viernes, 6 de enero de 2017

Comienza el viaje



“Do not move. Let the wind speak. That is paradise”
  Kazantzakis. Zorba el griego.



En Málaga, antes de emprender la travesía

 
Cuando has vuelto y te das cuenta de lo mucho que te va a costar adaptarte tras tantas noches pasadas bajo el cielo desnudo y rebosante de estrellas, de viento hinchando las velas, de puertos con nombres imposibles, de vivir la intensidad del contacto directo con la naturaleza y sus caprichos, de tantos amigos efímeros en efímeras paradas, de tanta soledad e independencia, de tanta libertad… Cuando finalmente el barco está amarrado en la seguridad del puerto conocido y tu cabeza te dice que la aventura ya terminó y que es tiempo de volver a antiguas rutinas y compromisos, entonces los recuerdos y las sensaciones vividas se abren paso en tromba en un desesperado intento de no ser olvidados, de tratar de continuar presentes pese a la imparable rueda de la vida que no se detiene…
Y está bien que así sea. No es bueno vivir de recuerdos, aunque recordar sea vivir. Aunque haya cosas que uno no olvida nunca mientras viva.
Y quizá Grecia forme parte de esas cosas que merecen ser recordadas por su condición de puerta de entrada a un mundo en el que se entremezclan con naturalidad y sencillez la realidad y los sueños; un mundo en el que los dioses siguen mezclados con los hombres en sus ocupaciones cotidianas.
Un mundo azul y blanco, como los colores de su bandera; un mundo en el que los barcos ocupan un lugar principal desde la antigüedad y se deslizan entre nombres míticos bajo cielos y mares antiguos y sabios.

Grecia…

No…


Verdaderamente cuando uno ha conocido Grecia, ha navegado entre sus islas, ha tratado a su gente y visitado sus pueblos y ha sentido latir el corazón del Mediterráneo antiguo, no es posible olvidarla. Sencillamente, no es posible…


Rumbo a Cerdeña

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