martes, 30 de junio de 2020

Nenúfar lines y una atribulada travesía de Corfú a Calabria.


"El trabajo en un navío puede ser una prueba agotadora, es más, casi siempre lo es".

Maqroll El Gaviero. Amirbar.


Volvemos al varadero de Takis, al punto en el que lo habíamos dejado...
Me acompaña esta vez mi amiga Nenú, o Nenúfar Lines, como la llamo cariñosamente desde hace años cuando trabajamos juntos como inspectores de barcos mercantes. Ella vuela desde Galicia, yo desde Barcelona, nos encontramos en Atenas y juntos hacemos el viaje en autobús hasta Lefkada.
El Gaviero se encontraba amarrado tal y como lo dejé, pero no así el motor fueraborda que encargué que repararan en el varadero. Cuando pregunté por él, el hijo de Takis me llevó a una especie de patio donde se apiñaban un montón de motores en diverso estado de descomposición. Un montón entre el que no se encontraba el mío.
-¿No es ninguno de estos?
-No. Es un Johnson gris de cuatro caballos, contesté.
-Vaya... ¿Seguro que no está?
-Segurísimo
-Espera... Hace poco vino un barco español y se llevó un motor como el tuyo, lo voy a llamar..
Y resulta que en el patio desastre hay un Johnson blanco de dos caballos y el barco español sin darse cuenta se ha llevado el mío gris oscuro de cuatro caballos por equivocación.. Mmmm. Ok..
Hablo con el capitán del barco y, efectivamente, me dice que tiene mi motor.
-Muy bien, pues dime dónde estáis que voy a por él.

Pero antes había que disfrutar de una fiesta que se celebraba esa noche, con orquesta, cantantes y barra de cervezas, souvlakis, boquerones... ¡Qué fiesta! ¡Qué risas! ¡Qué alegría viendo a los griegos celebrar la vida bailando y cantando y rompiendo platos! Felicidad absoluta con Nenú y el armador de un velero de Madrid que se une a nosotros. Una reunión en el pequeño pueblo de personajes variopintos, griegos y extranjeros; uno de esos momentos en los que uno se siente absolutamente feliz, la vida es bonita, alegre, el alma se eleva y se despreocupa. Imposible parar de reír. Todo es divertido y relajado en esta noche calurosa de verano. La vida es una fiesta. No hay mañana. O eso es lo que uno quisiera.
Pero sí lo hay, así que al día siguiente (o al otro, la verdad es que no me acuerdo), y después de un montón de cervezas con Takis y con otros amigos y de revisar que todo funciona en el barco, allá vamos rumbo a Meganisi a recuperar nuestro motor.
Cuando llegamos, me abarloo a los compatriotas y hacemos el intercambio de motores que se parecen el uno al otro como el día y la noche.
-No haré más preguntas Sr. Juez...

En Nidri


Nos vamos, y tras navegar por el concurrido canal de Lefkada, en el que un francés suicida trata de estrellarse contra nuestro barco, llegamos a Preveza, el querido puerto en el que pasamos el invierno anterior.
Allí nos reencontramos con Makis, el marinero amable y bonachón; con Marina, la mujer de Lars, el sueco grandullón y generoso que murió al día después de haber estado celebrando la despedida antes de partir rumbo al Egeo, y con Alessandro y Flavia, los maestros italianos con los que tantos buenos momentos viví y a los que ya dediqué un capítulo de esta historia..

Marina, la mujer de Lars


De nuevo reuniones, comida, bebida, risas, nostalgias... De nuevo el drama y la chispa que mueve a los marinos errantes. Amigos que se encuentran y se separan sin saber si algún día volverán a verse. Todo esto hace que la vida, el momento, se vivan mucho más intensamente que cuando se está en tierra. Las relaciones personales son efímeras en muchos casos. pero muy intensas. Vivimos todos en la misma incertidumbre y  al día.  Es la maravilla cotidiana de vivir en un barco de vela.
-¿Y Ahora adónde vamos?
-Pues Nenú, antes de partir hacia otros destinos, quiero que conozcas un lugar excepcional. Vamos a navegar un poco por el Amvrakikos Kolpos, un mar interior junto a Preveza que es el hogar de tortugas y delfines y un lugar en el que se puede navegar sin peligro alguno, como en un gran lago. Y además tiene una maravillosa fortaleza veneciana detenida en el tiempo, un coqueto puerto muy resguardado y gratuito y una playa de guijarros con fabulosas tabernas justo al borde del mar.
De modo que allá fuimos. Y disfrutamos de aquel rincón maravilloso en el que, como en tantos otros, uno podría pasar una larga temporada sin echar de menos nada del mundo exterior. Lejos de la televisión, los políticos y las muchedumbres.
Sin embargo, por una razón que desconozco, los humanos (algunos) tenemos una natural tendencia a no estarnos quietos, a no conformarnos con la tranquilidad y la seguridad que a veces la vida nos ofrece. De modo que la proa del Gaviero vuelve a mirar con sus ojos fenicios el paso de agua del mar bajo el casco y a tragar millas incansable, insaciable, como hecha para ese propósito y ningún otro. Sin descanso, sin un objetivo concreto más que el de navegar, surcar el mar, flotar en el azul, el verde, el marrón de las aguas. Sin parar...

Rumbo a Corfú

Y así llegamos a Corfú, la fascinante isla en la que estuvimos el año anterior y que supuso el descubrimiento de un lugar mágico, una ciudad bellísima, cargada de personalidad y de historia. De nuevo el placer de caminar por sus estrechas y concurridas calles, de sentarnos en sus cafés, de observar a su gente. Grecia en estado puro. Me emociona recordarlo.
Pero ha llegado el momento de marcharse. Nos metemos en el puerto viejo de Corfú, en pleno centro, para hacer gasoil. Pero aquí no se puede dejar el barco. No obstante, aprovechamos para dar el último paseo y al volver veo que alguien ha movido mi barco de sitio. Ha sido el capitán de un caique de pasajeros, que al llegar me dice que si no ha "machacado" (así, con esta palabra) mi barco ha sido porque ha visto la bandera española. Le regalo una botella de vino y un llavero náutico. Se lo agradezco (cómo no) y me invita a abarloarme a él y pasar aquí tres días, ya que no tiene que salir a navegar. Así que aquí estamos, en un atraque impensable y privilegiado, pasando las últimas horas en Grecia. Mis sentimientos salen a flote y escribo esto en mi diario:

Puerto de viejo de Corfú, abarloados al caique de paseo "Atlantis". La noche pasada estuvimos fondeados bajo la fortaleza de la ciudad, junto al Naok, el club náutico donde pasé unos días el año pasado.
Día previo a la travesía hacia Italia. Preparativos, compras, movimientos de un puerto a otro en busca de combustible y agua. Está cayendo la tarde y el sol se asoma a ratos entre los barcos amarrados a este puerto. La suave brisa y el canto de los grillos adornan este momento mágico en este lugar de ensueño. Me despido de Grecia. Siento nostalgia incluso antes de partir de este país en el que he sido inmensamente feliz. En él he realizado sueños antiguos de navegante y en él he encontrado la esencia de los antiguos pueblos mediterráneos perdida en las costas de mi país. Aquí he disfrutado, aprendido, a veces sufrido, pero aquí me he encontrado un poco más a mí mismo y le he dado la oportunidad al Gaviero de ser un verdadero barco. Un barco que tiene muchas millas bajo sus cuadernas y muchos puertos visitados.
No es un mal sitio Corfú en el que despedirse de Grecia. Sus fortalezas y sus antiguas casas venecianas nos observarán desde la altura y quedarán grabadas en mi memoria hasta el día en que pueda volver a este rincón que he sentido como mi casa durante muchos meses.

Barcos comprados a un artista de Corfú

No lo puedo creer. Tres días mirando el pronóstico meteorológico continuamente, sin decidirme a salir para una travesía tan larga hasta no estar completamente seguro y aquí nos vemos, en mitad de una noche tormentosa con relámpagos y un maldito viento que nos empuja directamente contra el rosario de bajos que se extienden al sur de la isla de Corfú. A motor y vela tratamos de ganar barlovento para escapar del peligro y tras unas cuantas horas de preocupación, finalmente pasamos entre Corfú y Paxos y veo que podemos virar y dar rumbo a nuestro destino en Calabria.
El barco vuela a siete nudos con un buen viento por la aleta de estribor en una noche negra plagada de relámpagos. Siento una mezcla de excitación y preocupación. Disfruto de la velocidad embriagadora del barco y me preocupo por este tiempo inestable que no aparecía por ninguna parte en los boletines meteorológicos. Tenemos unos doscientas cincuenta millas por delante y muchas cosas pueden pasar.
Después de una noche en vela en la que en ningún momento la velocidad bajó de los seis nudos, la luz del sol desveló un hermoso cielo azul y una magnífica mar tendida, que aunque arbolaba olas de considerable tamaño no suponía peligro para nosotros. Tanto el viento como la mar nos venían por el través y el barco subía y bajaba armoniosamente y a una velocidad constante las grandes masas de agua mientras gobernaba a mano ya que el piloto automático no resistía la fuerza que ejercía la pala del timón.
De este modo transcurrieron los siguientes días, en soledad, sin cruzarnos con ningún barco,en medio de una mar muy azul y cada vez más alta que nos empujaba mucho más al sur de lo que queríamos y que de seguir así nos llevaría directamente al sur de Sicilia, si es que no nos obligaba a pasar de largo y acabar recalando quién sabe en qué lejano puerto de Túnez o Libia...
Dos noches sin dormir y sin poder descuidar el timón ni un instante. Las olas no nos lo permiten. Pero vamos rápido, eso sí. En la mala dirección pero rápido.

Cansados en mitad del mar


Incontables horas al timón

Todo en orden. O no...


La compañía de mi amiga Nenú, que es sin duda una tripulante perfecta y hace todo lo que puede por ayudar con buen ánimo y disposición, convierte esta dura travesía en algo mucho más llevadero, pero el cansancio empieza a aparecer. Aún así, nos tomamos nuestras cervecitas, nuestros vinitos, tratamos de cocinar pese al movimiento del barco, fumamos cigarrillos de liar... Charlamos, reímos, disfrutamos...
En la oscuridad no veo muy bien las olas, más bien las intuyo y corrijo las guiñadas del barco por inercia. Me siento como un autómata condenado a repetir una y otra vez los mismos movimientos y maldigo continuamente al piloto automático que tantos ratos de trabajo agotador me ha regalado. Verdaderamente, en este punto de cansancio no estoy seguro de si lograremos llegar a nuestro destino en Calabria. Sé que a algún sitio llegaremos, pero no a cuál ni cuándo. De todas formas, tengo el mejor barco y a la mejor tripulante, así que no me preocupo.
Al amanecer, el cielo está cubierto de nubes, amenaza lluvia, pero la mar ha bajado un poco y decido cambiar de rumbo y poner el barco a ceñir a ver como se comporta.
Es maravilloso. Aunque la proa embarca agua y pasan ríos por las cubiertas de los costados, no hay peligro alguno y El Gaviero no ha perdido su velocidad. Ahora sí, su proa apunta directamente a Reggio di Calabria y nos preparamos para pasar la tercera noche en el mar, que si todo va bien será la última.
Así, con las primeras luces del día avistamos el puerto y emocionados nos dirigimos hacia él para atracar y concedernos un merecido descanso. No sabíamos la agradable sorpresa que nos tenía reservada la Guardia Costiera.

Entrando en aguas italianas


Consulto mi derrotero y veo donde podemos atracar. Una pequeña marina a la entrada del puerto comercial.
Canal 9 VHF. Llamo .- "Puerto deportivo Reggio di Calabria, Reggio di Calabria, Reggio di Calabria, aquí velero El Gaviero, me reciben, cambio.."
Sin respuesta, volvemos a intentarlo una y otra vez. Sigue sin responder nadie.
-Bueno, pues vamos a entrar. Ya vendrá alguien cuando nos vean.
Nos metemos en el puerto y atracamos en un hueco libre. Estamos aún amarrando cuando se acerca un individuo y de manera poco cortés nos indica que tenemos que marcharnos de allí y que hemos de irnos a otra marina situada en el otro extremo del puerto comercial.
Así pues, volvemos a desatracar y empezamos a navegar rumbo al lugar indicado. Y en este momento, oímos la sirena de un ferry que justo estaba entrando a puerto. Me aparto de su camino y viro hasta ponerme por su popa. No problem, todo correcto. Hasta que una lancha a toda velocidad, agresiva, intimidante, ruidosa, bélica, se acerca a nosotros hasta casi golpearnos con su patrón ladrando por un altavoz instrucciones que no comprendo.
Finalmente, entiendo que lo que quieren es hablar conmigo por el canal 16, que olvidé sintonizar ya que tenía la radio en el 9 para hablar con el puerto. Tras comunicarnos e indicarme que atracara en el otro puerto, se marcharon y procedimos a amarrar de nuevo.
Esta vez no fue un antipático señor el que nos recibió, sino dos "amables"militares vestidos de blanco impoluto y cara de pocos amigos que nos invitaron a acompañarles para ir a la Capitanía Marítima.
- Acompáñenos comandante.
-Con mucho gusto les llevaré la documentación del barco más tarde, ahora necesito dormir un poco, llevo tres días navegando con sus correspondientes noches sin dormir.
- Acompañenos ¡AHORA!
Ni nuestra pinta de vagabundos despeinados y ensalitrados, ni nuestros ojos enrojecidos, ni nuestro olor a sentina sucia les provocaron el más mínimo atisbo de compasión. Nos metieron en un coche oficial y nos condujeron sin miramientos al edificio de la capitanía. Sexta planta. Seis pisos subidos por las escaleras siguiendo a un uniforme blanco desde la gorra hasta los zapatos (más tarde sabríamos que existía un bonito ascensor).
-Esperen aquí, el comandante Filippo Pitti (nombre ficticio) les recibirá en un momento.
Un momento que tardó una eternidad (parte de la parafernalia del "consejo de guerra"). Escaleras, esperas, caras serias... Todo muy militar.
Una sala con varios militares con aspecto de actores de anuncio de detergente para las prendas de color blanco. Taconeos de zapatos blancos. Todo muy blanco. Menos nosotros dos. Sucios como hurones.
El comandante Filippo Pitti es delgado y calvo. Sonrisa socarrona.
-Imagino que sabe por qué está Ud. aqui...
-Supongo que para entregar la documentación del barco
-¿Nada mas?
-¿Para qué si no?
-Más sonrisas y miradas cómplices entre el comandante y el escribiente que anota todo en un ordenador. Llamemósle por ejemplo, Catarella, en homenaje al comisario Montalbano.
-¿No es cierto que no llevaba Ud. la emisora VHF en el canal 16?
-Es cierto. Estaba usando el canal 9 para tratar de conseguir permiso para amarrar en la marina
-¿No sabe Ud. que es obligatorio llevarlo siempre en escucha?
-Lo sé. Soy "comandante" de un barco de Salvamento Marítimo español. Le tiendo mi acreditación.
-¿No se interpuso Ud. en la derrota de un buque que entraba en puerto?
-Lo hice, y tan pronto como oí su señal y lo ví, viré en redondo y me puse a su popa para no estorbar.
Me tiende una hoja de papel con las siluetas de dos barcos dibujados.
-Dibújeme aquí su maniobra.
Se la dibujo.
-¿Lleva Ud. derroteros italianos y toda las publicaciones náuticas correspondientes?
-Bueno, llevo mis propios derroteros y publicaciones. En un pequeño velero no es posible tener las publicaciones y derroteros de todos los países.
-¿Sabe Ud. que en Italia es obligatorio llevarlas?
-No tenía ni idea
Catarella, mientras tanto, escribe sin parar con la vista fija en la pantalla del ordenador, y cuando creo que ya ha quedado todo aclarado y que por fin nos podremos ir a descansar porque estoy agotado, comienza de nuevo el interrogatorio. Desde el principio. Otra vez las mismas preguntas desde el canal 16 del vhf hasta las publicaciones. Nenú y yo empezamos a ponernos nerviosos. Estamos muy cansados y todo esto es absurdo.
Al final, tal y como había empezado a temerme hacía rato, el comandante Filippo Pitti, con gesto entre compunjido e irónico me suelta lo que ya todos estábamos esperando.
-Me temo que tengo que ponerle una multa. ¡Catarella!, ¿A cuanto asciende?
Y Catarella, con su cara de ratón mirando la pantalla dice: "por no llevar la documentación italiana, no estar a la escucha en canal 16 y entorpecer el tráfico marítimo, son 2.000 €, mi comandante.
Y el comandante, escribe en un papel la cifra y me la muestra.
-Dos mil euros
Y yo junto mis muñecas y le digo que mejor me lleve a la cárcel porque no tengo ese dinero. Sonríe. Y Catarella, que parece tonto pero quizá no lo es tanto, dice:
-Comandante, al tratarse de un barco de recreo y no de un mercante, lo de las publicaciones no se le aplica. Son 400 €
Y el comandante tacha los dos mil de antes y ahora escribe cuatrocientos
Y yo le digo que cuatrocientos tampoco le voy a pagar. Vuelve a sonreir y pone cara de empezar a enfadarse. Pero yo estoy tan cansado que ya todo me da igual.
Y Catarella, que sigue enfrascado en su ordenador, vuelve a hablar y sentencia: "según el artículo tal de la ley de marina mercante y tal y tal, la multa son 100 €, ya que no está demostrado que entorpeciera el tráfico marítimo, bla, bla bla..."
Y el comandante Pitti vuelve a tachar la cifra de los cuatrocientos euros y escribe con trazo rápido y decidido un cien. Y con gesto brusco dice: -Se queda en cien y no me discuta más si no quiere tener problemas. ¡Catarella, imprime!
Yo me conformo y Catarella me pasa un folio en el que a pesar de haber estado dos horas escribiendo, solo aparecen un par de líneas, múltiples tachones y un número de cuenta escrito a bolígrafo en el que pretenden que ingrese los cien euros en cuanto salga de allí.
-Ok, no se preocupen, lo pagaré enseguida. Muchas gracias.
-"Les acompaño", dice el comandante. Taconazo. Bajamos todas las escaleras que antes habíamos subido a pie en un cómodo ascensor. Ahora todo es cortesía. Me guardo el papel en el bolsillo sin intención alguna de pagar nada, y un coche oficial nos lleva de vuelta a nuestro barco. Nos damos una ducha y nos vamos a dormir como troncos al fin...

Comandante y Nenú

Ya pasó todo...


Saverio


En la guía náutica de Rod Heikell, en el apartado "Reggio di Calabria", se menciona que si se recala en este puerto, es muy probable que se acerque a ofrecerte sus servicios Saverio.
Personaje singular, Saverio se dedica a ayudar en todo lo posible a los yates de paso en Reggio di Calabria. Tiene un taxi y se presta diligentemente a conseguir cualquier cosa que se necesite.
-¿Vino, queso, repuestos para el barco?. "Yo se lo consigo comandante".
Cuando le cuento lo del "consejo de guerra" y lo de la multa, se indigna y me dice "no paga niente". ¡Guardia costiera, rompecolloni!
Si siguen multando así a la gente, nadie va a querer parar en Reggio...

Saverio no debe medir más de un metro y medio. Es nervioso, gesticulante, hiperactivo. Nos mete en su coche y nos lleva a su casa, a un garaje donde nos da a probar su vino, su queso, nos regala cigarros, me los mete a puñados en el bolsillo de la camisa...
Como es un tío simpático, le compro una caja de vino y un queso. Luego nos lleva a Nenú y a mí a cenar a una pizzería donde comemos y bebemos a gusto. Es un lugar al que van familias del lugar, nada de turistas. Al final de la cena Saverio, que ha estado esperándonos en otra mesa, se sienta con nosotros y nos tomamos unos licores conversando tranquilamente. Está cansado. Es más de media noche y este hombre incombustible lleva levantado desde muy temprano.
Verdaderamente, conocerle ha mitigado de sobra los sinsabores del recibimiento de la mañana.
Cuando le pago por sus servicios se muestra ofendido y hace ademán de devolverme el dinero con cara de repugnancia. El viejo juego del regateo. Finalmente nos despedimos y aunque parece enfadado, sé que no lo está.
A la mañana siguiente, muy temprano, noto un ligero movimiento en el barco. Alguien ha subido a la proa. Cuando más tarde me levanto, veo que este personaje pintoresco, auténtico, en cierto modo entrañable, ha dejado una bolsa de papel con unos cruasanes recién hechos para nuestro desayuno.
Saverio nunca debería dejar de recibir a los yates de paso en Reggio di Calabria. Los Saverios del mundo hacen de éste un lugar más habitable y el viajar algo más humano. Al fin y al cabo para qué se viaja, si no es para conocer a otras personas...

Hoy cruzaremos Messina rumbo a Milazzo. El regreso continúa... 


Saverio


Un "pequeño" gran hombre










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