domingo, 8 de enero de 2017

Escala en Cerdeña


Delfines
Carloforte
Playa en Teulada

Bernard

Bernard es francés y es armador y patrón de un grande y bonito barco, el “Sunrise”, que va de camino a Croacia y que se encuentra en este puerto de Teulada aguardando como nosotros a que mejore el tiempo. La señora que va con él a bordo debe tener unos sesenta años y gusta de llevar flores en la cabeza, prendidas entre su cabello, como un pequeño jardín andante. Forman una pareja un tanto estrafalaria, aunque en realidad no son pareja. Pero esto no lo supimos Carlos y yo en un principio, sino más adelante, en una noche de cena en un apartado restaurante cuya terraza estaba cubierta de exuberante vegetación por todos lados. Árboles y plantas por doquier, como una pequeña selva de montaña de la que manaban deliciosos platos de comida y vino de la región, servidos por simpáticas camareras sardas. Comimos y reímos y Bernard nos contó cómo había llegado a navegar por el Mediterráneo a bordo de su barco, siempre acompañado de lindas mujeres y a una edad en la que la mayoría de los hombres se dedica a ver la tele y a estar con sus familias cómodamente en casa.
La historia fue ésta: Bernard tenía una empresa de construcción en Francia, era trabajador y le iba bien. Casado y con niños. Lo normal. Hasta que un día se cayó del tejado de una casa en la que estaba trabajando y se rompió la espalda. Se acabó. Se acabó el trabajo y se acabó caminar. O al menos eso parecía, porque al cabo del tiempo sí que volvió a andar, y además a navegar. Una vez jubilado forzosamente, se compró un barco y se dedicó a surcar los mares. Y tanto le gustó, que acabó separado de su mujer y viviendo a bordo de su “Sunrise”, invitando a atractivas señoras y señoritas que conoce por Internet y a las que ofrece un lugar como pasajeras en su barco a cambio de una pequeña cantidad de dinero para cubrir los gastos.
Juntos pasamos tres días en el puerto de Teulada hasta que el viento nos fue favorable y partimos una mañana cada uno hacia su destino. Bernard nos invitó a comer en su barco, me prestó herramientas para arreglar un tornillo del motor que me tuvo ocupado hasta bien entrada la madrugada, nos hizo reír, fuimos juntos al pueblo en el coche ruinoso y prestado por uno de los marineros del puerto para llenar depósitos de gasoil y nos hizo pasar momentos divertidos. Así es la vida de los marinos, amistades que vienen y van, cada uno siguiendo sus sueños y anhelos en puertos distintos. Nos enviamos unos cuantos mensajes durante un tiempo y luego la vida siguió.
¡Buena proa, amigo Bernard!


Sur de Cerdeña






De modo que ahora vamos lanzados a más de siete nudos empujados por una mar gruesa y un viento de suroeste de veinte a veinticinco nudos que hacen que el velero demuestre para qué fue construido. Embelesado, contemplo las enormes masas de agua azul intenso, que pasan bajo nuestra quilla una y otra vez; poderosas y bellas olas sobre las que no somos más que una pequeña gaviota blanca arrastrada en una inmensidad celeste. Hasta que de noche el fantástico viento cae y nos encontramos navegando bajo un cielo nublado y adornado con tormenta eléctrica que ilumina completamente el cielo a intervalos regulares y nos acompaña hasta el amanecer. Fogonazos que rasgan la oscuridad y la rompen en pedazos efímeros.
A mediodía el viento sube lo justo para hacer andar el barco a vela. Hay marejada de cuatro metros por la popa y el pequeño velero sube y baja armoniosamente sobre las montañas suaves de agua. El sol luce en un cielo limpio y los delfines vienen a visitarnos jugando en la proa. Grupos de atunes agitan el agua con blanca espuma y las aves marinas sobrevuelan con precisión las olas para tratar de obtener su parte. En la travesía, tres tortugas marinas flotaban plácidamente en la superficie del mar asomando tímidamente su cabeza y escondiéndola a nuestro paso. Si existe una imagen y un momento de la belleza de la navegación, éste es. El viento suave y el sol airean los camarotes y la atmósfera transmite paz, tranquilidad y seguridad. Los días como éste todos los sacrificios que supone tener y mantener un velero merecen la pena. No existe nada igual. Marettimo, una pequeña isla que anticipa la llegada a Sicilia es nuestro destino. Aunque el destino no es realmente los más importante.
En días así, uno estaría navegando eternamente…


1 comentario:

  1. Muy bonita la narración Germán, la leí hace tiempo pero la estoy repasando deseando, algún día no lejano, poderla hacer.
    Un abrazo
    Tabeirón

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