Marettimo. Bonito y sugerente nombre para
una isla. Una isla formada por una alta montaña, un pequeño puerto y un grupito
de casas blancas y cuadradas como cubos en torno a él. Aguas limpísimas y
transparentes. El puerto se llama Skala Nuova y en él, el fondo es totalmente
visible a través de un mar de cristal. La posidonia y los muertos de los
atraques destacan en él, y desde este puertecito salen los ferries que van a la
cercana isla de Favignana y a Trapani, en Sicilia.
En esta isla de verde montaña
cubierta casi siempre por un penacho de nubes atrapadas en su cresta, nos
encontramos con el “Orión”, un velero español en ruta hacia las islas Eolias,
en la parte este de Sicilia. Una cena en un bonito restaurante y un paseo por
las callecitas del puerto junto con su tripulación, con la que hablamos de
navegación, de pesca y de la vida en general, amenizan la visita a Marettimo.
Una atractiva mujer elegantemente vestida, rubia y de ojos azules, cena
solitaria en el restaurante “Il Velero” junto al mar… Algunos jóvenes ríen y conversan y beben
sentados en la terraza de un bar en un pequeño paseo marítimo. Las tripulaciones
del “Orión” y “El Gaviero” también beben y charlan y fuman y descansan
reponiendo fuerzas para continuar la travesía hacia Sicilia mañana temprano.
Una escala breve en Marettimo, pero el viaje debe continuar.
Con viento del nordeste la proa
del Gaviero apunta al cabo San Vito, en el extremo oeste de Sicilia, a la
mañana siguiente. El cielo limpio y el mar encrespado conforman el fondo del cuadro
en el que se destacan las islas Égadas y Sicila al fondo, pero ese mismo mar
encrespado comienza al poco a inundar la cubierta de proa y a escorar el barco
haciendo el avance de éste cada vez más complicado, de modo que acabamos
entrando en el puerto de Trapani entre fuertes rachas de viento y corriendo
delante de las olas tan rápido como nunca antes habíamos ido.
Trapani
La marina “Vento di Mestrale” es
un pequeño puerto deportivo con cierto encanto debido sobre todo al personal
que la atiende y al lugar en el que se encuentra ubicado, junto al puerto
pesquero de Trapani, en el extremo occidental de la isla de Sicilia.
Stefania es un chica joven, de
veintitantos años, pelo corto y moreno, piel trigueña y sonrisa y amabilidad
exquisitas. Ella es la que atiende a los capitanes de los barcos que paran aquí
en tránsito desde o hacia Cerdeña y ayuda en todo lo que puede a hacer la
estancia aquí lo más agradable posible. Y lo consigue. Vaya si lo consigue. Con
eficacia y simpatía. Como al final el Gaviero acabó amarrado aquí muchos más
días de lo previsto, llegué a conocerla un poco gracias a los ratos que pasé en
la oficina de la marina tratando de encontrar repuestos para el piloto
automático, que decidió dejar de funcionar sobre las altas olas que nos
trajeron en volandas desde Cerdeña. Me contó que apenas tenía días libres, que
pasaba prácticamente el día entero en el trabajo y que ganaba muy poco dinero.
Una historia más de personas que se esfuerzan y que están sobradamente
preparadas para el trabajo que realizan y a las que no se les reconoce nada de
esto. Sinceramente, le deseé mucha suerte a la bella Stefania, una flor en el
jardín de la marina “Vento di Mestrale”.
Toni es el encargado del puerto y
tiene una impresionante pinta de mafioso moderno, cara de permanente enfado,
cráneo rapado, grandes gafas de sol con espejos, pantalón corto y polo con el
cuello levantado. Vive con su gritona mujer y un número indeterminado de
gritones niños en una casita flotante de madera amarrada en uno de los
pantalanes de la marina. Sin embargo, este personaje poco simpático en un
primer contacto, resultó ser un tipo comprensivo que me hizo la estancia en
esta ciudad muy agradable y me ayudó a resolver los problemas que me impedían
continuar con mi viaje, rebajándome incluso el precio del atraque a la mitad y
cuidándome el barco, que quedó atracado junto a su casa flotante, durante los
días que estuve fuera visitando a mi
hija. Como con tantas otras personas en estas viejas ciudades mediterráneas, es
una cuestión de saber cómo llegarles. Algo difícil de aprender para algunos, e
innato en los que hemos nacido en cualquiera de estos pueblos meridionales.
Los amigos se fueron; Carlos se
marchó temprano por la mañana; los tripulantes mallorquines del “Fresa”
partieron rumbo a las islas Eolias; mis amigos del “Orión” se fueron poco
después, y me quedé totalmente solo, un poco melancólico, ofuscado por los
inconvenientes en el barco y preocupado por lo que me quedaba por delante hasta
llegar a Grecia…
Casita flotante de Toni |
Pero puestos a tener que esperar
amarrado, más valía aprovechar el tiempo. Cogí un autobús urbano frente al
puerto, que llevaba dando un paseo por toda la ciudad hasta el lugar desde el
que parte un funicular (aquí llamado funivía) a Erice, una ciudad mágica.
Las afueras de Trapani no son
bonitas. Es sucio, desordenado, un poco caótico, parecido a cualquier otra
ciudad mediterránea de tamaño medio. El personal del autobús, idéntico al que
podría viajar en un bus de mi ciudad; Conversaciones en voz alta, señoras
mayores con vestidos veraniegos negros o de flores; atascos circulatorios; el
típico “colgado” protestando y gritándole al conductor… Una chica acompaña a
éste (el conductor) durante todo el trayecto, de pie y hablando con él bajo un
cartel que dice: “Non parlare al
conducente”. Agradable…
Luego, el funivía asciende por
las laderas de la montaña en silencio, un poco balanceado por el viento y
descubriendo unas vistas impresionantes de la lengua de tierra que se adentra
en el mar y sobre la que se asienta la ciudad de Trapani. A lo lejos se recorta
el cabo San Vito lo Capo. Un trayecto espectacular.
Al llegar, Erice me recibe con el
frescor de pueblo de alta montaña. El aire es limpio y puro y el viento
vivificante empuja las nubes, que corren por el cielo y se pasean entre las
casas de piedra. Numerosas iglesias y casonas de personajes ilustres adornan
las calles de esta ciudad de cuento, y un castillo con torreones corona la
parte más alta de la cuidad. Abajo, sobre una alta roca, una especie de
palacete con aspecto de pertenecer a algún cuento de hadas se yergue altivo y
hermoso.
No era posible imaginarse que en
una ciudad como Trapani se levantara un lugar tan bello y tranquilo como éste…
Erice |
En la próxima entrada, viajaremos
hasta Cefalú y conoceremos a un interesante grupo de amigos israelíes…
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ResponderEliminarMuchas gracias Claudio. Un abrazo. Seguiremos navegando...
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