lunes, 15 de junio de 2020

Parte cuarta. El regreso. Korfos, Delfos, Ormos Vlikho.


-¿Y usted, capitán, qué piensa hacer? -le pregunté preocupado por la serena frialdad con la que tomaba las cosas.
-No se preocupe por mi, Maqroll. Es muy amable. Ya lo tengo todo dispuesto para...

"Ilona llega con la lluvia"


Hay muchas ocasiones en la vida en las que se deben tomar decisiones que condicionan nuestro futuro, aunque en el momento de tomarlas  no seamos conscientes de lo mucho que pueden cambiarlo. Y en esta ocasión se trataba de decidir si seguir navegando indefinidamente por el Egeo, o por el contrario, volver a casa y retomar mi vida anterior.
Decidí lo segundo, y no me imaginaba entonces cuánto tiempo íbamos a pasar varados en puerto El Gaviero y yo, ni cuánto me habría de arrepentir y soñar triste y melancólicamente con una improbable vuelta a Grecia, que a día de hoy no está ni siquiera cerca de producirse...
Pero así es la vida, un continuo decidir...
Volvamos al viaje.

La navegación hacia Corinto y el golfo de Patrás transcurrió sin incidentes, tranquila y con un tiempo excelente. Tras una breve escala en Aegina, atracamos en el muelle de Korfos, un pequeño puerto situado al fondo de una bahía al que llegamos de noche, cegados por los focos de unas piscifactorías y guiados por la linterna del dueño de la taberna del puerto. Al atracar, con la popa pegada a la terraza del restaurante donde cenamos, nos atendieron cordialmente ya que éramos los dos únicos clientes del restaurante y charlamos un rato con el dueño del local y con el camarero, que nos contaron las dificultades por las que estaban pasando debido a la situación creada por la crisis económica. Como nos encontrábamos a gusto en aquel lugar y no teníamos prisa decidimos quedarnos también al día siguiente, ya que la previsión meteorológica no era la mejor para pasar por el canal de Corinto.
A la mañana siguiente, todos los vecinos de puerto largaron amarras y se marcharon, dejándonos solos. Y solos estuvimos un rato hasta que de repente y de la nada apareció: "Mr. Magoo". Personaje de edad indefinida, ataviado con un gorro, camisa y pantalones de indescifrable color y gruesas gafas de miope. Ni gordo ni flaco, ni alto ni bajo, con barba de tres días, ajeno por completo a todo lo que le rodeaba y único tripulante de un enorme y desvencijado barco de regatas con aspecto de tener todo estropeado y estar a punto de irse a pique en cualquier momento.
En cuanto lo vimos maniobrar y acercarse nos percatamos de que era del tipo de personas que, sin siquiera darse cuenta ni proponérselo, van dejando tras de sí un rastro de caos y destrucción mientras pasean y se mueven por el mundo a su ritmo. Tranquilo, sin alterarse lo más mínimo, trató de amarrar al muelle junto a nosotros con poco éxito; perdió un ancla, volvió a intentarlo y acabó encima del Gaviero pese a tener todo el muelle vacío; volvió a salir y se enganchó en la cadena de mi ancla, levantándola... En fin. Un completo desastre del que fuimos embelesados testigos Jesús y yo sentados en la cubierta del Gaviero sin dar crédito a lo que veíamos, aunque he de reconocer que riéndonos e imaginando a "Mr. Magoo" tarareando tranquilamente una canción mientras iba golpeando con su barco cuanta cosa se interponía en su camino...

¿Es posible tener el barco atracado más cerca?

¡Salud!

Tras salir de Korfos pusimos rumbo al canal de Corinto, que transitamos sin mayor complicación. Esta vez con mayor tráfico de barcos, entre los que se encontraban un pequeño velero de verde casco tripulado por dos jóvenes franceses con pinta de tener la caja del barco en las últimas y a los que volvimos a encontrar en un restaurante en Itaca retenidos por la camarera por algún "problemilla" con la tarjeta de crédito, y un gran Bavaria de un señor de Barcelona y su mujer cubana, que nos adelantó como una exhalación y con los que quedamos en Andíkiron para cenar...

El resto de la travesía por el golfo de Patrás transcurrió tranquila y sin incidentes, haciendo millas en completa soledad en un mar de cristal entre altas montañas, hasta que poco antes de llegar a Trizonia el viento decidió complicarnos un poco las cosas. Luchamos haciendo bordos y pasando de una parte a otra de las orillas del golfo tratando de ganar terreno o de fondear hasta que pasara, y finalmente por la tarde atracamos en el gratuito muelle del bonito puerto. 

Barco clásico en Trizonia


Una vez amarrados en la seguridad de este puerto, en el que uno podría pasar sin dudarlo una larga temporada, nos dedicamos a ver entrar y salir barcos de paso, pequeños y modestos unos; grandes, lujosos y de cuento otros, a bañarnos en sus cristalinas aguas y a comer y beber a placer en la taberna junto a las pequeñas barcas al borde mismo del mar... La vida es bella cuando hay tiempo para disfrutar de estos lugares, la mente se despeja y la memoria vuela... A veces hacia un pasado lejano, hacia los años de juventud, donde todo era presente y sueños por realizar. Vuela... Y uno vuelve a ser joven y a recordar la esencia que lo movía todo. Las ganas de descubrir, los sentimientos intensos y a flor de piel. Vuela... Y recuerda olores, besos, cigarrillos, borracheras, aventuras. Vuela... Clases de letras en el Instituto. Vuela, vuela...

Segundo de Bachillerato, dieciséis años, Instituto, Málaga. Clase de griego con el profesor D. José María Quero. Un sabio con aspecto de serlo, que con una túnica hubiera pasado sin duda por filósofo de la Grecia clásica y del que cada día, aparte de otras muchas cosas, aprendíamos la etimología de alguna palabra de nuestro idioma: "Hipopótamo", caballo de río; "Hipodérmico", debajo de la piel; "Sofisticado", viene de Sofisma, razonamiento engañoso. Éramos jóvenes ignorantes y nos aburríamos; no aprovechamos su sabiduría. Solo una pequeña parte quedó.
Pero en el libro de griego había una foto. En un lado de una página, un pequeño recuadro contenía una imagen del templo de Delfos. Un pequeño templo circular semiderruído erigido para el dios Apolo en un entorno de montañas impresionantes. El centro espiritual de la antigüedad que tras más de seis siglos perdió su importancia con la ocupación romana.

Oráculo de Delfos. Templo de Apolo.

"Te advierto, quienquiera que fueres tú, que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de tí mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tu ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En tí se halla oculto el Tesoro de los Tesoros. Hombre, conócete a tí mismo y conocerás el universo y a los dioses"

Conócete a tí mismo.

Delfos

No aprendí mucho de griego, pero aquélla foto y aquélla frase me marcaron. A los dieciséis años no había viajado casi nada, pero me propuse y me recuerdo diciéndolo una y otra vez durante mucho tiempo, que el primer viaje que hiciera sería a Grecia y visitaría el templo de Delfos.

Hicieron falta treinta años y muchos otros viajes para que al final el caprichoso destino me trajera navegando en mi velero a la tierra de los antiguos dioses y pudiera al fin conocer Delfos y probablemente a mí mismo. 

Después de Delfos, el viaje continuó. En Mesolonghi encontré a la goleta "Blue Clipper" que tantas veces contemplé cuando estaba amarrada en el puerto de Castellón. El "Blue" había desaparecido bajo una chapucera mano de pintura, y ahora se llamaba simplemente "Clipper". Verdaderamente se habían currado el cambio de nombre...
Un barrigudo capitán con gorra de capitán, camiseta blanca de tirantes y barba blanca y descuidada de capitán fumaba acodado en la regala, a popa, y algo me hizo sentir que para el "Clipper" los buenos tiempos habían empezado a quedar atrás...
Hicimos unas reparaciones, colocamos una nueva roldana para la cadena del ancla bajo un calor aplastante y volvimos a ponernos en marcha rumbo a Lefkada, haciendo escala para pasar la noche en la deshabitada isla de Oxia. 
Como de costumbre, el atardecer nos recibió con un bonito viento de proa que hizo la travesía lenta y cansada. Al llegar no encontramos un lugar seguro en el que fondear, de modo que decidimos continuar hasta Ormos Petalas. La mar nos zarandeó de lo lindo y cuando empezó a oscurecer, el motor decidió pararse. En la oscuridad, y a la vista de que se estaba desencadenando una tormenta, que aunque parecía lejana iluminaba el cielo amenazadoramente, me planteé seguir navegando toda la noche rumbo a Zakinthos a vela. Pero Jesús, después de largo rato manipulando el filtro de gasoil en incómodas posturas consiguió que el motor volviera a funcionar aunque sin poder pasar de revoluciones mínimas. Y así, despacio y en medio de una oscuridad espectral solo rasgada por los fogonazos de los relámpagos lejanos, los dioses nos permitieron entrar en Petalas y echar el ancla para un merecido descanso.

Ormos Vlikho

Varadero de Takis. Una pontona semihundida llena de repuestos y piezas usadas de barcos. Gatos. Una nevera de la que Takis siempre saca una cerveza fría para invitarte dentro del desvencijado puente de mando, amable, servicial, cosa que se agradece de verdad cuando aprieta el calor.
Aquí se quedará el Gaviero dos semanas amarrado a la parte de la cubierta que sobresale de un barco hundido mientras voy a ver a mi pequeña hija. 

Terraza favorita en Vlikho
Después de disfrutar de conversaciones y cervezas con otros navegantes españoles en la terracita de madera al borde del mar en la que pasamos muchos ratos y de reunirnos con los amigos de "La Maga", con cena en un oculto restaurante hundido en un rincón de frondosa y exuberante vegetación,
nos despedimos de momento de Grecia y de sus habitantes autóctonos y también de los de paso hasta el momento de continuar con el viaje. Aún quedan muchas millas que recorrer...


Varadero de Takis





El mástil amarillo es El Gaviero en su amarre temporal 

El gran Takis













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