sábado, 24 de octubre de 2020

Despedida


“Cuando lo vi dirigirse hacia el auto donde lo esperábamos, no pude menos de conmoverme ante su aspecto de convaleciente sin guarida, con su camiseta color azul claro que había conocido otros tiempos, su largo chaquetón azul oscuro con botones de cuero negro, comprado quién sabe en qué almacén de prendas usadas en un puerto del Báltico, su gorra negra de marino por la que escapaban, a los lados, mechones rebeldes y entrecanos de una cabellera indómita; sus ojos un tanto desorbitados, con ese aire de alarma de quién ha visto más de lo que se les permite ver a los hombres y su eterna bolsa de mano, en la que traía dos mudas de ropa tan castigada como la que llevaba puesta, algunos amuletos que concentraban, cada uno, quién sabe cuántos recuerdos de afectos indelebles o milagrosos “.

 

En la cabina del Gaviero, donde tanto tiempo he pasado en los últimos quince años, escribo esto para poner fin al relato de lo vivido en Grecia. Aquí se acaba el viaje y aquí se termina este blog. En esta vida todo empieza y todo acaba. Y casi siempre todo se empieza con ilusión y se termina con tristeza. Así es, una sucesión de capítulos que van conformando el libro de nuestra existencia. 

Desde que volví, no tuve más ganas de navegar. Había llegado tan lejos que luego todo me sabía a poco. El barco ha seguido siendo mi casa y refugio. Lugar de encuentro de amigos y amores, un hogar para mi hija, pero ha perdido el componente de aventura. Sin planes de viajes a la vista, amarrado en esta ciudad, saliendo solo a hacer pequeñas singladuras por los alrededores, está tan aburrido como yo. Tratamos de sobrellevarlo como podemos, pero en las largas tardes de invierno, nos preguntamos el uno al otro: ¿Y ahora, qué?. Han sido tantos años de movimiento y aventuras, de gente querida disfrutando a bordo, de olores y sabores de otros lugares, de puertos desconocidos, de noches sin dormir, de borracheras, de vida, que ahora no sabemos muy bien qué hacer. Flotamos a la espera de tiempos mejores, que no sabemos si llegarán.

Lo que sí nos quedan son todos los recuerdos, todos los surcos trazados por la proa en el mar, todas las millas ganadas al duro Mediterráneo y todos los sueños cumplidos.

Tenemos que aprender a superar las decepciones y los finales. La vida continúa, no se detiene, no hay otra opción. Tan solo hay que estar preparado para agarrar la siguiente oportunidad y no dejarla escapar.



Para Cam

De Cerdeña a Mahon

 

“Algo me decía que no todo podría continuar dentro de esa normalidad tan parecida a lo que siempre he rechazado como una de las más notorias antesalas de la muerte: los días transcurriendo por cauces regulares, en donde toda sorpresa ha sido descartada de antemano.



Podría ser Polinesia, pero es Cerdeña




"New Calipso"

Banderas mediterráneas



Cala di Volpe, Cerdeña

Atardece. Hace cuatro días que llegué aquí desde Santa María Navarrese para encontrarme con mis buenos amigos Alejandro y Pili con su "New Calipso", y aquí seguimos debido al mal tiempo que hace afuera. Alejandro vino a guiarme con su auxiliar, ya que  cuando llegué era de noche y ellos ya llevaban todo el día fondeados. 

En esta cala de la Costa Esmeralda, el paisaje parece diseñado a propósito por un arquitecto especializado en casas para ricos. Todo es perfecto; rocas redondeadas estratégicamente situadas, vegetación abundante de pinos y matorral mediterráneo, verdes jardines de césped que llegan hasta el mar, embarcaderos y playas privadas, hoteles de lujo a cuyas playas no se puede acceder... El paraíso de los ricos.

Y en el mar la cosa no pinta mucho mejor. Superyates fondeados en masa y una multitud de lanchas, auxiliares y todo tipo de artefactos flotantes a motor esparciendo su ruido y sus olas por el fondeadero y agitando los barcos y la tranquilidad de las personas que intentan descansar a bordo sin tregua ni cuartel.

El sonido de motores es constante. No miento si digo que no ha pasado ni un solo minuto sin que haya escuchado el sonido de un fueraborda y sentido sus olitas (u olazas en ocasiones) en el casco del Gaviero. Es, sin lugar a dudas, un lugar para tachar del mapa y al que no volver nunca jamás en barco. Es la cara opuesta a Grecia, la pesadilla del navegante a vela, el espejo de la podredumbre que esparcen los ricos allá donde van...

Pero el paisaje es bonito, de eso no cabe duda. De diseño y al alcance de unos pocos...

En cuanto fue posible nos marchamos y bordeamos toda la costa hacia el norte, pasando por Bonifacio y dejando Córcega para otra ocasión. Días de borracheras con Mirto y cervezas, comidas y risas a bordo del "New Calipso". El Gaviero pasaba días enteros al ancla solo mientras yo los pasaba a bordo del barco de mis amigos. Estaba cansado de tanta soledad..

Cerdeña guarda secretos sorprendentes en muchos rincones. Paisajes salvajes y apartados, playas vírgenes, fondeaderos solitarios, viejos fortines y antiguos escondites de la segunda guerra mundial, montañas escarpadas, tabernas con deliciosa comida y cerveza Ichnusa. Pasos difíciles como el de Fornelli, con rocas a los lados y poco fondo, entre la isla de Asinara y Cerdeña, que hay que pasar muy atento a las enfilaciones, gente amable y de carácter...

Después de un tiempo vagabundeando por aquí, llegó el momento de volver. Navegamos hasta Menorca, yo solo y mis amigos en su barco, en conserva, manteniendo el contacto por la radio... Tras un día de descanso en Fornells, y dado que se avecinaba mal tiempo, decido salir rumbo a Tarragona. Travesía en solitario, tranquila, un poco movida por el mar de fondo pero no demasiado lenta. Treinta y cinco horas que acaban con el barco amarrado en el Náutico de Tarragona y con mi pequeña recibiéndome a gritos en la oscuridad. Probablemente, uno de los días más felices de mi vida, aunque sin yo saberlo entonces, desembocaría en una larga etapa de casi tres años de dejadez, apatía, cansancio del barco y semi-depresión...

Fortín

Credere, Obbedire, Combattere... ok
Amor en lugares de guerra



jueves, 15 de octubre de 2020

A Cerdeña con Ed

“Hay un momento en que la falta de un buen blanc cassis o de un auténtico negroni puede llegar a perturbar el ánimo.”


Tras pasar Messina sin  incidentes en un día de calma y sol, asesorados en los horarios para hacerlo con la corriente favorable por los blancos militares de la Guardia Costiera, arribamos a Milazzo. Nenú se tiene que marchar y vuelvo a quedarme solo en este puerto del que quiero salir cuanto antes. 
Así que al día siguiente, aunque he pasado dos noches digo que he pasado solo una. No me gustó la atención de los marineros, que no nos ayudaron para nada y ni tan siquiera vinieron a recibirnos, y además el precio había subido a 77 €. Pago la mitad de lo que debería y salgo pitando sin mirar atrás con la intención de avanzar hacia Palermo; pero de nuevo el viento y la mar tenían otros planes para nosotros y nos vemos navegando a toda velocidad hacia las Eolias. -Bueno, ¿por qué no? Dejémonos llevar...

Volcanes de las Eolias

La isla de Vulcano tiene un pequeño puerto donde pueden amarrar veleros, y en el que atraca el ferry que viene desde Sicilia cargado de visitantes. Es un lugar animado y lleno de vitalidad que acoge a muchos turistas italianos que vienen a disfrutar de baños terapéuticos de barro. Hay restaurantes con música en directo y tiendas de souvenirs, playas de arena negra y el encanto de estar en un volcán, con su olor a azufre y todo...
Fondeo en Vulcano


Mi amigo Ed


El caso es que fondeé en 10 metros de sonda largando toda la cadena que tenía, entre multitud de barcos que no dejaban mucho espacio para elegir el sitio y me fui a buscar a mi amigo Edgardo que iba a encontrarse conmigo para la travesía hacia Cerdeña.
Entre la avalancha de gente que desembarcaba por la pasarela del ferry, vi los cabellos finos y despeinados de mi amigo y fui a su encuentro. Tras los saludos y abrazos fuimos con el chinchorro a soltar su bolsa en el barco y nos volvimos a tierra para cenar y dar una vuelta por las animadas callecitas del pueblo.

Al día siguiente emprendimos la travesía hacia Cerdeña, aunque aún nos quedaba atravesar toda Sicilia. Salimos al mar y no conseguimos hacer a vela ni una sola milla. Calma total. Ni gota de viento ni una sola onda en la superficie del mar. Aceite brillante reflejando los rayos de sol. Hicimos un intento de parar en Filicudi para pasar allí la noche, pero cuando se acercó una zodiak con el vigilante del fondeadero y nos dijo el precio, se lo hice repetir incrédulo dos veces. No daba crédito: ¡70 euros por amarrar a una boya para pasar la noche! ¡A precio de hotel!. Increíble. De modo que seguimos de largo y ya no paramos hasta llegar a Ustica.
Y así pasaron las horas, una tras otra, charlando, bebiendo cerveza Moretti, descansando, haciendo guardias de noche... Todo esto acompañados por el incesante y estridente ruido del motor del barco. 
Con las primeras luces del día siguiente divisamos la aislada isla de Ustica, la isla de los huesos, en la que fueron abandonados miles de fenicios rebeldes de Cartago hasta morir de hambre. La misma que en los años del fascismo de Mussolini alojó como prisión a más de 1.500 opositores al régimen, muchos de ellos homosexuales. Una triste historia para una isla tan bonita. En realidad, una historia repetida a lo largo de los siglos en casi todas las islas mediterráneas. Verdaderamente, la condición humana no tiene remedio...

Pero bueno, eso ya pasó y actualmente Ustica es una isla tranquila a la que viene gente a bucear en sus cristalinas y profundas aguas. El puerto es muy pequeño y solo pudimos atracar en el muelle del ferry para llenar el tanque de gasoil; luego nos tuvimos que ir y amarrarnos a una boya en la parte de afuera, casi en mitad del mar, en un precipicio azul profundo frente a un antiguo hotel abandonado de aire decadente y reminiscencias románticas. Viendo el edificio vacío, se podía uno imaginar a las familias en otros tiempos aquí de vacaciones, los niños jugando y saltando al mar desde los pequeños espigones de cemento, las fiestas nocturnas en los jardines... ¡Ah!... El pasado... Siempre me ha gustado estar a solas en lugares abandonados o a horas en las que no hay nadie en edificios normalmente bulliciosos. Me resulta relajante y un punto misterioso.

Hotel abandonado en Ustica


Entrada al puerto de Ustica


El caso es que después de bajar a tierra y pasar la tarde en la plaza del pueblo viendo a la gente pasear y bebiendo birra Peroni, nos fuimos a descansar en nuestra cama flotante sobre el azul y a prepararnos para el salto a Cerdeña al día siguiente.

Fondeo en el "gran azul"



La travesía se presentó igual que la anterior. Calma chicha. Cero viento. Motor.  Doscientas millas de mar sin variación. Sol, calor, mar en calma, noche, estrellas, mar en calma, cervezas, charlas, mar en calma... Y llegamos a la mañana del segundo día temprano al puerto de Santa María Navarrese, donde atracamos, desayunamos y nos fuimos a dormir.
Por la tarde salimos a cenar y acabamos tomando unas copas en una bonita terraza con música en directo con vistas al mar y gente guapa...

Al día siguiente bordeamos la costa este de Cerdeña hasta llegar a un pequeño puerto lleno de embarcaciones de motor, turistas, y donde al atracar en un pequeño muelle para despedirme de mi amigo Ed y desembarcarle para que volviera de vuelta a casa, me topé con el más arrogante, malcarado, altivo desagradable y estúpido ejemplar de Guardia Costiera que uno puede encontrarse, que de malas maneras me echó del muelle casi sin dejarnos tiempo a soltar el equipaje de Ed. ¡Maldito sea!

A partir de aquí, me puse a navegar solo y ya no paré hasta llegar de noche a las aguas de la Costa Esmeralda, donde me esperaban mis amigos Ale y Pili en su "New Calipso"...

































 

martes, 30 de junio de 2020

Nenúfar lines y una atribulada travesía de Corfú a Calabria.


"El trabajo en un navío puede ser una prueba agotadora, es más, casi siempre lo es".

Maqroll El Gaviero. Amirbar.


Volvemos al varadero de Takis, al punto en el que lo habíamos dejado...
Me acompaña esta vez mi amiga Nenú, o Nenúfar Lines, como la llamo cariñosamente desde hace años cuando trabajamos juntos como inspectores de barcos mercantes. Ella vuela desde Galicia, yo desde Barcelona, nos encontramos en Atenas y juntos hacemos el viaje en autobús hasta Lefkada.
El Gaviero se encontraba amarrado tal y como lo dejé, pero no así el motor fueraborda que encargué que repararan en el varadero. Cuando pregunté por él, el hijo de Takis me llevó a una especie de patio donde se apiñaban un montón de motores en diverso estado de descomposición. Un montón entre el que no se encontraba el mío.
-¿No es ninguno de estos?
-No. Es un Johnson gris de cuatro caballos, contesté.
-Vaya... ¿Seguro que no está?
-Segurísimo
-Espera... Hace poco vino un barco español y se llevó un motor como el tuyo, lo voy a llamar..
Y resulta que en el patio desastre hay un Johnson blanco de dos caballos y el barco español sin darse cuenta se ha llevado el mío gris oscuro de cuatro caballos por equivocación.. Mmmm. Ok..
Hablo con el capitán del barco y, efectivamente, me dice que tiene mi motor.
-Muy bien, pues dime dónde estáis que voy a por él.

Pero antes había que disfrutar de una fiesta que se celebraba esa noche, con orquesta, cantantes y barra de cervezas, souvlakis, boquerones... ¡Qué fiesta! ¡Qué risas! ¡Qué alegría viendo a los griegos celebrar la vida bailando y cantando y rompiendo platos! Felicidad absoluta con Nenú y el armador de un velero de Madrid que se une a nosotros. Una reunión en el pequeño pueblo de personajes variopintos, griegos y extranjeros; uno de esos momentos en los que uno se siente absolutamente feliz, la vida es bonita, alegre, el alma se eleva y se despreocupa. Imposible parar de reír. Todo es divertido y relajado en esta noche calurosa de verano. La vida es una fiesta. No hay mañana. O eso es lo que uno quisiera.
Pero sí lo hay, así que al día siguiente (o al otro, la verdad es que no me acuerdo), y después de un montón de cervezas con Takis y con otros amigos y de revisar que todo funciona en el barco, allá vamos rumbo a Meganisi a recuperar nuestro motor.
Cuando llegamos, me abarloo a los compatriotas y hacemos el intercambio de motores que se parecen el uno al otro como el día y la noche.
-No haré más preguntas Sr. Juez...

En Nidri


Nos vamos, y tras navegar por el concurrido canal de Lefkada, en el que un francés suicida trata de estrellarse contra nuestro barco, llegamos a Preveza, el querido puerto en el que pasamos el invierno anterior.
Allí nos reencontramos con Makis, el marinero amable y bonachón; con Marina, la mujer de Lars, el sueco grandullón y generoso que murió al día después de haber estado celebrando la despedida antes de partir rumbo al Egeo, y con Alessandro y Flavia, los maestros italianos con los que tantos buenos momentos viví y a los que ya dediqué un capítulo de esta historia..

Marina, la mujer de Lars


De nuevo reuniones, comida, bebida, risas, nostalgias... De nuevo el drama y la chispa que mueve a los marinos errantes. Amigos que se encuentran y se separan sin saber si algún día volverán a verse. Todo esto hace que la vida, el momento, se vivan mucho más intensamente que cuando se está en tierra. Las relaciones personales son efímeras en muchos casos. pero muy intensas. Vivimos todos en la misma incertidumbre y  al día.  Es la maravilla cotidiana de vivir en un barco de vela.
-¿Y Ahora adónde vamos?
-Pues Nenú, antes de partir hacia otros destinos, quiero que conozcas un lugar excepcional. Vamos a navegar un poco por el Amvrakikos Kolpos, un mar interior junto a Preveza que es el hogar de tortugas y delfines y un lugar en el que se puede navegar sin peligro alguno, como en un gran lago. Y además tiene una maravillosa fortaleza veneciana detenida en el tiempo, un coqueto puerto muy resguardado y gratuito y una playa de guijarros con fabulosas tabernas justo al borde del mar.
De modo que allá fuimos. Y disfrutamos de aquel rincón maravilloso en el que, como en tantos otros, uno podría pasar una larga temporada sin echar de menos nada del mundo exterior. Lejos de la televisión, los políticos y las muchedumbres.
Sin embargo, por una razón que desconozco, los humanos (algunos) tenemos una natural tendencia a no estarnos quietos, a no conformarnos con la tranquilidad y la seguridad que a veces la vida nos ofrece. De modo que la proa del Gaviero vuelve a mirar con sus ojos fenicios el paso de agua del mar bajo el casco y a tragar millas incansable, insaciable, como hecha para ese propósito y ningún otro. Sin descanso, sin un objetivo concreto más que el de navegar, surcar el mar, flotar en el azul, el verde, el marrón de las aguas. Sin parar...

Rumbo a Corfú

Y así llegamos a Corfú, la fascinante isla en la que estuvimos el año anterior y que supuso el descubrimiento de un lugar mágico, una ciudad bellísima, cargada de personalidad y de historia. De nuevo el placer de caminar por sus estrechas y concurridas calles, de sentarnos en sus cafés, de observar a su gente. Grecia en estado puro. Me emociona recordarlo.
Pero ha llegado el momento de marcharse. Nos metemos en el puerto viejo de Corfú, en pleno centro, para hacer gasoil. Pero aquí no se puede dejar el barco. No obstante, aprovechamos para dar el último paseo y al volver veo que alguien ha movido mi barco de sitio. Ha sido el capitán de un caique de pasajeros, que al llegar me dice que si no ha "machacado" (así, con esta palabra) mi barco ha sido porque ha visto la bandera española. Le regalo una botella de vino y un llavero náutico. Se lo agradezco (cómo no) y me invita a abarloarme a él y pasar aquí tres días, ya que no tiene que salir a navegar. Así que aquí estamos, en un atraque impensable y privilegiado, pasando las últimas horas en Grecia. Mis sentimientos salen a flote y escribo esto en mi diario:

Puerto de viejo de Corfú, abarloados al caique de paseo "Atlantis". La noche pasada estuvimos fondeados bajo la fortaleza de la ciudad, junto al Naok, el club náutico donde pasé unos días el año pasado.
Día previo a la travesía hacia Italia. Preparativos, compras, movimientos de un puerto a otro en busca de combustible y agua. Está cayendo la tarde y el sol se asoma a ratos entre los barcos amarrados a este puerto. La suave brisa y el canto de los grillos adornan este momento mágico en este lugar de ensueño. Me despido de Grecia. Siento nostalgia incluso antes de partir de este país en el que he sido inmensamente feliz. En él he realizado sueños antiguos de navegante y en él he encontrado la esencia de los antiguos pueblos mediterráneos perdida en las costas de mi país. Aquí he disfrutado, aprendido, a veces sufrido, pero aquí me he encontrado un poco más a mí mismo y le he dado la oportunidad al Gaviero de ser un verdadero barco. Un barco que tiene muchas millas bajo sus cuadernas y muchos puertos visitados.
No es un mal sitio Corfú en el que despedirse de Grecia. Sus fortalezas y sus antiguas casas venecianas nos observarán desde la altura y quedarán grabadas en mi memoria hasta el día en que pueda volver a este rincón que he sentido como mi casa durante muchos meses.

Barcos comprados a un artista de Corfú

No lo puedo creer. Tres días mirando el pronóstico meteorológico continuamente, sin decidirme a salir para una travesía tan larga hasta no estar completamente seguro y aquí nos vemos, en mitad de una noche tormentosa con relámpagos y un maldito viento que nos empuja directamente contra el rosario de bajos que se extienden al sur de la isla de Corfú. A motor y vela tratamos de ganar barlovento para escapar del peligro y tras unas cuantas horas de preocupación, finalmente pasamos entre Corfú y Paxos y veo que podemos virar y dar rumbo a nuestro destino en Calabria.
El barco vuela a siete nudos con un buen viento por la aleta de estribor en una noche negra plagada de relámpagos. Siento una mezcla de excitación y preocupación. Disfruto de la velocidad embriagadora del barco y me preocupo por este tiempo inestable que no aparecía por ninguna parte en los boletines meteorológicos. Tenemos unos doscientas cincuenta millas por delante y muchas cosas pueden pasar.
Después de una noche en vela en la que en ningún momento la velocidad bajó de los seis nudos, la luz del sol desveló un hermoso cielo azul y una magnífica mar tendida, que aunque arbolaba olas de considerable tamaño no suponía peligro para nosotros. Tanto el viento como la mar nos venían por el través y el barco subía y bajaba armoniosamente y a una velocidad constante las grandes masas de agua mientras gobernaba a mano ya que el piloto automático no resistía la fuerza que ejercía la pala del timón.
De este modo transcurrieron los siguientes días, en soledad, sin cruzarnos con ningún barco,en medio de una mar muy azul y cada vez más alta que nos empujaba mucho más al sur de lo que queríamos y que de seguir así nos llevaría directamente al sur de Sicilia, si es que no nos obligaba a pasar de largo y acabar recalando quién sabe en qué lejano puerto de Túnez o Libia...
Dos noches sin dormir y sin poder descuidar el timón ni un instante. Las olas no nos lo permiten. Pero vamos rápido, eso sí. En la mala dirección pero rápido.

Cansados en mitad del mar


Incontables horas al timón

Todo en orden. O no...


La compañía de mi amiga Nenú, que es sin duda una tripulante perfecta y hace todo lo que puede por ayudar con buen ánimo y disposición, convierte esta dura travesía en algo mucho más llevadero, pero el cansancio empieza a aparecer. Aún así, nos tomamos nuestras cervecitas, nuestros vinitos, tratamos de cocinar pese al movimiento del barco, fumamos cigarrillos de liar... Charlamos, reímos, disfrutamos...
En la oscuridad no veo muy bien las olas, más bien las intuyo y corrijo las guiñadas del barco por inercia. Me siento como un autómata condenado a repetir una y otra vez los mismos movimientos y maldigo continuamente al piloto automático que tantos ratos de trabajo agotador me ha regalado. Verdaderamente, en este punto de cansancio no estoy seguro de si lograremos llegar a nuestro destino en Calabria. Sé que a algún sitio llegaremos, pero no a cuál ni cuándo. De todas formas, tengo el mejor barco y a la mejor tripulante, así que no me preocupo.
Al amanecer, el cielo está cubierto de nubes, amenaza lluvia, pero la mar ha bajado un poco y decido cambiar de rumbo y poner el barco a ceñir a ver como se comporta.
Es maravilloso. Aunque la proa embarca agua y pasan ríos por las cubiertas de los costados, no hay peligro alguno y El Gaviero no ha perdido su velocidad. Ahora sí, su proa apunta directamente a Reggio di Calabria y nos preparamos para pasar la tercera noche en el mar, que si todo va bien será la última.
Así, con las primeras luces del día avistamos el puerto y emocionados nos dirigimos hacia él para atracar y concedernos un merecido descanso. No sabíamos la agradable sorpresa que nos tenía reservada la Guardia Costiera.

Entrando en aguas italianas


Consulto mi derrotero y veo donde podemos atracar. Una pequeña marina a la entrada del puerto comercial.
Canal 9 VHF. Llamo .- "Puerto deportivo Reggio di Calabria, Reggio di Calabria, Reggio di Calabria, aquí velero El Gaviero, me reciben, cambio.."
Sin respuesta, volvemos a intentarlo una y otra vez. Sigue sin responder nadie.
-Bueno, pues vamos a entrar. Ya vendrá alguien cuando nos vean.
Nos metemos en el puerto y atracamos en un hueco libre. Estamos aún amarrando cuando se acerca un individuo y de manera poco cortés nos indica que tenemos que marcharnos de allí y que hemos de irnos a otra marina situada en el otro extremo del puerto comercial.
Así pues, volvemos a desatracar y empezamos a navegar rumbo al lugar indicado. Y en este momento, oímos la sirena de un ferry que justo estaba entrando a puerto. Me aparto de su camino y viro hasta ponerme por su popa. No problem, todo correcto. Hasta que una lancha a toda velocidad, agresiva, intimidante, ruidosa, bélica, se acerca a nosotros hasta casi golpearnos con su patrón ladrando por un altavoz instrucciones que no comprendo.
Finalmente, entiendo que lo que quieren es hablar conmigo por el canal 16, que olvidé sintonizar ya que tenía la radio en el 9 para hablar con el puerto. Tras comunicarnos e indicarme que atracara en el otro puerto, se marcharon y procedimos a amarrar de nuevo.
Esta vez no fue un antipático señor el que nos recibió, sino dos "amables"militares vestidos de blanco impoluto y cara de pocos amigos que nos invitaron a acompañarles para ir a la Capitanía Marítima.
- Acompáñenos comandante.
-Con mucho gusto les llevaré la documentación del barco más tarde, ahora necesito dormir un poco, llevo tres días navegando con sus correspondientes noches sin dormir.
- Acompañenos ¡AHORA!
Ni nuestra pinta de vagabundos despeinados y ensalitrados, ni nuestros ojos enrojecidos, ni nuestro olor a sentina sucia les provocaron el más mínimo atisbo de compasión. Nos metieron en un coche oficial y nos condujeron sin miramientos al edificio de la capitanía. Sexta planta. Seis pisos subidos por las escaleras siguiendo a un uniforme blanco desde la gorra hasta los zapatos (más tarde sabríamos que existía un bonito ascensor).
-Esperen aquí, el comandante Filippo Pitti (nombre ficticio) les recibirá en un momento.
Un momento que tardó una eternidad (parte de la parafernalia del "consejo de guerra"). Escaleras, esperas, caras serias... Todo muy militar.
Una sala con varios militares con aspecto de actores de anuncio de detergente para las prendas de color blanco. Taconeos de zapatos blancos. Todo muy blanco. Menos nosotros dos. Sucios como hurones.
El comandante Filippo Pitti es delgado y calvo. Sonrisa socarrona.
-Imagino que sabe por qué está Ud. aqui...
-Supongo que para entregar la documentación del barco
-¿Nada mas?
-¿Para qué si no?
-Más sonrisas y miradas cómplices entre el comandante y el escribiente que anota todo en un ordenador. Llamemósle por ejemplo, Catarella, en homenaje al comisario Montalbano.
-¿No es cierto que no llevaba Ud. la emisora VHF en el canal 16?
-Es cierto. Estaba usando el canal 9 para tratar de conseguir permiso para amarrar en la marina
-¿No sabe Ud. que es obligatorio llevarlo siempre en escucha?
-Lo sé. Soy "comandante" de un barco de Salvamento Marítimo español. Le tiendo mi acreditación.
-¿No se interpuso Ud. en la derrota de un buque que entraba en puerto?
-Lo hice, y tan pronto como oí su señal y lo ví, viré en redondo y me puse a su popa para no estorbar.
Me tiende una hoja de papel con las siluetas de dos barcos dibujados.
-Dibújeme aquí su maniobra.
Se la dibujo.
-¿Lleva Ud. derroteros italianos y toda las publicaciones náuticas correspondientes?
-Bueno, llevo mis propios derroteros y publicaciones. En un pequeño velero no es posible tener las publicaciones y derroteros de todos los países.
-¿Sabe Ud. que en Italia es obligatorio llevarlas?
-No tenía ni idea
Catarella, mientras tanto, escribe sin parar con la vista fija en la pantalla del ordenador, y cuando creo que ya ha quedado todo aclarado y que por fin nos podremos ir a descansar porque estoy agotado, comienza de nuevo el interrogatorio. Desde el principio. Otra vez las mismas preguntas desde el canal 16 del vhf hasta las publicaciones. Nenú y yo empezamos a ponernos nerviosos. Estamos muy cansados y todo esto es absurdo.
Al final, tal y como había empezado a temerme hacía rato, el comandante Filippo Pitti, con gesto entre compunjido e irónico me suelta lo que ya todos estábamos esperando.
-Me temo que tengo que ponerle una multa. ¡Catarella!, ¿A cuanto asciende?
Y Catarella, con su cara de ratón mirando la pantalla dice: "por no llevar la documentación italiana, no estar a la escucha en canal 16 y entorpecer el tráfico marítimo, son 2.000 €, mi comandante.
Y el comandante, escribe en un papel la cifra y me la muestra.
-Dos mil euros
Y yo junto mis muñecas y le digo que mejor me lleve a la cárcel porque no tengo ese dinero. Sonríe. Y Catarella, que parece tonto pero quizá no lo es tanto, dice:
-Comandante, al tratarse de un barco de recreo y no de un mercante, lo de las publicaciones no se le aplica. Son 400 €
Y el comandante tacha los dos mil de antes y ahora escribe cuatrocientos
Y yo le digo que cuatrocientos tampoco le voy a pagar. Vuelve a sonreir y pone cara de empezar a enfadarse. Pero yo estoy tan cansado que ya todo me da igual.
Y Catarella, que sigue enfrascado en su ordenador, vuelve a hablar y sentencia: "según el artículo tal de la ley de marina mercante y tal y tal, la multa son 100 €, ya que no está demostrado que entorpeciera el tráfico marítimo, bla, bla bla..."
Y el comandante Pitti vuelve a tachar la cifra de los cuatrocientos euros y escribe con trazo rápido y decidido un cien. Y con gesto brusco dice: -Se queda en cien y no me discuta más si no quiere tener problemas. ¡Catarella, imprime!
Yo me conformo y Catarella me pasa un folio en el que a pesar de haber estado dos horas escribiendo, solo aparecen un par de líneas, múltiples tachones y un número de cuenta escrito a bolígrafo en el que pretenden que ingrese los cien euros en cuanto salga de allí.
-Ok, no se preocupen, lo pagaré enseguida. Muchas gracias.
-"Les acompaño", dice el comandante. Taconazo. Bajamos todas las escaleras que antes habíamos subido a pie en un cómodo ascensor. Ahora todo es cortesía. Me guardo el papel en el bolsillo sin intención alguna de pagar nada, y un coche oficial nos lleva de vuelta a nuestro barco. Nos damos una ducha y nos vamos a dormir como troncos al fin...

Comandante y Nenú

Ya pasó todo...


Saverio


En la guía náutica de Rod Heikell, en el apartado "Reggio di Calabria", se menciona que si se recala en este puerto, es muy probable que se acerque a ofrecerte sus servicios Saverio.
Personaje singular, Saverio se dedica a ayudar en todo lo posible a los yates de paso en Reggio di Calabria. Tiene un taxi y se presta diligentemente a conseguir cualquier cosa que se necesite.
-¿Vino, queso, repuestos para el barco?. "Yo se lo consigo comandante".
Cuando le cuento lo del "consejo de guerra" y lo de la multa, se indigna y me dice "no paga niente". ¡Guardia costiera, rompecolloni!
Si siguen multando así a la gente, nadie va a querer parar en Reggio...

Saverio no debe medir más de un metro y medio. Es nervioso, gesticulante, hiperactivo. Nos mete en su coche y nos lleva a su casa, a un garaje donde nos da a probar su vino, su queso, nos regala cigarros, me los mete a puñados en el bolsillo de la camisa...
Como es un tío simpático, le compro una caja de vino y un queso. Luego nos lleva a Nenú y a mí a cenar a una pizzería donde comemos y bebemos a gusto. Es un lugar al que van familias del lugar, nada de turistas. Al final de la cena Saverio, que ha estado esperándonos en otra mesa, se sienta con nosotros y nos tomamos unos licores conversando tranquilamente. Está cansado. Es más de media noche y este hombre incombustible lleva levantado desde muy temprano.
Verdaderamente, conocerle ha mitigado de sobra los sinsabores del recibimiento de la mañana.
Cuando le pago por sus servicios se muestra ofendido y hace ademán de devolverme el dinero con cara de repugnancia. El viejo juego del regateo. Finalmente nos despedimos y aunque parece enfadado, sé que no lo está.
A la mañana siguiente, muy temprano, noto un ligero movimiento en el barco. Alguien ha subido a la proa. Cuando más tarde me levanto, veo que este personaje pintoresco, auténtico, en cierto modo entrañable, ha dejado una bolsa de papel con unos cruasanes recién hechos para nuestro desayuno.
Saverio nunca debería dejar de recibir a los yates de paso en Reggio di Calabria. Los Saverios del mundo hacen de éste un lugar más habitable y el viajar algo más humano. Al fin y al cabo para qué se viaja, si no es para conocer a otras personas...

Hoy cruzaremos Messina rumbo a Milazzo. El regreso continúa... 


Saverio


Un "pequeño" gran hombre










lunes, 15 de junio de 2020

Parte cuarta. El regreso. Korfos, Delfos, Ormos Vlikho.


-¿Y usted, capitán, qué piensa hacer? -le pregunté preocupado por la serena frialdad con la que tomaba las cosas.
-No se preocupe por mi, Maqroll. Es muy amable. Ya lo tengo todo dispuesto para...

"Ilona llega con la lluvia"


Hay muchas ocasiones en la vida en las que se deben tomar decisiones que condicionan nuestro futuro, aunque en el momento de tomarlas  no seamos conscientes de lo mucho que pueden cambiarlo. Y en esta ocasión se trataba de decidir si seguir navegando indefinidamente por el Egeo, o por el contrario, volver a casa y retomar mi vida anterior.
Decidí lo segundo, y no me imaginaba entonces cuánto tiempo íbamos a pasar varados en puerto El Gaviero y yo, ni cuánto me habría de arrepentir y soñar triste y melancólicamente con una improbable vuelta a Grecia, que a día de hoy no está ni siquiera cerca de producirse...
Pero así es la vida, un continuo decidir...
Volvamos al viaje.

La navegación hacia Corinto y el golfo de Patrás transcurrió sin incidentes, tranquila y con un tiempo excelente. Tras una breve escala en Aegina, atracamos en el muelle de Korfos, un pequeño puerto situado al fondo de una bahía al que llegamos de noche, cegados por los focos de unas piscifactorías y guiados por la linterna del dueño de la taberna del puerto. Al atracar, con la popa pegada a la terraza del restaurante donde cenamos, nos atendieron cordialmente ya que éramos los dos únicos clientes del restaurante y charlamos un rato con el dueño del local y con el camarero, que nos contaron las dificultades por las que estaban pasando debido a la situación creada por la crisis económica. Como nos encontrábamos a gusto en aquel lugar y no teníamos prisa decidimos quedarnos también al día siguiente, ya que la previsión meteorológica no era la mejor para pasar por el canal de Corinto.
A la mañana siguiente, todos los vecinos de puerto largaron amarras y se marcharon, dejándonos solos. Y solos estuvimos un rato hasta que de repente y de la nada apareció: "Mr. Magoo". Personaje de edad indefinida, ataviado con un gorro, camisa y pantalones de indescifrable color y gruesas gafas de miope. Ni gordo ni flaco, ni alto ni bajo, con barba de tres días, ajeno por completo a todo lo que le rodeaba y único tripulante de un enorme y desvencijado barco de regatas con aspecto de tener todo estropeado y estar a punto de irse a pique en cualquier momento.
En cuanto lo vimos maniobrar y acercarse nos percatamos de que era del tipo de personas que, sin siquiera darse cuenta ni proponérselo, van dejando tras de sí un rastro de caos y destrucción mientras pasean y se mueven por el mundo a su ritmo. Tranquilo, sin alterarse lo más mínimo, trató de amarrar al muelle junto a nosotros con poco éxito; perdió un ancla, volvió a intentarlo y acabó encima del Gaviero pese a tener todo el muelle vacío; volvió a salir y se enganchó en la cadena de mi ancla, levantándola... En fin. Un completo desastre del que fuimos embelesados testigos Jesús y yo sentados en la cubierta del Gaviero sin dar crédito a lo que veíamos, aunque he de reconocer que riéndonos e imaginando a "Mr. Magoo" tarareando tranquilamente una canción mientras iba golpeando con su barco cuanta cosa se interponía en su camino...

¿Es posible tener el barco atracado más cerca?

¡Salud!

Tras salir de Korfos pusimos rumbo al canal de Corinto, que transitamos sin mayor complicación. Esta vez con mayor tráfico de barcos, entre los que se encontraban un pequeño velero de verde casco tripulado por dos jóvenes franceses con pinta de tener la caja del barco en las últimas y a los que volvimos a encontrar en un restaurante en Itaca retenidos por la camarera por algún "problemilla" con la tarjeta de crédito, y un gran Bavaria de un señor de Barcelona y su mujer cubana, que nos adelantó como una exhalación y con los que quedamos en Andíkiron para cenar...

El resto de la travesía por el golfo de Patrás transcurrió tranquila y sin incidentes, haciendo millas en completa soledad en un mar de cristal entre altas montañas, hasta que poco antes de llegar a Trizonia el viento decidió complicarnos un poco las cosas. Luchamos haciendo bordos y pasando de una parte a otra de las orillas del golfo tratando de ganar terreno o de fondear hasta que pasara, y finalmente por la tarde atracamos en el gratuito muelle del bonito puerto. 

Barco clásico en Trizonia


Una vez amarrados en la seguridad de este puerto, en el que uno podría pasar sin dudarlo una larga temporada, nos dedicamos a ver entrar y salir barcos de paso, pequeños y modestos unos; grandes, lujosos y de cuento otros, a bañarnos en sus cristalinas aguas y a comer y beber a placer en la taberna junto a las pequeñas barcas al borde mismo del mar... La vida es bella cuando hay tiempo para disfrutar de estos lugares, la mente se despeja y la memoria vuela... A veces hacia un pasado lejano, hacia los años de juventud, donde todo era presente y sueños por realizar. Vuela... Y uno vuelve a ser joven y a recordar la esencia que lo movía todo. Las ganas de descubrir, los sentimientos intensos y a flor de piel. Vuela... Y recuerda olores, besos, cigarrillos, borracheras, aventuras. Vuela... Clases de letras en el Instituto. Vuela, vuela...

Segundo de Bachillerato, dieciséis años, Instituto, Málaga. Clase de griego con el profesor D. José María Quero. Un sabio con aspecto de serlo, que con una túnica hubiera pasado sin duda por filósofo de la Grecia clásica y del que cada día, aparte de otras muchas cosas, aprendíamos la etimología de alguna palabra de nuestro idioma: "Hipopótamo", caballo de río; "Hipodérmico", debajo de la piel; "Sofisticado", viene de Sofisma, razonamiento engañoso. Éramos jóvenes ignorantes y nos aburríamos; no aprovechamos su sabiduría. Solo una pequeña parte quedó.
Pero en el libro de griego había una foto. En un lado de una página, un pequeño recuadro contenía una imagen del templo de Delfos. Un pequeño templo circular semiderruído erigido para el dios Apolo en un entorno de montañas impresionantes. El centro espiritual de la antigüedad que tras más de seis siglos perdió su importancia con la ocupación romana.

Oráculo de Delfos. Templo de Apolo.

"Te advierto, quienquiera que fueres tú, que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de tí mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tu ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En tí se halla oculto el Tesoro de los Tesoros. Hombre, conócete a tí mismo y conocerás el universo y a los dioses"

Conócete a tí mismo.

Delfos

No aprendí mucho de griego, pero aquélla foto y aquélla frase me marcaron. A los dieciséis años no había viajado casi nada, pero me propuse y me recuerdo diciéndolo una y otra vez durante mucho tiempo, que el primer viaje que hiciera sería a Grecia y visitaría el templo de Delfos.

Hicieron falta treinta años y muchos otros viajes para que al final el caprichoso destino me trajera navegando en mi velero a la tierra de los antiguos dioses y pudiera al fin conocer Delfos y probablemente a mí mismo. 

Después de Delfos, el viaje continuó. En Mesolonghi encontré a la goleta "Blue Clipper" que tantas veces contemplé cuando estaba amarrada en el puerto de Castellón. El "Blue" había desaparecido bajo una chapucera mano de pintura, y ahora se llamaba simplemente "Clipper". Verdaderamente se habían currado el cambio de nombre...
Un barrigudo capitán con gorra de capitán, camiseta blanca de tirantes y barba blanca y descuidada de capitán fumaba acodado en la regala, a popa, y algo me hizo sentir que para el "Clipper" los buenos tiempos habían empezado a quedar atrás...
Hicimos unas reparaciones, colocamos una nueva roldana para la cadena del ancla bajo un calor aplastante y volvimos a ponernos en marcha rumbo a Lefkada, haciendo escala para pasar la noche en la deshabitada isla de Oxia. 
Como de costumbre, el atardecer nos recibió con un bonito viento de proa que hizo la travesía lenta y cansada. Al llegar no encontramos un lugar seguro en el que fondear, de modo que decidimos continuar hasta Ormos Petalas. La mar nos zarandeó de lo lindo y cuando empezó a oscurecer, el motor decidió pararse. En la oscuridad, y a la vista de que se estaba desencadenando una tormenta, que aunque parecía lejana iluminaba el cielo amenazadoramente, me planteé seguir navegando toda la noche rumbo a Zakinthos a vela. Pero Jesús, después de largo rato manipulando el filtro de gasoil en incómodas posturas consiguió que el motor volviera a funcionar aunque sin poder pasar de revoluciones mínimas. Y así, despacio y en medio de una oscuridad espectral solo rasgada por los fogonazos de los relámpagos lejanos, los dioses nos permitieron entrar en Petalas y echar el ancla para un merecido descanso.

Ormos Vlikho

Varadero de Takis. Una pontona semihundida llena de repuestos y piezas usadas de barcos. Gatos. Una nevera de la que Takis siempre saca una cerveza fría para invitarte dentro del desvencijado puente de mando, amable, servicial, cosa que se agradece de verdad cuando aprieta el calor.
Aquí se quedará el Gaviero dos semanas amarrado a la parte de la cubierta que sobresale de un barco hundido mientras voy a ver a mi pequeña hija. 

Terraza favorita en Vlikho
Después de disfrutar de conversaciones y cervezas con otros navegantes españoles en la terracita de madera al borde del mar en la que pasamos muchos ratos y de reunirnos con los amigos de "La Maga", con cena en un oculto restaurante hundido en un rincón de frondosa y exuberante vegetación,
nos despedimos de momento de Grecia y de sus habitantes autóctonos y también de los de paso hasta el momento de continuar con el viaje. Aún quedan muchas millas que recorrer...


Varadero de Takis





El mástil amarillo es El Gaviero en su amarre temporal 

El gran Takis













domingo, 16 de febrero de 2020

De viento, azul y blanco.


"Mucho después de que diera la medianoche el reloj de la cabina del piloto, en cuyo techo descansábamos, nos fuimos a dormir dándonos un "buenas noches" en donde se advertía otro acento. El acento de una cierta complicidad, de una reciente y fraterna complicidad en la que comenzaba un tramo distinto y nuevo de nuestra errancia."
Maqroll El Gaviero

Tras más de dos semanas en España con mi pequeña hija Ilona, llegó el momento de retomar el viaje. La despedida fue triste. Hubo llantos. Cierto sentimiento de culpa, tan solo atenuado por la certidumbre de estar haciendo  algo necesario para mí y probablemente beneficioso para ambos. Aunque eso solo se puede apreciar pasado el tiempo; en el momento de decir adiós solo se siente una profunda pena. Es el precio a pagar por cumplir los sueños, por salir de la zona segura y cómoda...

El caso es que allá vamos mi amigo Jesús "Lunero" y yo a saltar a bordo de la cubierta del Gaviero y asomar la nariz a las secas islas del Egeo, a impregnarnos de Grecia, de su cielo azul y sus casas blancas, de sus gentes y de sus ouzos, de sus mágicos rincones y de su Meltemi, el feroz viento estival que a buen seguro hemos de encontrar habida cuenta de las fechas en las que zarpamos..
Así que, ¡Allá vamos!

¡Listos para zarpar!

Después del viaje en avión, autobús y ferry desde Atenas, encontramos en Poros todo tal y como lo dejé. No sé si Spyros, el de la tienda de efectos navales se tomó mucho interés en cuidar el barco como me dijo, pero aunque me fui un tanto preocupado cuando lo dejé en el muelle público con dos anclas por proa, expuesto a que algún vecino ocasional y probablemente patrón de barco de chárter me las levantara, lo cierto es que solo levantaron una de ellas. La otra aguantó en su sitio y no hubo más problema.
Así que tras un breve encuentro con unos compatriotas que navegaban también por estos lares, una simpática señora andaluza con pinta de ama de casa que viajaba con su marido australiano, y Rick, patrón del "Telémaco", levamos anclas y nos pusimos a navegar rumbo a Kithnos.

Los días pasaron plácidamente en compañía de mi amigo, que dio al viaje la alegría y la compañía que necesitaba, entretenidos en lecturas, charlas acerca de los más diversos temas, cervezas y ouzos con sus correspondientes e imprescindibles "mesés" (tapa en griego), excursiones, siestas... Todo dejándonos llevar por el ritmo de las cosas, sin prisas, sin contravenir las ocultas pero sutiles y ciertas reglas ancestrales de la vida mediterránea que se nos iban desvelando con cada ouzo, con cada charla, con la contemplación calmada de cada paisaje, con cada trozo de queso feta, con cada aceituna, con cada silencio...

μεζές

Ouzo y agua fresca en la terraza de la "mamma"

Así pues, y para dejar aquí recuerdo y constancia de lo vivido, en lugar de reescribir las notas tomadas improvisadamente mientras navegábamos o paseábamos por estos lugares, intentando darles un tono más literario, en este caso voy a reproducir literalmente lo escrito durante aquéllos días pasados en Kithnos y Sérifos en el cuaderno de viaje, pues después de releerlo, encuentro que conserva toda la frescura de la inmediatez del momento y además poco más se me antoja añadir...


Sérifos, 21 de junio

Casi una semana ya desde que salimos de España. Ha pasado muy rápido. El tiempo ha sido muy bueno y hemos visitado dos de las islas Cícladas. Con Jesús, todo bien. Navegamos, comemos, bebemos y disfrutamos de la vida. El único punto negativo es que hemos llegado con cierto retraso al Egeo. Ya es la época del Meltemi, y justo en el momento en que escribo esto están soplando 25 nudos de viento en este pequeño puerto de Livada en el que recalamos, que por supuesto es gratis...
Da una gran tranquilidad tener el barco amarrado en la protección de un bonito puerto mientras ves entrar a otros barcos refugiándose del fuerte viento y maniobrando con dificultad entre proas, cadenas y pantalanes, tomándote una cerveza en la bañera y con un libro sobre las piernas...

Hace dos noches, en Chora, el pueblo-capital de Kithnos, se celebraba un acontecimiento social-religioso de la iglesia ortodoxa. En la iglesia se celebró una misa cantada, cuya música vocal era esparcida por todo el pueblo mediante altavoces estratégicamente colocados; los jóvenes se mostraban orgullosamente ataviados con sus trajes tradicionales (pantalón negro, camisa blanca y chaleco rojo), y a continuación desfilaban en procesión por las calles del pueblo con los popes barbudos, de negros atuendos y altos sombreros, portando retratos de santos..

Por la noche, en la calle, comenzaron los bailes tradicionales que alegran todas las fiestas veraniegas de los pueblos griegos, al ritmo de la música repetitiva, mágica, cadenciosa, de reminiscencias orientales y notas de violín. Todo el pueblo baila en corros, unidos por la manos. Jóvenes, viejos, niños, viajeros... en una invocación a la alegría y la celebración bajo el limpio cielo de verano.

Sentados en la terraza de un restaurante junto a la que acontecía todo esto, cenamos un cordero memorable, bebimos vino algo menos memorable y conocí a una preciosa mujer de ojos claros, piel morena y sonrisa deslumbrante con la que charlé y bailé. Nuestras miradas lo dijeron todo y nuestras manos se unieron. De repente, como cenicienta de cuento, se marchó corriendo a medianoche como quién espera una reprimenda por haberse portado mal. Me hizo pensar que volver al amor no es imposible. Se llamaba María. Nunca más volví a verla.

Fondeo en Kithnos

El mar Egeo es más azul y más salvaje que el Jónico. Las islas que lo jalonan, numerosas y cercanas entre sí (tanto que siempre hay alguna a la vista), son altas y peladas de vegetación. Secas como el viento que las azota con furia. Sus casas son blancas y sus pueblos se asientan en lo más alto, como nata sobre un pastel. Poca gente circula por sus estrechas y tortuosas calles y sus viviendas se amontonan desordenadas y coquetas con el encanto de la sencillez, adornadas con ventanas azules gastadas por el sol, macetas y piedrecitas pintadas de colores colocadas descuidadamente en el alfeizar, suelos grises con trazos blancos dibujando pájaros, mariposas y flores, iglesias blancas como la nieve con redondas cúpulas descoloridas por años y años de sol, con la puerta abierta y sus santos en penumbra.

Y en lo más alto, donde estas antiguas iglesias que han sido testigo de la Historia y han visto pasar pueblos y guerras se yerguen humildes y orgullosas, nadie. Absolutamente nadie. La soledad más absoluta. Con mayúsculas. Solo rota por la compañía fugaz de alguna lagartija o el volar de un insecto...

Y silencio. Mucho silencio. Tan solo rasgado por el sonido del viento sobre la montaña desde la que se divisan las islas hermanas...

Sencillamente hermoso.

Plaza del pueblo
Yate turco






Paseo en moto y pequeña iglesia



Iglesia apartada


Típicos dibujos en el suelo



Cine que vio tiempos mejores



Sérifos 22 de junio

Eolo sigue arrojando sobre las islas toda su furia. Sin descanso. Agitando los pocos árboles valientes, volcando sillas, vasos, haciendo aullar las jarcias de los veleros, levantando espuma de las olas, aplastando toda voluntad. Demostrando ser el dueño y señor del Egeo en los meses estivales.
Es ésta una naturaleza dura, áspera, salvaje, básica. También es una naturaleza bella en su simplicidad. Azul, blanco y marrón.
Si el navegante dispone de tiempo, es el lugar ideal para, forzado a refugio por el Meltemi, dedicarse a disfrutar de los simples placeres de la vida: dormir, leer, escribir, beber cerveza y agua fría (aquí es costumbre servir vasos de agua fría con cualquier consumición), meditar acerca de las vanas y febriles ocupaciones de los hombres, retrotraerse a un lejano pasado de héroes y mitos o simplemente gozar de existir. Mejor si es desde el cómodo sillón de la terraza de alguna "mamma" frente al puerto.

Todo se antoja lejano y difuso en estas secas islas del Egeo.

Tal y como siempre ha debido ser...


Para Jesús




Pequeña vendedora de piedras pintadas. Pocos clientes.