sábado, 7 de enero de 2017

Parte primera. Navegando.

El barco estaba listo. Yo estaba listo. Probablemente estábamos listos desde hacía mucho tiempo y simplemente no encontrábamos el momento de largarnos. A veces en la vida las cosas pasan así. Uno sabe lo que tiene que hacer  e incomprensiblemente deja pasar el tiempo sin hacerlo. Las obligaciones. Ellas tienen la culpa. Uno no. Uno quiere hacerlo pero no puede. ¿O sí? Y el tiempo pasa. Inexorable. Sin detenerse. El maldito tiempo que no perdona; que no deja saborear las cosas buenas y las convierte instantáneamente en pasado. A veces tengo la sensación de que todo ha pasado hace demasiado tiempo ya…

Por fortuna, un barco y hacerlo navegar no dejan espacio a la nostalgia ni al pasado. Todo se centra en el momento presente, a veces casi exclusivamente en sobrevivir al momento presente. Es así. Viajar en un pequeño velero en solitario absorve toda tu atención y tu esfuerzo. Y en este caso no sólo para el presente. Navegar es prever. Tratar de saber qué cosas pueden pasar en un futuro próximo para evitar el desastre. El mantenimiento del barco y la meteorología. Y así continuamente…


El Mediterráneo es un mar complicado, cambiante, a veces imprevisible. A menudo te regala espléndidos días de ligeras brisas, cielos azules y mar en calma, y entonces se convierte en el mar ideal para navegar. Tomas el sol, escuchas música, lees y disfrutas de la vida que en días como esos es bella, agradable y fácil. Tu barco navega feliz y tú estás feliz.
Otras veces, en cambio, se convierte en un lugar hostil, peligroso, en el que lejos de disfrutar deseas estar en cualquier otro sitio, a salvo de la incertidumbre, las noches sin dormir, el frío, y la amenaza del viento furioso y las olas destructoras.


Carlos navega conmigo y todo fluye fácil y como debe ser. Apenas nos conocemos pero no hay complicaciones ni quebraderos de cabeza. La garrafa de vino dulce “Málaga Virgen” que mi amigo Fran el patrón de remolcador nos regaló, hace tiempo que se acabó junto con el salchichón de Málaga. Nos la bebimos entre David y yo en la travesía hasta Valencia. El comienzo del viaje a Grecia. Aquélla travesía en la que volvimos a ser hermanos como siempre habíamos sido, pero que por la distancia que nos separaba no habíamos podido demostrárnoslo como nos gustaba en los viejos tiempos. La misma travesía en la que el barco se llenó de bichos un día de tiempo raro y calor sofocante cuando pasamos por el Cabo San Antonio y por Denia. Moscas, libélulas, abejas… Cientos de ellas invadieron el barco en la mar y lo convirtieron en una pequeña Arca de Noé para insectos. No fue una experiencia agradable. Fue uno de esos días en la mar en que estás esperando que pase algo desagradable de un momento a otro. Cuando los caprichosos dioses del mar están deseando divertirse un poco contigo, pequeño humano osado en tu cáscara de nuez flotante. Sólo cuando has navegado mucho conoces esa sensación, la boca seca, el estómago encogido, los nervios en tensión…
Pero todo aquello fue hace tiempo ya. Todo fue hace tiempo ya. Todo pasa demasiado rápido.
Ahora Carlos bebe y fuma y lee y disfruta la vida rumbo a Cerdeña mientras El Gaviero sube y baja y corre increíblemente rápido a vela sobre las grandes olas que nos vienen por la aleta de babor. Y yo también bebo y fumo con él. Bebemos cerveza de lata y vino tinto, y charlamos. Charlamos de día y a veces de noche, hasta que uno se va a dormir y el otro se queda de guardia. Unas guardias que transcurren tranquilas bajo el cielo negro y sobre la mar negra; en las que la humedad empapa el barco y lo moja todo; en las que la soledad es magnífica y a veces asusta porque es una soledad completa, brutal. Flotas en la nada más absoluta, en medio de una oscuridad brumosa y etérea, irreal, que sumerge al barco en un limbo mágico y atemporal.
Y entre estas noches mágicas y apartadas y estos días soleados y hermosos, el barco nos va acercando a la gran isla, la más grande del Mediterráneo, la isla en la que habríamos de pasar algunos días en el pequeño y apartado puerto de Teulada esperando que el viento y la mar nos permitieran continuar con nuestro viaje hacia Levante.


7 comentarios:

  1. Hola German, me gusta lo que escribes. Te seguire

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    1. Muchas gracias! Viajaremos juntos por el Mediterráneo...

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  2. Fantásticamente bien escrito. Engancha.
    Un gran abrazo!

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    1. Muchas gracias Ilde. Me alegra que te guste; es un halago viniendo de ti, que eres un gran blogero.
      Un abrazo amigo!!

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. El vino era para celebrar el viaje cuando llegaras a Grecia y parece ser que no salió de la bahía de Málaga, piratillas ...

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    1. jejeje Ya lo sé, ya lo sé. Pero cada vaso nos lo bebimos a tu salud!!!

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