Fretes, Turismo e Transporte Passageiro de Sao Luís a Alcántara e Alcántara a Sao Luís.

Conheça as belas ilhas, como Ilha do Livramento, Ilha do Medo e Ilha do Cajual”

El nombre de nuestro amigo es Lindolfo, ou “Louro do catamará”.

Mucho más auténtico y relajante que el barco de pasaje, la llegada concluye varando en una playa próxima a la ciudad en una especie de lengua de tierra parecida a una duna que horas más tarde será tapada por las aguas. Da tiempo a un baño, aunque debido a los piojos de peces, una especie de gusanos acuáticos, éste no sea más que un entrar y salir del agua. El louro do catamará y su joven marinero se despiden con cierta promesa de unas cervezas por la noche que nunca se cumplirá. 

Como durante todo el largo viaje por Brasil, este país mágico, las personas encontradas y las experiencias vividas distan mucho de ser como uno espera. Las reacciones, los encuentros, los apegos, los paisajes, la espontaneidad, la música... Todo está envuelto en la magia del presente y el futuro incierto. La vida es hoy e intensa, alegre. El mañana es algo lejano e inasible, carente de mucho sentido.

Igual que la promesa de las cervezas en la noche; como las notas de Bossa nova en la húmeda atmósfera; igual que el encuentro con Luana y Jossi; como los ruidos de los insectos en la selva; igual que el transcurrir del Amazonas. 

Como las travesías de Lindolfo y su marinero...


Pequeñas dunas que serán cubiertas por la marea

Jangada