jueves, 9 de marzo de 2017

Parte segunda. En el Jonico.



Jónico

El barco de vela está más cerca de la vida que el de vapor: no basta con saber a dónde quieres ir, porque la vida, al igual que la ruta del barco de vela, no consiste prácticamente más que en rodeos, causados bien por la calma chicha, bien por la tormenta.”

Carsten Jensen. “Nosotros los ahogados”.



Yo, verdad, tenía unos años más que ella. Había llegado a esa fase de la vida en que me identificaba con los personajes perversos y cínicos de los libros. No creo en la permanencia, en las relaciones que se prolongan durante siglos…

Y ella llegó con su frescura y su juventud y sus ganas de moverse y su bonito acento mexicano y juntos recorrimos las islas de este mar bajo un tórrido calor que aplastaba el ánimo y la voluntad desde Lefkada hasta Zakinthos.




Ormos Vlikho, Meganisi, Kálamos, Ítaca, Fiskardo, Sami…  Puertos y calas y fondeaderos en los que los olivos se asomaban a las pequeñas playas reflejando su verde sombra en las tranquilas aguas y los veleros se mecían perezosamente cubiertos de toldos amarrados a los troncos de los árboles de la orilla.
A la hora de la siesta las chicharras y los grillos cantaban su repetida canción que llenaba de ecos los recovecos de grutas, de salientes, de promontorios, de terrazas de tabernas a la orilla del mar… y las avispas revoloteaban sobre los platos de comida en tal cantidad que acababan formando parte del paisaje.

Taberna de George en Kálamos


                         


De los techos de caña de las tabernas pendían botellas de colores, siluetas de pescado hechas con pequeños huesos de aves, colgantes fabricados con restos de maderas y conchas arrastrados a las playas, macetitas con plantas que milagrosamente sobrevivían al sofocante calor… Un escenario repetido e inagotable de belleza sencilla y antigua, que sorprendía y cautivaba en cada una de las islas de este mar en el que las velas blancas rasgaban el azul limpísimo del cielo y el agua, impulsadas por el viento vespertino que las movía de un lugar a otro.






Las calas de Meganisi, el puerto de Kálamos con el amable George y su bonita taberna junto al mar, las empinadas carreteras de la agreste Ítaca y sus coquetos puertos de Frikes y Kiòni, Skorpios, el turístico pero encantador puerto natural de Fiskardo, la playa del naufragio de Zakinthos, las bodegas Robola en Cephalonia, la música nocturna en Sami… Tras todos estos días, una mañana de finales de julio, en el puerto de Zakinthos nos dijimos adiós.
Ana Paula se fue, me dejó con la alegría de su amistad y de haber sido mi compañía en estos primeros tiempos de descubrimiento de las islas griegas y con la tristeza de no saber si algún día nos volveríamos a encontrar…

Port Atheni, en Meganisi
    
No me sentí muy feliz aquel día y tras moverme al día siguiente a la bahía de Ormos Kerí, pasé los tres siguientes sin hacer absolutamente NADA. Bebí cerveza Mythos y bebí Ouzo, fumé, pensé y me dí cuenta de que el tiempo había cobrado una dimensión distinta para mí en este viaje. Indefinida. Incuantificable. Un limbo en el que los días se sucedían sin importar fecha del calendario, día de la semana e incluso hora del día. Mis costumbres, mis pocas cosas e incluso mis seres queridos se me antojaban a veces habitantes de otra vida paralela, distante y distinta. Siempre presentes pero ajenos por completo a mi realidad actual…


Ormos Keri

Empezaba a darme cuenta de hasta qué punto la realidad se podía difuminar cuando se pasaba mucho tiempo solo en un velero navegando por Grecia…


































3 comentarios:

  1. Realmente...qué es la realidad?...
    Sólo la efímera creencia de nuestra verdad.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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