jueves, 4 de septiembre de 2025

El pianista del barco

La señora era aun joven, rondaría los cuarenta años y aparentemente viajaba sola. 
Joyas caras, pelo rubio con un peinado perfecto aunque un tanto pasado de moda, maquillaje excesivo, ropa de fiesta, zapatos de tacón, copa en la mano izquierda conteniendo algún cocktail, y cigarrillo fino, probablemente mentolado, en la derecha. Se sentaba en uno de los taburetes de la barra con las piernas cruzadas e intercambiaba comentarios breves adornados con una leve sonrisa con el impecablemente vestido camarero asiático, que desde detrás de la barra y con rostro inescrutable los escuchaba atentamente mientras limpiaba los vasos con una blanquísima servilleta.

La noche de noviembre era infame en la mar en aquella travesía desde La Valetta a Barcelona; las olas de casi diez metros y el viento de más de cincuenta nudos hacían que el "Legend of the seas" se balanceara lenta pero firmemente de una banda a la otra. Los interminables pasillos estaban desiertos; los salones de baile despoblados de bailarines; los restaurantes vacíos de comensales. Solo unos pocos pasajeros de aquél último crucero del barco por el Mediterráneo se aventuraban a salir de los camarotes para tratar entre tumbos de llegar a algún sitio para comer algo o tomar una copa. 

Y en el bar "Schooner", Yannis, un marino que había acabado de vacaciones en el crucero por una de esas a veces inexplicables vueltas del destino, contemplaba mientras tomaba su Bombay azul, a aquél pequeño y dispar grupo de personas que por algún motivo, tal vez su aspecto, quizá las miradas en cierto modo cómplices que se dirigían, o su aura de almas errantes encontradas en aquel universo flotante, llamaban poderosamente su atención. Y como no tenía otra cosa mejor que hacer se dedicó a imaginar sus vidas y cómo podían haber sido zarandeadas hasta acabar en aquél piano-bar en mitad del Mediterráneo en aquélla noche tormentosa. 

La Castafiore, así decidió llamar a la señora de la barra, había sido una frustrada cantante de ópera. Muchos años de estudios pagados por su acomodada familia acabaron con un par de apariciones como soprano suplente en funciones programadas en pequeñas ciudades, lejos de sus sueños en La Scala, el Liceo o el Metropolitan. Había acabado casándose con su representante para divorciarse al poco tiempo, y ahora llevaba una vida cómoda pero aburrida que trataba de aliñar con viajes esporádicos y el sueño de encontrar al hombre de su vida mientras se conformaba con sus cócteles y sus cigarrillos.
Schooner bar


León, el pianista de blanca y esponjosa cabellera (un tanto leonina, como su nombre), estaba en esa edad en la que un hombre que ha tenido una vida más o menos ordenada y un trabajo estable debería encontrarse jubilado y disfrutando de su familia, y no tocando el piano en el bar de un crucero durante largas noches y meses de embarque. Pero Yannis, mirando entre sorbo y sorbo del gin-tonic a León, con su blanca melena, su igualmente blanca chaqueta, su pajarita negra y escuchando las melodías archiconocidas que animan cenas en hoteles de todo el mundo saliendo de sus teclas, pensó que tal vez, como la Castafiore, estudió y trató de llegar a ser un músico famoso, un concertista de piano reconocido en todo el mundo, pero ya se sabe ¡el mundo de la música!, solo los mejores llegan a lo más alto. Algunos leones como él tienen que rugir bajito y conformarse con dar clases a niños bien o tocar en restaurantes y hoteles para poder vivir. Y bien pensado, trabajar en un crucero no estaba tan mal, con todo pagado, viajando por el mundo, conociendo gente interesante... No necesitaba jubilarse en realidad para volver a su aburrida y pequeña ciudad de Estados Unidos. No. Seguiría tocando sus melodías mientras lo siguieran contratando. Así estaba bien...

Sun Tzu ya era otro nivel mucho más difícil de descifrar, un enigma asiático tras los mínimos ojos rasgados, el gesto imperturbable, los movimientos precisos tras la barra, el cuerpo delgado, pequeño, escurridizo. Aquí Yannis tenía serias dudas. Tanto podía haber pertenecido a una banda de contrabando de armas que ser un ejemplar padre de familia en Bankok. Imposible imaginar nada con fundamento... Pero había algo... Las miradas. Las que dedicaba de tanto en tanto a León y a la Castafiore. Ahí sus pequeños ojos orientales mostraban algo más, una familiaridad, una cierta y misteriosa complicidad, sutil, apenas perceptible de no ser por las circunstancias, por la soledad del bar y los gin-tonics azules.

"Smoke gets in your eyes", cantaba León mirando a la Castafiore, un poco abstraído en su música, en cierto modo como si estuviera haciéndolo por última vez. En realidad toda la atmósfera tenía cierto aire de "última vez": La noche negra, el temporal con fuerza huracanada afuera, los movimientos extremos del barco, la soledad en las cubiertas, y la pequeña y extraña reunión en el bar Schooner ajena a todo lo demás, como si nada importara ya demasiado. 

"Legend of the seas"


La Castafiore fumaba un cigarrillo tras otro. Sun Tzu le acercaba siempre solícito el encendedor. Y le servía su cocktail favorito cuando veía su copa vacía: un Cosmopolitan hecho con vodka, triple seco, zumo de arándanos y zumo de lima, preparado por él con precisión y un toque extra de vodka, como sabía que a ella le gustaba.
León seguía tocando ya ajeno a todo.  No bebía. Solo se encendía de vez en cuando un Marlboro que dejaba consumirse casi en su totalidad en el cenicero de cristal que reposaba en un lado del piano.
Yannis se pidió un cuarto Bombay, no tenía sueño, estaba en uno de esos momentos en los que el tiempo, el lugar y la realidad se difuminan. Uno de aquellos tantos que había disfrutado en sus viajes y que sabía reconocer y no dejar escapar.

El blanquísimo barco se abría paso por la negra noche mediterránea, dejando una gran estela de espumas que el viento y las olas barrían rápidamente. Dentro, muchas vidas, todas distintas, eran llevadas a su destino. Unas de regreso a sus hogares tras las vacaciones, otras para hacer escala rumbo a otros lugares, algunas sin un destino definido, y tres de las que se encontraban en el Schooner bar, destinadas a ser detenidas por la policía portuaria.


2 comentarios:

  1. Me gusta la Castafiore, su vida debe ser interesante. Tabeirón

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  2. ¡Hola Tabeirón! Todo queda abierto a la imaginación...

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