Preveza. Días de viento y lluvia.
Mucho viento y mucha lluvia. Perros callejeros pululan por el puerto en
pandilla dirigida por uno grande, de pelo blanco y sucio, ojos enrojecidos y
uno de ellos medio cerrado por algún accidente. Es el jefe indiscutible. Los
otros son más pequeños, desgreñados, salvajes pero educados. Apenas ladran ni
se meten con nadie. Vagabundean en busca de comida con sus pelos mojados
cayéndoles en mechones sobre el cuerpo. En la soledad del puerto de Preveza, su
presencia se convierte en algo entrañable. Son parte del paisaje. En Grecia es
algo habitual encontrarse con perros callejeros a los que la gente aprecia y
cuida aunque no pertenezcan a nadie. Viven y dejan vivir. Tumbados por las
calles aquí y allá…
Habitante de Preveza Marina |
El puerto de Preveza es un mundo
aparte. Cerca de la ciudad, al lado de ella, pero separado por un invisible
muro. Nadie viene aquí, excepto algún pescador esporádico. Todo tiene un aire
de dejadez y descuido, de cierto desamparo. Las oficinas de la marina están
situadas en un contenedor y hay apenas una docena de barcos aquí, de los cuales
sólo tres están habitados. Por las noches, se tiene la sensación de estar
viviendo en un lugar apartado del mundo. Muy apartado.
La marejada penetra en este puerto
y los barcos se mueven incesantemente, aún en los días de aparente calma
climática. Pero el encanto del lugar es indudable. Es la sensación de libertad
de estar en un sitio tranquilo donde la masificación turística aún no ha
llegado.
Invierno y soledad |
Atraque invernal |
En las tabernas del lugar, a las
que solo acuden los viejos komboloi en mano, uno puede tomarse un ouzo o medio
litro de cerveza por dos euros y deleitarse por ese precio con música
tradicional griega y un “mesé”, o sea una tapa de boquerones, ensalada o
suvlaki, además de con la visión y compañía de hombres humildes, sencillos,
sabios en su simplicidad, surcados de arrugas y con una conversación animada en
esa maravillosa lengua que uno ansía comprender al oírla tan cercana y parecida
a la suya…
Sin embargo, y como ocurre en
tantos otros lugares, la
Preveza invernal nada tiene que ver con la Preveza veraniega. En
verano, los muelles rebosan de barcos de paso; las calles se atascan con mesas
y sillas de la multitud de tabernas que se apiñan en la zona cercana al puerto;
hace calor y la vida nocturna es intensa. Así fue como la conocí primero,
aunque ya era octubre. Pero es la estampa invernal la que quiero dejar
retratada aquí.
Bar favorito |
Barco abandonado |
Atraque en invierno |
Atraque en verano |
De las personas con las que me
relacioné en mi estancia de meses en Preveza, quisiera recordar a tres: Makis,
el marinero, y Marina y Lars, mis amigos suecos.
Makis es una de esas personas a
las que hay que querer. Amable, tranquilo, servicial, siempre sonriente y
dispuesto a ayudar. Cuidó de mi barco en mi ausencia y me presentó a su novia y
sus amigos con los que compartí noches de cenas y copas por Preveza en el
“Vavas bar”, nuetro sitio favorito. Nunca puso objeciones a nada de lo que le
pedí y llegó a traerme deliciosos platos de comida griega cocinados por su
madre las veces que llegué de viaje tarde al barco y no tenía posibilidad de
comprar nada debido a las innumerables huelgas que acaecían en Grecia en
aquélla época. Le estaré siempre agradecido. ¡Hacen falta más Makis en los
puertos del mundo!
Makis y Marina |
A Lars y Marina los conocí porque
eran prácticamente las únicas personas que vivían a bordo de su barco en
invierno en Preveza.
Los dos eran suecos y los dos
tenían menos de cincuenta años, aunque debido a unas inversiones y a un golpe
de suerte se habían librado de la carga de tener que trabajar para el resto de
sus vidas. De modo que pasaban su tiempo tranquilamente a bordo de su gran
barco de motor, haciendo planes de navegar y vivir en distintos sitios en un
futuro próximo. Eran divertidos, cariñosos, generosos y pasamos muchos ratos
agradables en su compañía. Muchas de nuestras reuniones acababan con la mesa
llena de botellas vacías de vino y licores entre risas…
La última vez que estuvimos
juntos, cenamos en un restaurante turco y Lars y yo bromeamos acerca de la
muerte, de lo corta que es la vida y de lo importante que era disfrutar cada
momento.
Al día siguiente salí a navegar
rumbo al Egeo y a través de una amiga común recibí la triste noticia. Lars
había muerto apenas un día después de vernos por última vez…
No volví a ver a Marina hasta
meses después, a la vuelta de las Cícladas. Estaba bien, aunque tenía el barco
en venta y los planes de viaje se quedaron en suspenso. Sentí mucho la muerte
de Lars y admiré la entereza y el buen humor de Marina dadas las
circunstancias. Eran dos buenas personas.
Torre de la iglesia ortodoxa |
Calle de Preveza |
Vonitza
Junto a Preveza se halla un mar
interior refugio de delfines y tortugas, rodeado de bosques, con alguna
solitaria isla y algún que otro fondeadero escondido, y un minúsculo puerto
gratuito situado bajo una montaña coronada por una imponente y preciosa
fortaleza veneciana. El Amvrakikós kolpos. Navegar en aquél mar es un placer.
La brisa de la tarde llena las velas y la mar no tiene lugar para levantarse.
Junto al puerto hay una playa de guijarros con terrazas al borde mismo del mar.
Hay poca gente, casi ningún turista, y dos tabernas en las que comer
espectacular pescado y gyros pita a buen precio…
Pasé días solo en Vonitza.
Leyendo en la playa y subiendo a la fortaleza donde nunca había nadie y donde
el silencio era casi absoluto, solo roto por el silbido leve del viento y el
aletear de los grillos. Un manto de agujas marrones de los pinos tapizaba cada
rincón del suelo y los antiguos muros de piedra se asomaban desde hacía siglos
melancólicamente a este tranquilo mar escenario de los vaivenes de la Historia.
Por las tardes, sentado en una de
las mesas de mi taberna favorita al borde del mar, tomaba un plato de frescos y
deliciosos boquerones fritos, dos botellas de cerveza Fix, dos ouzos, y veía
ponerse el sol tras los muros venecianos, mientras la noche estival invadía el
mar frente a mí y pensaba en lo maravillosa que puede ser la vida a veces…
Vonitza |
Taberna favorita |
Playa |