Me miraste con tus ojos fenicios. Los que te pinté en la proa desde el principio. Esos que han visto pasar tantas olas y tantas millas. Ojos de amigo fiel que traté de no seguir encontrando en la distancia mientras me alejaba entre las torres Mapfre de Barcelona, con la maleta llena de pocas cosas y muchos recuerdos.
Te quedaste en este puerto, al cuidado de otras manos, con un nuevo futuro por delante. Aquí te dejé, tras hacer juntos nuestra última travesía, mientras nos íbamos despidiendo por el camino... Sin una queja, sin un reproche, como sólo los buenos amigos saben hacerlo. Leal y siempre dispuesto a salvarme.
Todo lo que hablé contigo en las noches en la mar, las incontables horas que pasé admirando tus finas líneas, los innumerables momentos pasados con amigos en tu interior, todo lo vivido juntos durante quince años, todo, absolutamente todo quedará para siempre en mi memoria.
Siempre he pensado que un barco es mucho más que un simple objeto. Un barco vivido y navegado se convierte en un compañero, en parte de ti, casi en un ser vivo. Te lleva a cumplir tus sueños, te acerca a la libertad, te aleja del mundanal ruido, hace de ti una mejor persona... Si... Un barco es mucho más que un objeto.
Y tus ojos me siguieron mirando hasta que me alejé en la distancia, y no supe interpretar qué querían decirme. Me parecieron tan tristes como los míos, como preguntándome adónde demonios iba. Probablemente en tu inocencia no se dieron cuenta de que esta vez ya nunca iba a volver a por ti como tantas otras en tantos sitios. O a lo mejor sí...
El tren rodaba a lo largo de la costa y a ratos, entre los edificios y las montañas, iba viendo el mar. Sentí un nudo en el estómago y una opresión en la garganta al pensar que ya nunca lo íbamos a surcar juntos de nuevo.
Adiós Gaviero. Adiós ojos fenicios...
El Gaviero en Port Olimpic Barcelona |
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