sábado, 15 de febrero de 2020

De Poros a las Cícladas

"Un viaje hacia un lugar desconocido te hace sentir en forma vaga que nadas en las aguas de la eternidad o que caminas sobre los sueños" 
Javier Reverte, "El sueño de África" 

Un tipo alto, delgado, vestido con anchos pantalones de colores estilo hippie, gafas de sol, pelo largo y aire distraído, fuma un cigarrillo tras otro sentado en la popa de su imponente velero azul Grand Soleil de sesenta y cinco pies de eslora. Una joya de barco junto a la que El Gaviero está atracado como un modesto patito feo...

Yo lo observo desde la terraza del bar "Yachting", donde me tomo unas cervezas heladas atendido por Constantina, la amable camarera que amablemente rehusó una y otra vez mis invitaciones a salir o a cenar conmigo. Son los dos únicos barcos que hay atracados en esta parte del puerto de Poros. El "Elenara" de George y El Gaviero. Anclas por proa, y popas mirando a las terrazas.
Era solo cuestión de tiempo, y poco, que George y yo nos hiciéramos amigos y compartiéramos cervezas y cigarrillos en nuestros barcos.

En la taberna "Karavolos", en la parte antigua y alta de Poros, con un par de jarras de vino griego, unos platillos de comida tradicional, entre los que no faltaron los típicos caracoles del lugar y tras los efusivos besos y abrazos de los dueños del restaurante, George me contó algo de su vida.
En este momento estaba ya retirado y tenía más de sesenta años, de los cuales llevaba viviendo en Grecia más de treinta. Había sido naviero, armador de barcos mercantes, y con esto había hecho su capital. Y mucho. Los dedos de las manos los tenía terriblemente deformados por la artrosis y hablaba con la seguridad en sí mismo de quien ha tenido éxito en la vida. Alguien acostumbrado a tener fortuna y a mandar. Sus ademanes, su conversación, su imponente velero...





Sin embargo, no parecía que nada de esto se le hubiera subido a la cabeza. Podrido de pasta sí, pero preocupado por la familia, el medio ambiente, los desfavorecidos... Intuí que su religiosa esposa filipina tenía mucho que ver en esto.
Me contó que durante su estancia en el hospital, cuando se encontraba entre la vida y la muerte por una enfermedad asesina, ella siempre estuvo ahí. Cuidándolo. Un tipo que cabalgaba entre lo anglosajón y lo más profundamente mediterráneo, entre la riqueza y la sencillez griega, entre la religiosidad católica filipina y...

El caso es que me gustó George y me gustó Poros, así que decidí quedarme unos días que pasaron entre cervezas, charlas, ouzos, más charlas, concentraciones de veleros tradicionales griegos y más charlas con amigos ocasionales como Alan, un escocés de ochenta años que navegaba solo en su pequeño "Capricornio", un velero de unos ocho metros de eslora, sin molinete para levar el ancla, sin nevera, sin bimini... Un auténtico entusiasta de la vida. Pelo canoso, ojos azules, deportista. De joven tuvo un velero clásico de madera de veinte metros con el que hacía cruceros familiares por el mar del Norte, aunque el continuo y costoso mantenimiento lo decidió a venderlo. Nunca ha parado de navegar, pero después de dieciocho años por Grecia pensó que ya era momento de volver a casa y dejar el Capricornio en otras manos.


El ferry en el que vino el molinete

Calles de Poros

Casitas blancas y fondeadero




La taberna de un artista












En Escocia tuvo una empresa que se dedicaba a estudiar la calidad de las aguas y la flora y fauna marinas y cómo éstas se veían afectadas por la acción humana. Era un hombre interesado por la ecología y el planeta. Compartimos algunos platos de boquerones, ensaladas y cervezas juntos en la taberna White Cat, mi favorita tanto por su ubicación como por la amistad que hice con el camarero rumano que trabajaba allí, Ilie Daniel. Un tipo educado, amable y servicial con el que también pasé agradables ratos de conversación.

Terraza de la taberna "White Cat", con el barco fondeado enfrente


En Poros fui feliz, conocí a personas serviciales y amables como Spyros, que regentaba una tienda de efectos navales en la que compré algunas cosas que necesitaba para el barco y que se encargó de vigilarlo cuando lo dejé allí unos días para viajar a España a ver a mi hija. A Aris, el conductor del camioncito cuba que suministraba gasoil a los barcos atracados en el muelle. A Marko, el viejo mecánico/electricista de esponjoso, abundante y blanco pelo, que fumaba un cigarrillo tras otro y que subió a bordo para tratar de arreglar el molinete del ancla que dejó de funcionar al intentar salir del puerto para irme a fondear fuera. Un tipo auténtico, de aspecto griego, dejadez griega y generosidad griega. Se metió en el camarote de proa donde hacía un calor sofocante, probó todas las conexiones y cables en posturas absurdamente incómodas para un hombre de su edad, sudó y se preocupó. Y finalmente, tras un largo rato emitió su veredicto: "lectrisiti"...
Nada que discutir, lo organizó todo para desmontar el molinete y enviarlo en ferry a Atenas para ser reparado. Cuando le pregunté cuánto le debía se ofendió. No discutí con él. Nos fuimos directamente a la taberna, nos reunimos con George y nos dedicamos a beber ouzos y a filosofar sobre la vida. Un auténtico griego.

Al cabo de unos días, fondeado junto a un solitario y alto noruego al que ayudé a estibar una nueva cadena para el ancla que había comprado en la tienda de Spyros y con el que mantuve alguna conversación y tomé alguna cerveza, llegó el repuesto para el molinete desde Atenas que tuve que recoger directamente en la pasarela del ferry con una caja a mi nombre, y comenzó la cuenta atrás para continuar con el viaje y poner proa a las Cícladas.
Pero antes de irme tenía que hacer una cosa más...

Todos los días en mis paseos por la ciudad, pasaba junto a un pintoresco personaje. Un artista. Pintor. Un tipo de amable aspecto que vendía cuadros pintados por él en la calle. Expuestos en la acera y enfundados en plástico transparente. Bonitos, a decir verdad.
Me acerqué, le saludé, le pregunté el precio que pedía por dos cuadros que me gustaban, regateamos un poco el precio, y le pedí por favor que le dedicara uno de ellos a mi hija Ilona, cosa que hizo puntual y gustosamente.
Ahora ya sí me podía ir de Poros contento, con los cuadros de Vasilis Poriotis bajo el brazo.. ¡Y firmados!




Cuadro del gran pintor Vasilis Poriotis


"Vivir intensamente compensa todo esfuerzo y casi todo sacrificio.

Vivir a medias ha sido siempre función y castigo de mediocres."

Rolo Díez, Una baldosa en el valle de la muerte

Desde hace muchos años siempre he llevado dos pequeñas fotos pegadas en el mamparo junto a la mesa de cartas. Una es de la virgen del Carmen, patrona de los marinos. Aunque nunca fui creyente, siempre me ha gustado conservar ciertas tradiciones. Y de todos modos es algo que he visto en casi todos los barcos en los que he navegado. Una especie de icono... Así que, ¿por qué no?

La otra es de Miguel de la Quadra-Salcedo, el aventurero, reportero, atleta, descubridor de lugares y curioso impenitente que siempre fue para mí ejemplo y motivación. Una figura importante en mi vida y de cuyo fallecimiento tuve noticia en Poros en estos días.

En la soledad de la cabina, escuchando  la música y las voces amortiguadas de gente riendo y charlando en el muelle, disfrutando de la noche griega, sentí que esa misma soledad que me ha acompañado durante gran parte de mi vida en tantas ocasiones, con la muerte de Miguel se había hecho un poco más intensa y probablemente más intolerable...





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