"Mucho después de que diera la medianoche el reloj de la cabina del piloto, en cuyo techo descansábamos, nos fuimos a dormir dándonos un "buenas noches" en donde se advertía otro acento. El acento de una cierta complicidad, de una reciente y fraterna complicidad en la que comenzaba un tramo distinto y nuevo de nuestra errancia."
Maqroll El Gaviero
Tras más de dos semanas en España con mi pequeña hija Ilona, llegó el momento de retomar el viaje. La despedida fue triste. Hubo llantos. Cierto sentimiento de culpa, tan solo atenuado por la certidumbre de estar haciendo algo necesario para mí y probablemente beneficioso para ambos. Aunque eso solo se puede apreciar pasado el tiempo; en el momento de decir adiós solo se siente una profunda pena. Es el precio a pagar por cumplir los sueños, por salir de la zona segura y cómoda...
El caso es que allá vamos mi amigo Jesús "Lunero" y yo a saltar a bordo de la cubierta del Gaviero y asomar la nariz a las secas islas del Egeo, a impregnarnos de Grecia, de su cielo azul y sus casas blancas, de sus gentes y de sus ouzos, de sus mágicos rincones y de su Meltemi, el feroz viento estival que a buen seguro hemos de encontrar habida cuenta de las fechas en las que zarpamos..
Así que, ¡Allá vamos!
¡Listos para zarpar! |
Después del viaje en avión, autobús y ferry desde Atenas, encontramos en Poros todo tal y como lo dejé. No sé si Spyros, el de la tienda de efectos navales se tomó mucho interés en cuidar el barco como me dijo, pero aunque me fui un tanto preocupado cuando lo dejé en el muelle público con dos anclas por proa, expuesto a que algún vecino ocasional y probablemente patrón de barco de chárter me las levantara, lo cierto es que solo levantaron una de ellas. La otra aguantó en su sitio y no hubo más problema.
Así que tras un breve encuentro con unos compatriotas que navegaban también por estos lares, una simpática señora andaluza con pinta de ama de casa que viajaba con su marido australiano, y Rick, patrón del "Telémaco", levamos anclas y nos pusimos a navegar rumbo a Kithnos.
Los días pasaron plácidamente en compañía de mi amigo, que dio al viaje la alegría y la compañía que necesitaba, entretenidos en lecturas, charlas acerca de los más diversos temas, cervezas y ouzos con sus correspondientes e imprescindibles "mesés" (tapa en griego), excursiones, siestas... Todo dejándonos llevar por el ritmo de las cosas, sin prisas, sin contravenir las ocultas pero sutiles y ciertas reglas ancestrales de la vida mediterránea que se nos iban desvelando con cada ouzo, con cada charla, con la contemplación calmada de cada paisaje, con cada trozo de queso feta, con cada aceituna, con cada silencio...
μεζές |
Ouzo y agua fresca en la terraza de la "mamma" |
Así pues, y para dejar aquí recuerdo y constancia de lo vivido, en lugar de reescribir las notas tomadas improvisadamente mientras navegábamos o paseábamos por estos lugares, intentando darles un tono más literario, en este caso voy a reproducir literalmente lo escrito durante aquéllos días pasados en Kithnos y Sérifos en el cuaderno de viaje, pues después de releerlo, encuentro que conserva toda la frescura de la inmediatez del momento y además poco más se me antoja añadir...
Sérifos, 21 de junio
Casi una semana ya desde que salimos de España. Ha pasado muy rápido. El tiempo ha sido muy bueno y hemos visitado dos de las islas Cícladas. Con Jesús, todo bien. Navegamos, comemos, bebemos y disfrutamos de la vida. El único punto negativo es que hemos llegado con cierto retraso al Egeo. Ya es la época del Meltemi, y justo en el momento en que escribo esto están soplando 25 nudos de viento en este pequeño puerto de Livada en el que recalamos, que por supuesto es gratis...
Da una gran tranquilidad tener el barco amarrado en la protección de un bonito puerto mientras ves entrar a otros barcos refugiándose del fuerte viento y maniobrando con dificultad entre proas, cadenas y pantalanes, tomándote una cerveza en la bañera y con un libro sobre las piernas...
Hace dos noches, en Chora, el pueblo-capital de Kithnos, se celebraba un acontecimiento social-religioso de la iglesia ortodoxa. En la iglesia se celebró una misa cantada, cuya música vocal era esparcida por todo el pueblo mediante altavoces estratégicamente colocados; los jóvenes se mostraban orgullosamente ataviados con sus trajes tradicionales (pantalón negro, camisa blanca y chaleco rojo), y a continuación desfilaban en procesión por las calles del pueblo con los popes barbudos, de negros atuendos y altos sombreros, portando retratos de santos..
Por la noche, en la calle, comenzaron los bailes tradicionales que alegran todas las fiestas veraniegas de los pueblos griegos, al ritmo de la música repetitiva, mágica, cadenciosa, de reminiscencias orientales y notas de violín. Todo el pueblo baila en corros, unidos por la manos. Jóvenes, viejos, niños, viajeros... en una invocación a la alegría y la celebración bajo el limpio cielo de verano.
Sentados en la terraza de un restaurante junto a la que acontecía todo esto, cenamos un cordero memorable, bebimos vino algo menos memorable y conocí a una preciosa mujer de ojos claros, piel morena y sonrisa deslumbrante con la que charlé y bailé. Nuestras miradas lo dijeron todo y nuestras manos se unieron. De repente, como cenicienta de cuento, se marchó corriendo a medianoche como quién espera una reprimenda por haberse portado mal. Me hizo pensar que volver al amor no es imposible. Se llamaba María. Nunca más volví a verla.
Fondeo en Kithnos |
El mar Egeo es más azul y más salvaje que el Jónico. Las islas que lo jalonan, numerosas y cercanas entre sí (tanto que siempre hay alguna a la vista), son altas y peladas de vegetación. Secas como el viento que las azota con furia. Sus casas son blancas y sus pueblos se asientan en lo más alto, como nata sobre un pastel. Poca gente circula por sus estrechas y tortuosas calles y sus viviendas se amontonan desordenadas y coquetas con el encanto de la sencillez, adornadas con ventanas azules gastadas por el sol, macetas y piedrecitas pintadas de colores colocadas descuidadamente en el alfeizar, suelos grises con trazos blancos dibujando pájaros, mariposas y flores, iglesias blancas como la nieve con redondas cúpulas descoloridas por años y años de sol, con la puerta abierta y sus santos en penumbra.
Y en lo más alto, donde estas antiguas iglesias que han sido testigo de la Historia y han visto pasar pueblos y guerras se yerguen humildes y orgullosas, nadie. Absolutamente nadie. La soledad más absoluta. Con mayúsculas. Solo rota por la compañía fugaz de alguna lagartija o el volar de un insecto...
Y silencio. Mucho silencio. Tan solo rasgado por el sonido del viento sobre la montaña desde la que se divisan las islas hermanas...
Sencillamente hermoso.
Plaza del pueblo |
Yate turco |
Paseo en moto y pequeña iglesia |
Iglesia apartada |
Típicos dibujos en el suelo |
Cine que vio tiempos mejores |
Sérifos 22 de junio
Eolo sigue arrojando sobre las islas toda su furia. Sin descanso. Agitando los pocos árboles valientes, volcando sillas, vasos, haciendo aullar las jarcias de los veleros, levantando espuma de las olas, aplastando toda voluntad. Demostrando ser el dueño y señor del Egeo en los meses estivales.
Es ésta una naturaleza dura, áspera, salvaje, básica. También es una naturaleza bella en su simplicidad. Azul, blanco y marrón.
Si el navegante dispone de tiempo, es el lugar ideal para, forzado a refugio por el Meltemi, dedicarse a disfrutar de los simples placeres de la vida: dormir, leer, escribir, beber cerveza y agua fría (aquí es costumbre servir vasos de agua fría con cualquier consumición), meditar acerca de las vanas y febriles ocupaciones de los hombres, retrotraerse a un lejano pasado de héroes y mitos o simplemente gozar de existir. Mejor si es desde el cómodo sillón de la terraza de alguna "mamma" frente al puerto.
Todo se antoja lejano y difuso en estas secas islas del Egeo.
Tal y como siempre ha debido ser...
Para Jesús
Pequeña vendedora de piedras pintadas. Pocos clientes. |
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