Delfines |
Carloforte |
Playa en Teulada |
Bernard
Bernard es francés y es armador y
patrón de un grande y bonito barco, el “Sunrise”, que va de camino a Croacia y
que se encuentra en este puerto de Teulada aguardando como nosotros a que mejore
el tiempo. La señora que va con él a bordo debe tener unos sesenta años y gusta
de llevar flores en la cabeza, prendidas entre su cabello, como un pequeño
jardín andante. Forman una pareja un tanto estrafalaria, aunque en realidad no
son pareja. Pero esto no lo supimos Carlos y yo en un principio, sino más
adelante, en una noche de cena en un apartado restaurante cuya terraza estaba
cubierta de exuberante vegetación por todos lados. Árboles y plantas por
doquier, como una pequeña selva de montaña de la que manaban deliciosos platos
de comida y vino de la región, servidos por simpáticas camareras sardas.
Comimos y reímos y Bernard nos contó cómo había llegado a navegar por el
Mediterráneo a bordo de su barco, siempre acompañado de lindas mujeres y a una
edad en la que la mayoría de los hombres se dedica a ver la tele y a estar con
sus familias cómodamente en casa.
La historia fue ésta: Bernard
tenía una empresa de construcción en Francia, era trabajador y le iba bien.
Casado y con niños. Lo normal. Hasta que un día se cayó del tejado de una casa
en la que estaba trabajando y se rompió la espalda. Se acabó. Se acabó el
trabajo y se acabó caminar. O al menos eso parecía, porque al cabo del tiempo
sí que volvió a andar, y además a navegar. Una vez jubilado forzosamente, se
compró un barco y se dedicó a surcar los mares. Y tanto le gustó, que acabó
separado de su mujer y viviendo a bordo de su “Sunrise”, invitando a atractivas
señoras y señoritas que conoce por Internet y a las que ofrece un lugar como
pasajeras en su barco a cambio de una pequeña cantidad de dinero para cubrir
los gastos.
Juntos pasamos tres días en el
puerto de Teulada hasta que el viento nos fue favorable y partimos una mañana
cada uno hacia su destino. Bernard nos invitó a comer en su barco, me prestó
herramientas para arreglar un tornillo del motor que me tuvo ocupado hasta bien
entrada la madrugada, nos hizo reír, fuimos juntos al pueblo en el coche
ruinoso y prestado por uno de los marineros del puerto para llenar depósitos de
gasoil y nos hizo pasar momentos divertidos. Así es la vida de los marinos,
amistades que vienen y van, cada uno siguiendo sus sueños y anhelos en puertos
distintos. Nos enviamos unos cuantos mensajes durante un tiempo y luego la vida
siguió.
¡Buena proa, amigo Bernard!
Muy bonita la narración Germán, la leí hace tiempo pero la estoy repasando deseando, algún día no lejano, poderla hacer.
ResponderEliminarUn abrazo
Tabeirón