miércoles, 12 de julio de 2017

Pianos de Corfú




"Todo esto es absurdo y nunca acabaré de saber por qué razón me embarqué en esta empresa. Siempre ocurre lo mismo al comienzo de los viajes. Después llega la indiferencia bienhechora que todo lo subsana. La espero con ansiedad."

Maqroll el Gaviero. "La nieve del almirante"


Paxos

El calor veraniego empezaba a dar paso al templado otoño. Algunos días, la lluvia comenzaba a hacer brillar las verdes hojas de los árboles y a humedecer la tierra, impregnando el ambiente de frescos olores a vegetación. Tras la lluvia, el cielo quedaba de un color aún más azul de lo habitual. Se convertía en un cielo tan limpio, tan transparente, que hacía que todo lo que mirabas pareciera que había sido recién creado y visto por ti por vez primera.
Y una de esas lluvias purificadoras nos recibió echando el ancla en la pequeña isla de Paxos, tan pegado al muelle que casi podía llegar caminando a las mesitas de la taberna que tenía enfrente, y con tan sólo medio metro de agua bajo la quilla...

Lakka




Paxos

 
Lakka, el puerto, estaba al fondo de una pequeña ensenada, rodeada de altas montañas cubiertas de árboles y senderos de tierra por los que perderse en el silencio y la contemplación de las vistas al mar.
Desafortunadamente, la botella de Retsina se terminó. La de ouzo también. Había que bajar a tierra...

La noche terminó en un solitario y apartado bar al borde de cuya terraza se mecían amarradas pequeñas y coloridas barquitas de pesca, hablando con un solitario y taciturno capitán mercante griego que insistía en invitarme a una copa tras otra de ouzo.
Hacía fresco. Yo estaba en pantalón corto y camiseta. Descalzo.
Él llevaba chubasquero azul y gorra marinera también azul. Hablaba poco. Ambos mirábamos con turbios ojos a las coloridas barquitas que se mecían a nuestros pies amarradas a la terracita de la taberna, sentados a ambos lados de la mesa.
Sentí una nostalgia reconfortante, de ésas que se disfrutan. Uno de esos momentos en los que todo carece de importancia. Un viaje a los orígenes de todo. Me vacié para volver a empezar...

A la mañana siguiente, me desperté con el sol entrando a raudales por la escotilla sin saber muy bien dónde estaba ni mucho menos cómo me las arreglé para volver al barco.


Corfú

Cuando uno navega por el canal que discurre entre la isla de Corfú y la costa de la Grecia continental, intuye que algo mágico va a pasar. Sobre todo, si por azar algún libro de los hermanos Durrell ha caído en sus manos previamente.
Y cuando desde el mar, uno divisa allá en lo alto la fortaleza que se erige impresionante sobre un acantilado, flanqueada por un museo situado en un edificio que recuerda al Partenón por un lado, y por un alto reloj por el otro, no puede evitar sentirse embargado por la emoción.


Fortaleza veneciana

El club náutico NAOK se encuentra a los pies de la ciudad, bajo la fortaleza que se divisa desde el mar. No es un puerto que ofrezca buen resguardo, y en él los barcos siempre se mueven con la mar de fondo que entra. Pero si el viento sopla del sur y pasa de fuerza cuatro, hay que marcharse de allí, pues se convierte en un lugar peligroso.
Sin embargo, la hospitalidad del “harbour master” y de la señora encargada del pequeño bar situado dentro de este puerto compensan la incomodidad de los continuos tirones de los cabos de amarre.
También el hecho de que solo con subir unas escaleras te ves de golpe en un precioso parque que, como una alfombra, se extiende a los pies de uno de los lugares emblemáticos y más concurridos de la ciudad: el Listón.
En el parque y como herencia de la prolongada estancia británica en la isla, se juega al criquet. Un deporte que evidentemente desentona de manera ostensible en un isla mediterránea. O más bien, debería decir en una isla griega como Corfú.
En el Listón, una sucesión de cafeterías, bares y restaurantes albergan a turistas, viajeros y corfiotas que se dedican a tomar el omnipresente café griego y a ver pasar a la gente que pasea incesantemente por esta zona de la ciudad.
En Corfú, no hay más que dejarse llevar y perderse por sus calles para disfrutar de los antiguos y desconchados edificios de aire clásico y corte veneciano, de los soportales que albergan infinidad de tiendecitas y bares, de las plazas animadas con niños jugando y mayores conversando en la maravillosa lengua griega, incomprensible pero tan cercana en su música que uno tiene la impresión de poder entenderla como si fuera la suya.
Al atardecer, yendo hacia el náutico al que se accede por un antiguo arco con escudo de piedra desde la antigua fortaleza veneciana (no he visto jamás un acceso a un pequeño puerto más bonito e impresionante que éste), paso junto al conservatorio de música situado en un majestuoso edificio situado dentro de la fortaleza. Enormes ventanales abiertos de par en par dejan fluir la música de un piano de cola que se esparce por la soledad antigua de estas murallas. Una mujer canta un aria de ópera. Al fondo, los barcos de vela se recortan en la sombra que proyectan los oscuros muros de la ciudadela.
Me quedé extasiado en este momento de una belleza sencillamente irrepetible..

Museo

Edificio del conservatorio


Faro







Mon Repos, un remanso de paz en la ciudad

En los días siguientes, una moto me llevó por las carreteras de esta isla repleta de sorpresas y lugares mágicos que visité en soledad, emocionándome y asombrándome a cada momento con el encanto inigualable de este rincón del Jónico...

El G aviero en el NAOK

3 comentarios:

  1. Besos desde Corfú de Alejandro y Pilar, siguiendo tu estela a bordo del velero New Calipso. Es un placer leerte, gracias amigo!!!!

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    1. El placer es mio por tener amigos como vosotros. .. Buena proa

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  2. Cuando acabe este p... virus pensamos hacer tu recorrido guiado por estas notas que, sin duda, nos ayudarán y nos servirán para acceder a esos lugares tan idilicos.
    Javier Tabeirón

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