domingo, 14 de enero de 2018

Autobuses de Grecia. La tos.


"Algo me decía que no todo podría continuar dentro de esa normalidad tan parecida a lo que siempre he rechazado como una de las más notorias antesalas de la muerte: los días transcurriendo por cauces regulares, en donde toda sorpresa ha sido descartada de antemano."

Maqroll el Gaviero. Amirbar.


Autobús de Atenas a Preveza. Un trayecto ya recorrido unas cuantas veces. Recién llegado del aeropuerto a la estación de autobuses, lo cojo "in extremis", corriendo, y me preparo para un viaje de cinco horas que, sin yo saberlo, se acabarían convirtiendo en ocho gracias a la huelga general convocada en el país que mantenía gran parte de las carreteras cortadas.
Casi todos los asientos junto a las ventanas están ocupados a excepción de uno en la parte de atrás del autobús, en la que entre la oscuridad reinante, se dejan entrever los rostros de un grupito de tres o cuatro negros de imperturbable aspecto. Uno de ellos va abrigado como si estuviera en plena calle, con un gabán marrón de cuadros. Es gordito y con la cara redonda. Otro de los que puedo ver en el instante previo a sentarme tiene el preocupante porte de pirata somalí, ojos expectantes de inescrutable expresión y rostro en extremo delgado.
Hasta aquí, a pesar del indescifrable olor del autobús, bien.
Me siento y espero que arranquemos cuanto antes para, cuanto antes también, llegar a mi querido barco.
Es en este momento cuando comienza todo. La tos...
Una tos seca, profunda, procedente de las más recónditas cavidades de los pulmones del negro que tengo sentado justo detrás, el gordito. Por el sonido, deduzco que nada se interpone entre la boca del tosiente y mi cabeza, a menos de un metro delante, y me empieza a asaltar una creciente preocupación acerca del tipo de enfermedad que produce dicha monótona, persistente, inagotable tos. Imagino millones de microbios procedentes del África profunda, de esos que postran en cama en agonizante estampa a sendos millones de habitantes del continente negro. Ya veo los titulares: "Una epidemia de una enfermedad hasta ahora desconocida arrasa Europa. Se cree que todo pudo comenzar en un autobús en Grecia"...  Yo me encuentro aislado en un hospital con los ojos adornados con profundas ojeras, la cara macilenta y veinte kilos menos. Todo el que se acerca a mí lo hace protegido por un traje de goma con capucha, guantes y mascarilla.
En ese momento habrá transcurrido una media hora de tos. Decido cambiarme de asiento aunque tenga que ser de pasillo y con otra persona al lado.
Y de pronto, sin previo aviso y como si me hubiera leído el pensamiento, el negro deja de toser. Aguardo un momento y nada. Silencio. Silence. Se acabó la tos. Bueno, quizá pensé mal sin motivo. Menos mal.. No estaba dispuesto a aguantar la situación ni un minuto más..
Ya tranquilo, me recuesto en mi asiento con la intención de dormir un poco cuando... ¡Vuelve la tos!.
No habían pasado ni dos minutos y ya estamos otra vez. Pero... Un momento...
Si. Es la misma tos seca, cavernosa, incesante, repetitiva (una tos cada dos o tres segundos). Una tos verdaderamente nefasta, augurio de los más terribles males
Sin embargo, esta vez no procede del gordito del abrigo marrón a cuadros que se sienta justo detrás mío. Es verdaderamente asombroso, increíble. Como si con una coordinación estudiada se hubieran pasado el testigo escrupulosamente, es ahora el pirata somalí quién tose.
No lo puedo creer. La misma tos, igual de desesperante y preocupante y cansina y fea y agobiante.
No puedo más...
Tras otros diez minutos con los nervios destrozados, cojo mis cosas y me cambio de asiento. Esta vez tengo al lado a un señor vestido con tonos negros y grises con pinta de pakistaní. Al menos él no tose, pienso.
Me acomodo en el asiento y en el silencio del autobús agudizo el oído para disfrutar de la lejanía de las malditas toses. Por fin a salvo...
Un minuto, dos, cinco, diez... ¡Nada! Silencio absoluto allí a popa. Vuelvo la cabeza y los miro en la distancia. Sé que están ahí porque veo el blanco de sus ojos, impasibles. Esos malditos ya no tosen. Nada. Ni una sola vez. Ni una tosecilla. Ni el pirata somalí ni el Tío Tom.
"Me la han jugado bien, pienso.."
El autobús serpentea a velocidad de tortuga por sinuosas carreteras en medio de una oscuridad desoladora. Estoy enfermo, me duele todo el cuerpo; la cabeza me va a estallar y noto un picor extraño en la garganta..
La tortura termina pasada la una de la madrugada después de haber estado viajando desde la cinco de la tarde..
Al menos, ver a mi barco sano y salvo después de más de tres meses me devuelve al ánimo.. Un sopa caliente y la comodidad de la cama en el camarote de proa me sumergen en un profundo sueño y las toses desaparecen lejanas  en la calma de la noche...


Atraque invernal


Preveza Marina







3 comentarios:

  1. Ufff. que relato,...me has tenido en vilo hasta conocer el desenlace, que afortunadamente fue bueno, con el reencuentro con el Gaviero. Que recuerdos más bonitos de la Marina de Preveza, en la que el New Calipso recaló gracias a tus indicaciones, y que nos permitió pasar unos maravillosos días conociendo las costumbres y amabilidad de su gente. Sigue escribiendo!!!! Besos. Pili

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  2. Hola, me he alegrado mucho leyendo tu relato y mas cuando el destino ha querido que encontrase tu blog buscando la Marina Preveza ya que en octubre de este mismo año salgo con mi barco a pasar el invierno allí , por aquello de buscar nuevos aires !!
    estaría encantado de poder hablar contigo sobre la marina , sus gentes y cualquier consejo que quieras compartir .. mi nombre es juan carlos 630585594, ájala qu tengamos la oportunidad de cruzarnos en aquellos lares pero.mientras tanto , espero tu llamada
    un abrazo

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    1. Hola Juan Carlos! Acabo de leer tu comentario. Me pongo en contacto contigo...
      Ya estás por allí?
      Un abrazo

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